21 sept 2009
HÜSKER DÜ - NEW DAY RISING
La furia y el inmoderado aire que se respiraba en la escena hardcore norteamericana tuvo su auge en el primer lustro de los ochentas, una década que se caracterizó por la explosión del new wave. Quienes no se sentían conformes con las modas y el síndrome post-disco enfatizaron en denigrar al gobierno Reagan a través de sus gritos, subvertir el orden de ideas de una casa bonita y una familia feliz y expresar con aullidos de revolución anónima su inconformismo por el mainstream, las tendencias y la supuesta alegría fabricada a través de los medios.
Fueron cinco años de rebeldía auditiva con ejemplares grandes en obras de Black Flag, Minor Threat o los grandiosos Bad Brains. Pero al avecinar el segundo periodo Reagan en el poder, la protesta se estaba convirtiendo en algo sin causa e insustancial, los chicos que sudaban actitud indomable en tarima fueron creciendo e inevitablemente cayeron en cuenta de que su juventud se iba desvaneciendo a través de antiguos ideales y llegaba la hora de responder por sus cuentas de servicio y sus adquisiciones, y la velocidad y el desenfreno se iba perdiendo a lo lejos en una evocación de un oasis sórdido de golpes y escena underground, cada vez más pasado, cada vez más melancólico.
Dentro del caudal de bandas veloces y feroces, en Minneapolis su máximo representante fue Hüsker Dü, y sus primeros trabajos fueron fieles exponentes del american hardcore que tuvo explosión en California y se diseminó largo y ancho del país desde 1979, año en el que precisamente tuvo origen la banda con Bob Mould a los vocales y la guitarra, Grant Hart en vocales y tambores y Greg Norton en el bajo, prometiendo desquiciar unos cuantos cerebros y crear la distorsión desnaturalizada que tanto ansiaban los jóvenes de la época con la sencilla alineación de power trío. Puro desfogue.
Después de despotricar a toda máquina en los escenarios del hardcore y grabar un par de discos, hubo un punto de paréntesis para la banda con la llegada en 1984 del Zen Arcade, LP doble con matices menos agresivos y velocidades no tan imprudentes, una parada en el camino que indicaba a Mould que el sonido del grupo tenía que inclinarse hacia otros lados y empezar a vincular un proceso más artístico y menos instintivo. Fue la clave para resolver el asunto de la evolución de su sonido.
Y es esta visión del valor de la melodía la que se esclarece en su siguiente producción, New Day Rising, en un 1985 que veía un moribundo hardcore que se desgastaba en discursos y empezaba a dar paso a otras corrientes como el naciente sonido indie y los primeros bloques para construir el futuro rock alternativo. Aquí es donde viene el aporte esencial de Hüsker Dü con este disco, una recreación musical que equilibra el acelerado terremoto de su ira anterior con la sutileza y el encanto de dar ritmo más accesible con arreglos y posibilidades de llegar a oídos más sensibles, una conjunción de melodía y velocidad bien planteada por el grupo que ha trascendido como influencia de peso para la evolución del rock, en especial para el desarrollo del alternativo y el grunge a comienzos de los 90s.
Fueron en total quince temas que juegan al estrujamiento y a la calma, al desorden y la melodía, a la nostalgia de una juventud sin reproches y a la apertura del pensamiento adulto, y es el New Day Rising la consolidación de una propuesta que se venía cultivando desde el año anterior con el Zen Arcade. A partir de este punto, Hüsker Dü deja de ser un grupo de culto para abrirse a la masa, en especial al público universitario que se sintió identificado con su música y le abrió las puertas a través de las antenas de sus emisoras.
El álbum no puede abrir de forma más precisa: "New Day Rising" es la viva muestra del nacimiento de una propuesta, la adolescencia rebelde de otrora es aún latente en la música, pero la madurez musical se avecina con este título, un mantra repetitivo que Mould puede interpretar como el nuevo despertar, la apertura hacia otra corriente sin dejar la esencia, el anuncio del cambio que viene de forma progresiva, y el hecho de mantenerse al frente y no caer (luego de sus continuos problemas de excesos). El ritmo es furioso pero ordenado, la guitarra parece duplicarse en mil y la batería de Hart se desahoga en un despertar que llora embravecido, buscando la redención después de abandonar su raizal hardcore, aunque la canción no se aleja mucho de su ancestral propuesta.
