Cuando hacemos referencia a David Lynch debemos prepararnos para el reto: Verlo y masticar su visión cinematográfica es un deleite y al mismo tiempo un dolor de cabeza. Excepto un par de ejercicios lineales y no tan sombríos -Una historia sencilla(1999) y El Hombre Elefante (1980)-, sus filmes trastocan con las convenciones acostumbradas de los guiones y propuestas del estándar americano e invitan a no reflexionar, sólo a dejarse llevar por el impacto del audio y el video confederados para crear verdaderas atmósferas de carácter surrealista y otras veces tétrico, denso pero fascinante, con todo un estilo personal de este director oriundo de Montana en el país del Tío Sam.
Y uno de los mejores exponentes en su filmografía es Lost Highway (1997), fiel evidencia de sus métodos de trabajo y una especie de homenaje al cine negro con la inclusión de todos los elementos que lo caracterizan -mujeres fatales, gangsters sin prejuicios y asesinatos impulsivos y otros premeditados- con la parafernalia característica del autor de Twin peaks y los ingredientes magníficos que añade a su producto para embelesarse con estos y disfrutar de la mejor manera esquizofrénica el asunto. Y ese recorrido por aquel frenético paisaje visual de carretera sin retorno tiene el aderezo de unos elementos que vale la pena destacar.
Desde Eraserhead (1977) hasta Mulholland Drive (2001) siempre se ha visto ese estilo de cámara morbosa que se inmiscuye en lo más profundo de las cortinas, las cabezas y los corredores, aquellos zooms lentos de ansiedad incontenible que generalmente terminan en la oscuridad de la incertidumbre, en la apertura al misterio a través del no color, ese siempre ha sido uno de los componentes claves de Lynch para crear atmósfera, una forma de explorar los lugares como un infiltrado voyerista que quiere saberlo todo pero que finalmente siempre va a dudar. Y especialmente al inicio del filme, en la casa de Fred Madison se ven esos acercamientos lentos que quieren encontrar las razones para asesinar a la esposa, el rastreo de la progresiva paranoia que se va desarrollando en el entorno del protagonista, el muestreo sofisticado que va con la cámara sin perder detalle buscando a Reneé, buscando a Fred, desentrañando el misterio de manera despaciosa, exquisita pero perturbadora.
Y la exquisitez sin reparos de sus planos, tan bien puestos en este rompecabezas abstracto que, a pesar de contar con una historia tan compleja, siempre van ligados de una plena justificación. Varios botones de muestra: La mano compasiva de Reneé en la espalda de un Fred frustrado sexualmente; el fuego condenatorio de un crimen que se anuncia despacio en la gigantesca chimenea de la residencia de Fred; los labios sensuales de Alicia en close-up ocultos en el íntimo refugio de una bocina telefónica, que deben mantener el misterio latente de su romance furtivo; los insectos en primeros planos que llaman a la demencia y confusión, al mejor estilo de los bichos de los clips de Björk; el rostro macabro del Mistery Man, que, con cámara o celular en mano usa su arma más efectiva, el acoso intimidante; y obviamente la más importante, la interminable línea amarilla intermitente de la autopista sin rumbo definido, la ruta donde la cordura no tiene valor, el camino al desasosiego y la zozobra, el guión de la película plasmado en una imagen, una autopista retorcida sin comienzo ni fin que nos puede conducir a la enajenación.
La música, el ambiente, el silencio y la mezcla de audio es peso pesado durante todo el filme, comenzando con una excelente banda sonora con colaboraciones de gente como Trent Reznor, Rammstein, Marilyn Manson, David Bowie y el score impecable de Angelo Badalamenti y Barry Adamson, todos ellos situados como puntos de referencia auditivos indispensables para el desarrollo del film. Solo hay que escuchar al comienzo y al final "I'm deranged" de Bowie para saber que la locura es la sensación primaria a acoger, con la complicidad de los tonos jazz desequilibrados de Badalamenti cuando recrea el concierto vertiginoso de Fred Madison; o la incitación al crimen con la voz fría y letal de Till Lindemann de Rammstein en los pasajes con sabor a sangre; o la declaración sumisa, casi de esclavo en "I put a spell on you" de Manson en la escena del striptease de Alicia; además de los sonidos 'gangsterianos' de Barry Adamson para identificar a Mr. Eddy, el villano sin escrúpulos, pero con un gran caddy y un revólver sin temores. Un soundtrack ejemplar, acompañamiento esencial de muchos apartes de Lost Highway, imprescindible para crear el efecto deseado. Y curiosamente hay un par de músicos que intervienen como actores en la película, primero el juicioso y dedicado (suena curioso) Henry Rollins en su papel de guardia, y finalmente, en un papel muy acorde a su apariencia, Twiggy Ramirez y Marilyn Manson envueltos en una especie de corto porno snuff, que sirven para ambientar el universo sórdido de Dick Laurent y sus vampiresas lujuriosas.
