15 jun 2013

TRAINSPOTTING: INYECCIÓN GENIAL


Creó una pieza de culto indiscutible en los noventas. Hizo de las suyas con bailes de origen hindú a finales de la década pasada. Y fue el artífice de un espectáculo británico que disfrutó la órbita entera en las Olimpiadas de Londres. Danny Boyle ha vivido la gloria y el fracaso con fervor, en medio de sus proyectos ambiciosos, sus propuestas audiovisuales refrescantes y sus historias que se desenvuelven entre fiascos de taquilla y alabanzas perennes en el universo cinematográfico. Aquel geniecillo originado en Manchester tuvo una catapulta a la zona estelar de los grandes directores. El catalizador fue una inyección de heroína audiovisual.

Trip audiovisual. Danny Boyle, el creador.

Si bien Shallow Grave (1994) fue un respetable debut que merecía mejor suerte, fue su segundo rollo el que lo hizo célebre. Sin pretenderlo, Trainspotting se convirtió en el símbolo de una generación que se identificaba con el lado oscuro de las ciudades, con la búsqueda de identidad, y con el pensamiento cambiante que cada vez sufre metamorfosis de modo más acelerado. El peso de la historia se concibe desde la ingeniosa y muy scottish obra literaria de Irvine Welsh, inspiración para adaptar un guión. El relato revela el perfil más sórdido de Edimburgo, capital escocesa famosa por su bagaje cultural, pero que esconde entre sus calles inconformidad juvenil, graffitis anárquicos, drogas de toda clase, y un delirante sabor a desesperanza fiestera aderezada por unas cuantas dosis de heroína.

Cinco 'amigos' son el reflejo de aquel universo paralelo, dominado por la escena junkie. Renton, Sick Boy, Spud, Tommy y Begbie coexisten entre ladrillos de tonos tristes, cielos grises, tabernas anónimas y droga, mucha droga. Excepto Begbie, escogen despojarse de la vida humana común  y quieren desviarse de las preocupaciones de la sociedad de consumo (tener casa, carro y beca y comprar cualquier cantidad de cosas que venden los medios) para dejarse llevar por el viaje descuidado que les brinda el narcótico y solamente vivir en pro de la huída, de la vida éterea. Sin  preocupaciones, sin pretensiones. Sin futuro.

A pesar de todo, "amigos".
La clave para que este viaje sea más llevadero y divertido es la ingeniosa inyección audiovisual de  Danny Boyle. Un refrescante uso del gran angular, dollys de cámara que persiguen sigilosos, y muchos encuadres certeros, desde los enormes planos generales hasta los detalles, contribuyen a una propuesta fotográfica robusta y agradable. La recreación del lado oscuro de Edimburgo -y la cara cosmopolita de Londres- van de la mano con un factor determinante en el gusto del director: la música. Un elemento tan enriquecedor como atractivo que trae un repertorio de lujo encabezado por Iggy Pop, Underworld, Lou Reed, Blur, entre otros, que se envuelven sin problema en la trama y son componente sólido de este engranaje alucinógeno cinematográfico. La música siempre será buena compañera de viajes en todas las producciones de Boyle.

Coprotagonista de la historia, la jeringa.

Las paredes se consumen entre la humedad, el piso de madera contribuye a un viaje descuidado y los bares de la ciudad ambientan charlas en las que se desentraman conversaciones simples sobre hombres y mujeres, camuflándose en cojines sociales como el fútbol y las compras. Un escenario mezquino con el ojo,donde el sol rara vez se asoma y el paisaje montañoso no puede salvar la condenación que le da Renton a su propio territorio, origen de la escoria y colonia infame de un Reino Unido gobernado por idiotas. Su voz en off va descubriendo las máscaras que exhibe un Edimburgo miserable y desesperanzado, sus reflexiones pasan por las cimas y las simas del mundo, desde las indulgencias y los excesos del sistema, pasando por las rutas de escape de su amada heroína, hasta el sexo y la vida social contemporánea, y logran llegar a conclusiones tan sabias -de la mano de Welsh- como 'En mil años no habrán chicos ni chicas. Simplemente personas'.




 Jeringazos compositores de planos logran dar en la vena del gusto a muchos espectadores. Un montaje compacto y fluido, que a veces se resuelve en el clip desacelerado, a veces en movimientos premeditados desde la producción que continúan acciones en locaciones distintas, y que van desarrollando secuencias de memoria inmortal. La zona escatológica del bar donde Renton urge satisfacer sus necesidades gástricas es maravillosa: encontramos un paisaje desolado, maloliente y desahuciado en un baño de cualquier antro de la ciudad, pero este nos va a llevar después a una catarsis de ensueño en aguas benignas e impolutas que guardan cual tesoro un par de supositorios de opio. Del infierno al cielo en tan solo un chute anal. No es la única secuencia notable: la sobredosis de Renton, viendo desde la perspectiva de un supuesto ataúd como el mundo se le va acompañado por "Perfect Day" de Lou Reed es otro acierto que mezcla la decadencia de una vida condenada contrastando con la esperanza de la lírica que concluye con la frase de abuelos 'You're going to reap just what you sow'. Como último (pero no único) ejemplo, nos podemos situar en la escena del síndrome de abstinencia, un Renton rodeado de trenes estampados en la pared -con "Dark Train" de Underworld de fondo- que lo sentencian a pagar una pena sin jeringas y donde la culpabilidad, el miedo, la ansiedad y el hastío se juntan en imágenes mientras lo acosan las visiones de Spud en la cárcel, Tommy en el viaje sin regreso del estupefaciente, un bebé muerto por culpa de la dejación de la droga y la búsqueda de sus padres por liberarlo de la adicción, todo en un desesperado pero efectivo castigo audiovisual que cautiva la retina.

