23 abr 2010

PLACEBO: UNA BATALLA GANADA


La faena de esta lucha universal se remonta a un recinto no tan amplio, no tan triste, con un aire de refugio de ponencias sociológicas o exhibiciones del último producto para descontaminar el planeta, un Corferias discreto de frialdad que acoge a unos repitentes y a otros novatos en el asunto de recibir a unos londinenses dispuestos a eclipsar al sol con su batalla musical, y restregarle a la luna su grandeza melódica, los Placebo listos para un nuevo combate, uno que llegará a competir con los mismos astros.

Con mesurados aplausos por asistencia no tan numerosa, la oleada de celulares y cámaras fue insistente a pesar de la falta de muchas manos que no cundieron las localidades, tal vez el empresario del concierto no pudo destapar el ansiado cognac y sollozar alegre en su piscina de utilidades, sino conformarse con un espectáculo que le ha dado para resolver gastos de primera mano y pensar en vacaciones en Tahití para un siguiente show. Lo que no afecta para nada la calidad de la función, pues desde su inicio se tenía previsto un sencillo pero efectivo muestreo de calidad musical, juegos de luces, ayudas visuales, y la euforia que producen los temas benéficos para la salud mental de muchos seguidores de este medicamento rockero llamado Placebo.

Pero antes debía figurar la banda invitada nacional. Y se está haciendo cada vez más frecuente ampliar el campo bilingüe -menciónese idioma inglés- a las ondas musicales nacionales, ya no es exclusivo del metal, el rock se apodera con varios exponentes de esta tendencia (The Hall Effect, The Mills, The Black Cat Bone). Y como si salieran de algún garaje surgido de los coqueteos entre el alternativo y el brit pop aparecen los V for Volume, de la mano y de la voz de María José, quien ha dejado de cantar metal por un rato (también es miembro de la banda Fractal Flesh) y esta vez ofrece unos vocales más ceñidos a las políticas del rock and roll, fuerte pero no gutural, sentido pero no sensiblero, con una pequeña gama de fans en localidad platino que portaban gritos de aliento para los teloneros del evento.

Los cinco miembros del V for Volume intentaron subir los niveles de temperatura del público son su más reciente producción Providence, que en forma de EP voló por los aires de platino para gusto de algunas manos azarosas, y ofrecieron temas como "Cheap Universe" o "Bruce Lee", e incluso alguna cita del famosísimo libro de Mario Puzo, el Padrino que le dio tantos millones que el papito no le pudo dar al escritor, y que de pronto les sirve de forma providencial a los muchachos de este grupo para que puedan vender las mismas copias que esta obra. Media hora de apertura de sonidos que calentaron a algunos y que aquietaron a otros, una oferta nueva en el campo del bilingüismo rockero colombiano.

Fotos Concierto: Diego Manrique

Y después de la famosa espera entre el que abre y el que cierra, llegó la hora del comienzo con el final: El último hijo de Placebo es el protagonista de la hora y media de ruido sagrado de las noches de abril, Battle for the Sun fue la constante con su nueva sarta efectista, momentos de crescendo con violines y una alegría inusitada que no se nota en sus melancolías de antaño. Molko en una posición más adulta que en shows de calendarios amarillos no se desgasta en gestos extraños o conductas subversivas y se somete a su ejercicio vocal impecable en una facha de calle que no resulta extravagante, y que lo hace ver como una especie de adulto contemporáneo, mucho más maduro y moderado que en sus primeros tiempos.

Los temas más sonados de su experiencia 2009 son los encargados de la introducción, su dinámico "For what is worth", el repetido y coreado 'cenicero' del corazón achicharrado que se vive en "Ashtray Heart", y su épica y contagiosa seguidilla de palabras como plañidera sin futuro en la efectiva "Battle for the sun". Como en casi todos los shows, el gran exponente de la teatralidad es el tímido Stefan, quien en tarima se transforma en el guerrero gigante, fálico e imponente, que con su movimiento cautiva al público mientras estimula su instrumento con movimientos espasmódicos, en orgías subsecuentes de bajo y guitarra que iban cambiando canción por canción, en un frenesí de cuerdas que se estiran y se encogen junto al bailoteo de paroxismo de un respetable coloso que compone y descompone en esta batalla por el sol, en plena oscuridad bogotana.