Barry Gifford y David Lynch idearon un argumento basado en dos historias que parecen paralelas, tan complejas y no lineales que comprenderlas enlazadas es un verdadero desafío, pero este es el verdadero encanto de la película: las interpretaciones pueden ser tan subjetivas que el camino de la libertad es el más práctico, y mientras algunos piensan que Fred y Pete son el mismo personaje desde diferente cronología, otros creen que es un alter ego y unos terceros pueden interpretarlo como historias diferentes cruzadas en algún punto de la trama, finalmente y de forma sabia, Lynch declara: "Es peligroso explicar como es una película. Si las cosas se vuelven demasiado especificas, el sueño desaparece. A veces ocurren cosas que te abren una puerta, que te envuelven y consiguen hacerte sentir algo más grande." Si nos ponemos a pensar en Reneé y Alicia, la rubia y la pelinegra de quienes no sabemos si su sexo despide el mismo aroma, o en un Mistery Man que puede ser producto de la imaginación de Fred o una realidad atormentada que lo lleva al crimen, siempre pueden haber conclusiones encontradas, pero la magia de la historia está en romper con la usual forma de relatar el largometraje y simplemente dejarnos llevar por las atmósferas, los puntos de giro espléndidos infestados de paranoia y confuso placer, y las escenas ambientadas de modo impecable, donde la locura se pone el frac y nos invita a la perplejidad con toda la elegancia del caso.
Y esta perplejidad tiene salpicaduras por doquier en todo el guión y montaje de la cinta: la foto de Reneé y Alice en casa de Andy, donde primero aparecen juntas y posteriormente es solo la infiel esposa de pelo negro; el asesinato de la misma, del cual no se sabrá jamás quién lo perpetró; Mistery Man en sí, un personaje fascinante (interpretado de forma magistral por Robert Blake) que tiene el don de la ubicuidad y quien parece lacayo de Mr. Eddy, pero finalmente está del lado de Fred, un amasijo de personalidad que confunde y maravilla, además de una frase clave en la cabaña donde se encarga de despistar aún más al espectador cuando pregunta a Madison "Y tu nombre, ¿Cuál es tu maldito nombre?"; y la clave para terminar de enloquecer el tiempo y el espacio con la estupenda imagen de la cabaña explotando en medio del desierto con el efecto en reversa. Ya no sabemos si el pasado es ahora o el futuro nunca existirá. Pregúntenle a Lynch.
No se puede dejar por fuera otro de los objetivos claros del director, que es crear sensación a través de sus personajes y objetos. Podemos recorrer el cuarto conyugal de Reneé y Fred, una cama roja gigantesca de tendidos negros, aquel refugio de pasión de luto, pues el marido tiene problemas para satisfacer la líbido de su apetitosa fémina; por otro lado, Pete es el coito liberador, es la juventud presta para la lujuria y el éxtasis, solo hay que transportarnos a la escena de sexo en el desierto con luces estalladas de forma premeditada para crear ese clímax impúdico; el striptease de Alice ante la presión de un arma en casa de Dick Laurent, aquel intimidante pasaje que va convirtiendo esa sensación de miedo en placer morboso, en dejarse llevar por las tentaciones desconocidas del peligro; y los videos porno de Laurent, el recurso que habla sobre la libertad sin tapujos convocando a la lujuria a través de la mujer, ver a Alice en primer plano mientras exhibe su placentero gemido sin sonido es el llamado directo del instinto, de lo desmedido, de lo prohibido y fatal; y finalmente (aunque quedan muchos fragmentos por destacar), los tonos azules con flashes relampagueantes que parecen ser el cambio de tiempo-espacio entre Fred y Pete, la demente forma de transportar a los personajes a otra locación en distinta circunstancia, con la intención de jugar con ellos y dejarlos en un estado de desolación siniestra, a uno en la cárcel y a otro en el desierto.
Toda la película es una larga ruta que inicia y concluye en el mismo punto como un círculo vicioso, "Dick Laurent está muerto" es la frase clave para destruir el engranaje del tiempo y prolongar la zozobra de una carretera creada para transportar sobre su pavimento el delirio y el absurdo en el automóvil afortunadamente insano de un David Lynch, que nos regala una autopista retorcida cargada en sus trazos con pura ingeniería de genialidad y estilo personal.
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