Mark Renton, en un suelo sin cielo.

Aparte del ingenio del ojo de Danny Boyle, se agrega el plus de la construcción de personajes, avalado en el libro de Irvine Welsh, contribuyente valioso a la pieza. Mark Renton  (Ewan MacGregor)es el protagonista, adicto inevitable, de vena de mil batallas alucinógenas, que se debate entre escoger la vida del ser humano común y corriente, o perderse entre las mieles sin porvenir de muchas inyecciones. Es el filósofo en off que busca la redención poco a poco, pero no logra liberarse tan fácil por causa de sus amigos, su entorno. Cuando lo intenta, su lucidez expulsa frases como 'Es fácil filosofar si es otro el que está hecho mierda'. Cuando lo logra finalmente, concluye airoso 'Seré como ustedes... Mirando al frente, hasta morir'.


Spud es el lado más ingenuo y adicto de la historia. Interpretado por Ewen Bremner, este flaco de malas en la vida no logra satisfacer a su novia sexualmente, es un pésimo arquero, paga prisión por robo y sufre los usos y abusos de sus supuestos amigos. Sin embargo, es el espíritu inocente que no quiere agredir a nadie, el drogadicto inofensivo que emprende  viajes etéreos por su cuenta, pero es el componente que brinda el lado estúpido pero divertido, una fea candidez que logra enternecer en medio de la desolación, es el único amigo leal, firme y sincero que patrocina las locuras de sus copartidarios adictos.Que nunca tiene una frase brillante, pero posee una férrea complicidad que acompaña hasta el final.


Jonny Lee Miller encarna a Sick Boy, el elegante destructor de teorías. Proxeneta, traficante, adicto y amante de los films de Sean Connery, despotrica con verborrea barata sobre el mundo y saca el mejor provecho de lo que le puedan brindar sus amigos, siendo el oportunista descarado de la historia. La única forma en que vive un estremecimiento es a través de la muerte del bebé, el hijo al que nunca puso atención y que lo despierta de un éxtasis navegante entre las películas de James Bond. Para Sick Boy, la simplicidad del mundo puede provenir desde la visión del adicto, envejecemos, nos podrimos y se acabó. Lo tienes, lo pierdes.



Hay que hacer mención especial al enorme talento de Robert Carlyle, gran actor de Glasgow que logró moldear la imagen del sociópata perfecto. Francis Begbie es el único del combo de amigos escoceses queno se deja atraer por las inyecciones, pero sufre de una adicción igualmente dañina, le encanta la violencia. Joder a la gente. Cagarse en el entorno y disfrutar de la sangre ajena, del perjuicio del prójimo, y vanagloriarse de su virilidad maniática, un experto en destruir la calidez de las reuniones, en romper con el sosiego. La interpretación de Carlyle es magistral, uno logra odiarlo intensamente, pero siempre espera algún nuevo acto violento de su parte. Es el gran contribuyente del caos, donde en un No futuro también es válido un porcentaje de violencia para acabar con el mundo de una vez por todas.

El ejemplo de la gradual degradación que producen los narcóticos en el ser humano es expuesto en la personalidad de Tommy (Kevin McKidd), el último de la banda. Un joven deportista, saludable, que paga todas sus facturas y disfruta de la música de Iggy Pop y el desorden bajo sábanas junto a su novia Lizzy. No roba, no dice malas palabras, no consume. Hasta que una desafortunada casualidad lo lleva a romper el noviazgo y  sumergirse en la depresión. Surge la necesidad del escape a través de la diacetilmorfina, que lo va llevando a un recorrido sin retorno hasta el final trágico.De la pulcritud a la podredumbre, uno de los salvoconductos de Danny Boyle, quien fue duramente criticado por hacer apología a las drogas en aquel entonces. La historia de Tommy le ayudó a justificar los perjuicios del consumidor y el camino al que conduce la adicción.


A pesar de la degradación, la cara más oscura de Edimburgo y la crudeza de un mundo sin porvenir, existe un ápice de esperanza que se recoge en buen humor, en una dinámica que despierta al espectador y que lo invita a levantarse de su silla para seleccionar el camino 'correcto' con una familia, un empleo, una carrera, un enorme TV, lavadoras ,autos, abrelatas eléctricos, colesterol bajo y seguros dentales. Simplemente, para escoger la Vida. Merece el aplauso este retrato de la podredumbre donde no hay motivaciones, donde el mandato lo tiene la heroína y el resto del mundo tiene la menor importancia. El gran logro de Welsh y Boyle es hacer una simbiosis casi perfecta, donde a través de la letra y la imagen crearon uno de los retratos de la autodestrucción más memorables de la historia del cine. Esperemos que la secuela que planea el director inglés se mantenga a la altura de esa hermosa decadencia audiovisual.