4 oct 2009
NI PORQUE FUERA TAN BURRO!
Si se quiere crear una sopa diversa de ingredientes raizales y agregarle toda la condimentación de la modernidad, ese plato podría causar reacciones gástricas inesperadas, tal vez un reflujo de placer indescriptible, una llenura campirana sin derecho a inodoro, o una digestión límpida y con ganas de repetir. Eso sucede con una propuesta que sobrepasa la originalidad enmarcada en términos sonoros, un inaudito plato de fusiones tan arraigado a la novedad que parece no tener influencias, tan palpable a lo raizal que parece ser primigenio, pero que es sin duda, novedoso.
Ellos son Velandia y La Tigra, que se aparecen a la medianoche de la arquitectura colonial en las entrañas de la capital colombiana, y al público ponen cita en Casa de Citas, acogedor recinto de cronología con bagaje que se convierte en centro de ganancias sonoras mediante el parlante que promueve el afro en toda su casta, la salsa en toda su salsa y la negrura con toda la sabrosura que ofrece su música. Pequeño, de dos plantas, se refugia en la madera y los estilos de abuelo cachaco (persona del interior del país con sombrero y corbatín en los buenos tiempos, los del pasado conocido), el sitio recibe a ansiosos paseantes de noche de lluvia floja pero sandunguera y proceden a percibir con múltiples interpretaciones el estreno de doce videoclips ideados por las mentes hidropónicas de algunos burros geniales inspirados en Piedecuesta y sitios aledaños de olor campestre y sabor rural.
Son exposiciones visuales de poco sobria estupefacción, con el arte propositivo sin mayores pretensiones, con la cordura al borde de la genial locura y situada casi en su totalidad en el ambiente de árbol compañero, ferrovía reposada y yerbatera, charcos alucinantes y objetos de finca nostálgica y tradicional en pasajes visuales que por momentos desconciertan, en otros arrullan, en unos terceros llaman a la risa popular, y son conducidos magistralmente por el maestro de ceremonias, el señor Miles Broncas, que bien ataviado de orejas, crines acrílicas y vestido elegante para domingo, viene con todo su sentimentalismo rumiante para hacer ponencia musical de su propio universo, reflejado en doce muestras de una irrealidad tan creíble que pareciera mil veces más real que nuestra aburrida formalidad.
La mente genial de Edson Velandia tiene sus límites en la orilla del universo y se encarga de retorcer cuanta cabeza se le pase por el frente, con el recurso de sus Rasqas contundentes que huelen a apero con cannabis, a alberca con foie gras postmoderno, a pasto mojado con lluvia de lágrimas de burro, a un repertorio de líricas inspirado en una especie de "todismo" que cubre casi todo, desde el absurdo gigante hasta la insignificancia de las cosas. Y de la mano de secuaces como Rubén Mendoza y Frank Benitez, ha logrado plasmar a su amado alter ego en pantalla con éxito parcial sin diagnósticos aprobados, exaltado en delirio de aplausos que hacen venia a la vanguardia provinciana de la tropa que acolita al hijo del burro y la tigra.
Y después de la dosis alucinógena de videobeam, pasamos al interés del performance. De la segunda planta aparece ese respetable animal de viriles antecedentes y orejas mentirosas armado en megáfono amenazador que en tono panfletario declara 'la madre pa'l que se vaya', seguido por su comitiva fiel de despelucados artistas de lo popular de lujo, de aristócratas de estiercol orgulloso que en vestiduras manifiestan su predilección sin prejuicios por llamar las cosas por su nombre y poner su nombre encima de la Cosa: Chocha, Verga, Culo, Aqui y allá el llamado del instinto animal (con la ansiedad de los beneficios viriles propios de un burro) son la consigna del ropaje.
Y la presentación no puede ser otra en su inicio que el reconocerse tal como es: En tonos muy tropicales asoma su gran cabezota y le dice al respetable "I am Burro", con toda la sensualidad rebuznadora del caso y la sabrosura del que calienta la lengua con palabras graves, tal como lo dice su lírica enrevesada, un realismo mágico de otras latitudes, seguramente de las coordenadas brillantes de Piedecuesta en el Santander.
El público adquiere posturas calientes y a escena entra un repertorio de frenesí de puro sello Rasqa, que hace recorderis de su primer trabajo con su ya clásico "El Sietemanes" de cadencia bailable arrastrada, y mientras la masa se contonea en indescifrables coreografías improvisadas, Edson da dote guitarrística y trovadora con su retahíla de abstraccionismos cantados, y se desdobla en la discrepancia con su pareja quien le pide bienes con lavadora y toda la cosa en "Guarapera", con un video de apasionada persecución del insigne burro Miles Broncas corriendo por la ciudad mientras los travestidos personajes del grupo dan alarde de su bizarra femineidad con maquillaje estrafalario en un apartamento perdido en la agitación del saqueo. Todo un divorcio berreado en lírica y gritado en trompetas y guitarras, y el vocal argumenta "Mamita...Yo con usted no vuelvo, Ni porque fuera tan burro!".