De forma felizmente inesperada, Molko se desprende un poco de su aversión al pasado, de las ganas de olvidar su período con su antiguo baterista Steve Hewitt, y de las melancolías que ofrecían sus anteriores creaciones, y revive grandes escenas musicales con clásicos del corte de "Every You Every Me" (aunque con un poco de distorsión incluída, cortesía de sus nuevas inclinaciones sonoras), o el siempre sentido y tristemente hermoso "Special Needs", además de una genial interpretación de un tema que se coreó sin reparos, "Meds". Brian le da un descanso a los artificios novedosos y regresó por un momento al tan apreciado pasado glorioso que lo envolvía en esa oscuridad tan intimista, tan 'passive agressive'.


Ya no está un Steve, llegó el otro, un Steve Forrest menos técnico pero más furioso con el asunto de los tambores y le impone cierta actitud punk a la banda, rápida, agresiva y digamos más histérica, adjetivos que invaden casi en su totalidad los más recientes cortes musicales de la banda, que claramente se exponen en ejemplos como "The Never Ending Why"o "Bright Lights", junto a guitarras envenenadas con cuerdas más carrasposas y adornos de samplers con tonos menos industriales y un poco más orquestados, además de un line-up de fondo que acompañó con guitarras, bajo, synths y violines la velada de desenfreno nocturno.

El bullicio impuesto con los nuevos aires de Placebo no hace que pierda esa grandeza, la actitud de Stefan, la voz de Molko y los acordes antiguos permanecen en joyitas para cantar a berrido herido como "Song to Say Goodbye", retomar el comienzo de la década con la frialdad que puso a brincar a más de uno en "Special K", o retorcerse en un delirio de agresividad feliz sabiendo que viene el amargo final del concierto, un "Bitter End" listo para recrear la soberbia de un grande que va ganando la batalla en el escenario.





Después de un único encore, no había otro remedio que dejar al público extasiado con un revival de sus sucias pero fascinantes texturas industriales que tanto se desprenden de una canción como "Infra-red", perfecta para llamar ambulancias y pedir auxilio por las féminas que pierden el aliento con cada estrofa. Y el majestuoso cierre repleto de distorsiones, momentos de cacofonía ideada magistralmente, esa opacidad metálica que trae su conjunción de luces, amplificadores, pantallas, energía y brutalidad de "Taste in Men", la gloria por la batalla triunfante en redobles y cuerdas incesantes, la androginia imperante de Brian Molko, la coreografía sugerente y desenfadada de Stefan, el traqueteo salvaje de Steve y sus tatuajes invasores, todos reunidos para demostrarle al sol, a la luna y al sistema solar completo que ellos son los dueños de las constelaciones por cada noche que se desahogan en improperios fascinantes de buena música. Placebo, una vez más, ha ganado la batalla astral.

11 abr 2010

STEVE EARLE- GUITAR TOWN



Los años ochenta siempre rinden tributo a la fiesta, el colorido, los sintetizadores y los osados pasos de la moda con looks estrambóticos y luces delirantes en la disco. Sin embargo, siempre detrás de aquella algarabía de risas pop se escondían detrás movimientos que lograban impacto en los listados a pesar de no hacer parte vital del prontuario ochentero. Sucedió con el country, género popular y emblemático del país de Walt Disney, que nunca ha tenido esa relevancia internacional que siempre hubiesen querido, tal como el vallenato en Colombia o las cumbias argentinas.

Y en Estados Unidos siempre ha sido bandera este ritmo campirano que se desenvuelve entre tractores, camiones y sombreros castigados por el sol de campo abierto. Para 1986 tres eran exponentes claros y exitosos en la escena de Nashville, el rebelde y travieso Randy Travis, el hombre de los covers exitosos y el famoso sonido 'twang' Dwight Yoakam y el joven y muy promisorio Steve Earle. Este último con cama natal en Virginia, pero con toda la crianza en Texas, acostumbrado a las grandes autopistas con panoramas áridos y a los camiones de carga de apariencia autoritaria, que decidió dedicarse a la música después de ver tocando a Lynyrd Skynyrd y recibir el vaticinio gentil de boca de Ronnie Van Zant, quien sellando con un collar de regalo a Steve, conminó a ser un grande en tarimas al hasta ahora treintañero entusiasta.

Ronnie Van Zant, el 'profeta' de la carrera de Earle

Y el álbum debut de Earle funcionó de manera profética con el tope de listados country en su muy bien recibido Guitar Town, (300.000 copias vendidas), un relato de diez canciones que se filtraba en la vida cotidiana rural y camionera del momento, y que contaba con letras sencillas y riffs generosos historias de desamor y de carretera que lo ubicaron en el listado de las grandes promesas musicales, incluso con la osada comparación con el Jefe Bruce Springsteen, pero en una versión menos rocker y más country.




