2 jul 2009

COLOR PACÍFICO


Se desprenden gotas interminables, pero apetecibles. Agua coqueta, pareja, acosadora, pero finalmente seductora.
Las ropas se sumergen en la eterna humedad del aire bonaverense
mientras esperan sonrientes las narices de las lanchas que todo el día flirtean con las olas del Pacífico.
Los pelícanos son cómplices aéreos del pasaje que confunde el verde manglar, el gris cielo y el vertiginoso círculo cromático de nuevas coordenadas que se pierden en la inmensidad del oceano y la impredecibilidad de un ojo expectante.

Piangûita es la pausa, el sosiego, la calma del negrito que asoma su dentadura amigable mientras subsiste de su hospitalidad con el torpe blanco. No hay muelle, no hay concesión con los pies, la consigna es el mojarse cada cuanto hay descuido.
Sinigual sabor de costa occidental, la sazón inconfundible del pargo compañero de patacones y sancochos con leche de coco son amenos hechizos que acogen a los huéspedes ingenuos que descubren paladares entre sesiones de comensal.
El toque de confort precisamente lo da la falta de éste, alejarse de las almohadas emplumadas, las cajas mágicas de 525 líneas de resolución o la evasión de las cuatro ruedas presurosas es la magia que se necesita para sintonizarse con la frecuencia marina de una baja puja, que apenas toca las orillas de las cabañas donde los turistas guardan reposo. Es el perfecto tono que espanta cualquier desaveniencia sonora.

Para crear contraste, existe La Bocana, casa de desenfreno morocho de fin de semana, una playa sin playa con el bullicio sin sordera que crea su sitio estrella de fiesta, El Litoral y el rimbombante contoneo de caderas, gluteos y asomos voluptuosos en exóticos pasos de "perreo" incesante de parejas que exponen su descomunal sensualidad en la pista a través del provocador reggaetón bonaverense y la salsa que te deja la hebilla de la correa cual charola de hotel cinco estrellas, diferente a la bachata y su un dos tres cadera un dos tres cadera que recrea otro imaginario, menos "explicit content".

Juanchaco es el tono marítimo con un penetrante sabor a pescado, olor a lluvia y un argot desesperado que parece licuadora de verborrea a velocidades olímpicas, identificar sus tonadas bien puede hacer parte de un estudio antropológico de meses.
El dinero es palabra más cotidiana entre estos ávidos habitantes, que reflejan una sonrisa capitalista ansiosa de extranjero líquido, aquí me remonto a la pasividad remota del negrito de Piangûita, más pobre pero más feliz, no tan tocado por la inmundicia de la tinta de banco. El viaje en jeep hasta Ladrilleros nos confirma el afán de atrapar turistas en cuanto hostal, hotel, cabaña, cambuche o carpa se atraviese. Lo logra un negro veterano de contextura basquetbolística, judío camuflado en el flow de los tranquilos nativos que atrapa con un paquete de restaurante-hotel del que no se puede objetar, no es costoso, pero sí muy efectivo. Estamos en sus manos después de pagar por anticipado. No importa, la meta es seguir alimentando el ojo de memorias costeras.

Ladrilleros es la reina de las olas, la infame de las playas, pues la marea es tan fuerte que ya ni playa existe, un pedazo de arena mojada con un par de parasoles miedosos y vendedores de cholados que hacen coquitos entre turistas. El premio, la adquisición de un kilo de sal camuflado entre las inquisidoras revolcadas de las olas, bajo el designio de Poseidón juegan con el foráneo a su acomodo, impetuosas... El cuerpo desafía al mar en un juego de caricias sádicas, el contacto con este deja de ser Pacífico para darle paso a un salvajismo ancestral, hombre contra naturaleza, hombre entre naturaleza...

El verdadero contacto con el cielo está en el suelo...el de La Barra, paraíso casi virgen, amante solitario que cautiva con sus susurros de mar silente, sol castigador que imprime el aire de frágil arena que puede tragarte al son de un mal movimiento mientras las jaibas crecen a pocos metros de tus pies. Los perros saludan a la lejanía con quejidos anacrónicos, las casitas de paja se retuercen lentamente al fragor del mediodía, los pocos nativos en silencio te reciben con brazos abiertos y corazones impolutos, la magia de la soledad inmensa perdida en el oceáno que se broncea en arenas de pocos pasos es el vaticinio de lo inolvidable, el destino final de todo amante del sosiego eterno, el encuentro con la verdad que lo dice todo a través de su propio mutismo, el desdoblamiento final que se necesita para saber que no se es humano si no se percibe el entorno natural tal y como nos lo trae La Providencia, la calma audiovisual del paraíso perdido, camuflado a tres horas del Chocó, donde las especies se reúnen para enterarse que el futuro no se necesita en un lugar donde el presente es perenne, un daguerrotipo de la eternidad...

Pero para el ser humano el tiempo es la carga condenatoria que te envuelve cuando convives con el mundo "civilizado", y la imagen que enamora de garzas, buques remotos, olas de cielo y nubes de mar se esfuman a través de la nueva realidad, que me lleva a este desahogo escrito para plasmar en memorias de tinta la inmortalidad de lo efímero y mi contacto sublime con el Color Pacífico.

2 comentarios:

  1. De nuevo me agrada leerte mi querido amigo. Y recibir esa brisa amable que me ha traido tu relato, evocador y apacible.

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  2. Sr Ok,
    Su breve artículo me ha transportado por un instante a uno de los lugares anhelados por mi espíritu, que se regocija al leer estas palabras.

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