Y la plata suena en letras con temas que atropellan con armonía inclemente como "Anima", donde nadie tiene un mísero 'Gaitán' o en la bonita adaptación de "El Billetico", de antiguos tiempos con su anterior agrupación Cabuya y que cuenta la injusta pela (llámese castigo corporal con herramientas confortables como ladrillos, cables, escobas y demás artículos casi domésticos aptos para golpear) de una madre a su hijo, quien llega con algunos centavos y un billete como bonus track para ayudar en casa, esta vez el 'capitalismo salvaje' lo reprende de forma física y Velandia rinde homenaje a este pobre lesionado con una digna rasqa. O el ejemplo práctico de la ilusión del dinero que se desvanece en despilfarros y el homenaje a la vida del pobre que no depende del confort innecesario que implantan las nuevas tecnologías, sencillamente con saber que 'al que no tiene televisor no se le daña el televisor', entretanto los coros divertidos de "Chuvak" se confunden en el trepidante paso de los bailarines anónimos que vuelven famosas sus suelas mientras las estampan en una Casa de Citas.
Apartes varios: una guitarra que suena a Revés de Café Tacuba mientras el percusionista hace lo propio pero no con las baquetas, sino armado de boca, lengua y sonidos de tic toc un tanto apocalípticos que anuncian la llegada de "El maestro"; el ritmo casi drum and bass arrastrado con primitivismos de rima que recrea el post moderno agro con "Gloria del monte", asociado con un video persecutor en plano secuencia de un hombre repleto de desespero por alcanzar la gloria en pleno charco verde, una de las variadas propuestas visuales de los Velandia, que siempre han sido respaldados por el recurso de la cámara; el siempre efectivo ringtone que resuelve todo con un estilo "Superzencillo";el desafío verbal de la bronca en "Chalaca" a modo de pregunta-respuesta: "Usted quería desmoronarme, yo soy migaja; usted quería yuca, yo tengo el guiso", y el dueño de las vacas, el señor de señores en forma de marioneta con cara de burro despliega un movimiento sensual con gran style, demostrando que esta vez la crin tiene el poder.
Pero el animal también siente, y hay un lado amable y ensoñador con bonitos tramos musicales de guitarras apacibles en "Balada", donde un videoclip de burritos múltiples aparecen para dar espacio al pálpito de un corazón no tan entendido. Y un fragmento de ese cautivador experimento de despecho, "Dejo" en posición minimal sin teclados, únicamente voz y trompeta se quejan de tierna melancolía cuando la mínima mujer, se fue.
Vamos llegando al cierre con el veneno del rock and roll invadiendo las salpicaduras folclóricas, rasqas incendiarias que juegan con lamentos al estilo de "Fantasmagórica" y bruscos ataques sonoros de garaje que rebotan en las vigas de madera y en los tímpanos que perdonan cualquier bombardeo que provenga de la tarima, con tal de que estremezca su esqueleto, termine de dañar sus peinados imperfectos y emborrache sus rodillas al trémolo de los gritos y las vociferaciones. La pieza final recupera su sabor ancestral con coqueteos a la costa y justifica muchas de las letras de Velandia y la Tigra, "Me gusta el Porro" es la idea sincera de un estímulo que ayuda a crear sin tabúes acordes, líricas o armonías con el exuberante paisaje del Verde amenizante que proviene desde las épocas de Cabuya, y que es condescendiente con el espíritu de la inventiva que no necesita clasificaciones, simplemente que se deja llevar por la fluidez del panorama al son del humo.
La magia de un burro que canta, una descarga final de instrumentos mudos, un atavío de verborrea sexual, un sinfín de rimas ingeniosas de sombrero y ruana, y la excelencia musical de originalidad impecable, son factores patrocinadores de una propuesta que nace en la enramada de una finca, se transforma entre los rieles melancólicos y evoluciona en el ladrillo que quiere bailar, al son de no solo once, sino muchas rasqas que suenen y truenen en todas las posibles Casas de Citas que aparezcan en las noches interminables de las capitales del mundo. Así de sencillo. Superzencillo.
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El amante de la lirica y las letras nocturnas ha hecho de nuevo su entrada triunfal junto a tres bellas ninfas, que llevadas por la guia nocturna han pasado una noche fenomenal al lado del burro... y de JC..., gracias JC , hasta una nueva travesia .....
ResponderEliminarVivi
Hello there!
ResponderEliminarMy name is Randy and I am in the band Wilderness Pangs. I noticed that you are a listener of ours on last.fm, which is how I discovered your blog here. I do not read Spanish very well, but I was intrigued by the images in this post, so I Googled Velandia y la Tigra found their videos on YouTube. I want to thank you for introducing me to this band, as I think they are wonderful! Their music is eclectic and experimental, but really funky and catchy. And their videos are pure absurd beauty! Much appreciated!