Y rindiendo homenaje a su instrumento compañero de historias, el Guitar Town se vuelve representativo con ese modo desenfadado pero perspicaz de contar sus relatos abriendo su disco con ese fraseo que nos envuelve en pleno road movie, con aventuras, desplazamientos, desgaste de llantas, recorridos por parajes ciertos e inciertos como músico en un trailer que corre presuroso en busca de nuevos públicos. "Guitar Town" se convirtió en casilla 7 de listados como primer single de su trabajo durante marzo de 1986. La guitarra country llega para invadir América en el dial de los furgones y las camionetas.

La segunda historia en sencillos viene con "Hillbilly Highway", que viene respaldada por el talento de Richard Bennett en el bajo slap y Bucky Dexter en la guitarra de pedal, en un muy pegajoso tema de aullido tejano, perfecto para la rockola calurosa de pueblo y que ocupó la posición 33 en listas country, no tan exitosa como el primero, pero con un sonsonete de alta recordación que rescataba las vivencias de Earle con un padre minero que busca la luz entre minerales preciosos y obstinado se niega a ver un hijo guitarrista en sus filas genealógicas, mientras la autopista ingrata cada vez separa más al muchacho de su madre cuando este se va a buscar fortuna, vivencia de pueblo que una vez más toca el tema de las carreteras y lo va volviendo eje conceptual del trabajo.



Y como todos los sueños de quien quiere progresar en la ciudad de las oportunidades, hay una clara alusión de el que quiere abandonar su apacible vida rural para convertirse en un agitado individuo lleno de dinero en sus bolsillos y de presiones en su cabeza. "Someday" es la solemne y perfecta descripción de la situación, tercer single de Steve Earle, que en tonos bastante pop y la participación más activa de John Jarvis en el piano vuelve a listados en el número 28. Con un discurso melancólico pero muy evidente en la vida real, Earle logra convencernos con aquella realidad que se vive en cualquier New York, Sao Paulo o Bogotá con la inmigración rural: 'Someday I'm finally gonna let go 'Cause I know there's a better way'.

El último intento por permanecer en las listas es el más triunfante: "Goodbye's all we've got left" es un golpe de country pop que encaja perfecto en los oídos de los amantes del género, con un muy agradecido puesto 6 en listados de 1987, y con una descentralización evidente del radicalismo en las tonadas de este tradicional ritmo, dando apertura a melodías mas cercanas al pop y a la escucha de los jóvenes sin juzgar esta corriente como música para abuelos o campesinos, una intención muy efectiva de incluir a todos los públicos, en un tema que también toca a todos, el desamor, el fin de las relaciones, el cierre de ciclos sentimentales, una fórmula lírica que funciona en cualquier melodía y en cualquier oyente despechado.



El trabajo se reparte entre cargas sentimentales y cargas de autopista. Se evidencia el heroico sentir del amor sin medir consecuencias posteriores en "Fearless Heart", con una lenta declaración a querer así duela, de entregarse así mal pago sea. Se percibe el rechazo final al término de una relación en el sabroso pero melancólico "Think it over". Y finalmente, después del conflicto, de la ruptura y las lágrimas, solo queda el refugio en la buena amiga de seis cuerdas y el lamento acústico y apesadumbrado de "My old friend the blues", al fin y al cabo el único que acompaña al triste y solitario novio sin sombra que deambula por las calles del desamor.

Los otros viajes melódicos se remontan al estilo de vida del americano trabajador, siempre involucrando neumáticos y pavimento: "Good Ol' Boy (Gettin' Tough)" es un country pop dinámico que narra de forma clara la rutina diaria del trabajador que se mata todos los días en su labor para pagar su camioneta pickup y recibir apenas lo necesario en un país que vomita dinero por todos sus flancos pero el capitalismo salvaje apenas lo deja asomar a algunas familias, 'I was born in the land of plenty now there ain't enough'. O el nexo entre padre e hijo, que debe soportar las largas ausencias del jefe de familia mientras reemplaza el calor de familia por el de la silla y el timón en "Little rock and roller", una sumisa voz de Earle que evoca a un padre que está hecho de llantas y que lo recuerda en fotos de billetera.


El cierre es más que perfecto con "Down the road", que entre mandolinas, guitarras acústicas, voces lastimeras y un respeto profundo al country, declara que solo el camino de muchas líneas amarillas es el que lleva a un impredecible destino a quien se dedica a seguirlo, el encanto que produce la carretera en quien trabaja a través suyo, la inevitable travesía por los pasajes de la existencia, el análogo significado de esa autopista que nos puede traer felicidad o tragedia, el sencillo tramo de pavimento que nos trae un Steve Earle inspirado en un homenaje a la ruta de la vida.