El grito melódico es más que visible en el siguiente corte, "Girl who Lives in Heaven Hill", Grant Hart despedaza su garganta en vociferaciones vivas que buscan a la chica que vive en La Colina del Cielo, y por la cual su obsesión es evidente, a ver si a través de sus gritos psicóticos logra llegar a ella. Pero mientras el baterista brama desde atrás, la guitarra y el bajo dan una gran definición al ritmo de la canción, una de las primeras muestras de puro alternativo. Si nos ponemos en el ejercicio de escuchar a gente como Pixies, hay una fiel estampa de este tema en las composiciones de ellos, sin velocidad, pero desgarrado y duro, y uno de los temas más poderosos dentro del trabajo. En 1998 se lanzó un compilatorio que rendía tributo a bandas clásicas del rock como Pink Floyd, Thin Lizzy y Bad Religion. Uno de los tracks fue un cover muy power de "Girl Who Lives in Heaven Hill" interpretado por Blackstar, gente que venía de los majestuosos Carcass, y que tomaron en cuenta el sonido de este clásico de culto.
Y no solamente este trabajo es influencia del rock alternativo, mucho del futuro neopunk se refleja en "I Apologize", un veloz pero moderado ejemplar de tres minutos que bien puede ser versioneado por Green Day (Billie Joe Armstrong reconoce entre sus grandes influencias a Hüsker Dü). Bob Mould canta sin demasiado afán con coros muy pop, pero el ritmo de la canción va dinámico, en autopista libre pero sin tanto apuro, entretanto Mould se rectifica con una letra que pide disculpas pero no se subyuga, pues a quien se la dirige también exige explicaciones. Yo me excuso, pero no soy el único responsable. Como el buen adulto que es alternativo, es respetuoso, pero como el buen joven hardcore que alguna vez fue, nunca reconoce la culpa completa.
La radio universitaria estuvo siempre atenta a la propuesta del New Day Rising, el movimiento del college los apoyaba. Suele ser odioso comparar pero si uno escucha los primeros discos de R.E.M. hay una similitud pequeña en algunas tonalidades e intenciones sonoras de los dos grupos, con los matices de la generación que impulsó el sonido indie de los 80s , obviamente guardando las proporciones, pues Hart, Mould y Norton tenían la velocidad por delante y el antecedente hardcore aún presente. Y uno de los temas con ese rezago en sus líricas recreado de forma magistral en un minuto y medio es "Folk Lore", una genial protesta que resume la condición social y educativa en el país del Norte: 'Not the woman scream for equal rights/their man wants to have an affair/children learn to hate the world/and no one seems to care'. Corto y sustancial manifiesto que habla sobre la desorientación y el desarraigo social, el 'folklore' de su pueblo en unas rimas afiladas y veloces acordes que son punto de reflexión interesante.
El liderazgo siempre ha sido causa de rupturas, controversias y lucha de egos entre miembros de grupos desde tiempo inmemorial. En Hüsker Dü no puede existir la excepción. En 1985 aún no se veían mucho las discrepancias entre Bob Mould y Grant Hart, pero siempre hubo una contienda silenciosa en saber quién llevaba las riendas del trío, solo hay que poner como ejemplo que las composiciones y los vocales líderes eran repartidos en partes casi iguales. En "If I told you", Hart manda la parada. La compone, la canta y la interpreta de forma límpida en su batería con un intermedio que rompe la dinámica pop de las rimas iniciales y le imprime elaboración al tema, y finaliza en la esencia áspera de la guitarra distorsionada y la invocación a la velocidad primaria. Además en la letra hay un ejercicio introspectivo de Grant Hart con cierta tendencia existencialista que no logra explicar muy bien, su lírica se abstrae y se limita a esbozar que hay un problema emocional grande, pero no puede divulgarlo del todo. La mayoría de escritos de este señor tienen esa tendencia.
Llega la hora de su inobjetable clásico, la referencia obligada al comentario de quien vivió la época, "Celebrated Summer" es un ícono dentro de su discografía no solamente por ser el sencillo que se escuchó en la radio independiente de la época, sino por su construcción sonora y desafío al estamento hardcore que tanto promulgaban en sus inicios, pues es tal vez el tema más melódico de la banda, con cambios constantes durante su transcurso y la inclusión de ¡Una guitarra acústica!, cosa jamás pensada por sus fans de otros tiempos y que los llevó a ser rechazados por los puristas de su género original. Sin embargo, la composición atrajo la atención de oídos ajenos hasta entonces a Hüsker Dü y empezaron a ganar adeptos de otras latitudes gracias al juego de la rudeza y la ternura envueltos en un solo tema que da una mirada al verano juvenil en USA y a sus (in)utilidades, aquella ingenua forma de emborracharse en el springbreak, tocar en una banda y broncearse sin preocupaciones, 'was this your celebrated summer?' dice Mould, quien ya ve a sus 25 años la vida de otra forma. Esa madurez irreconciliable con el público hardcore, la percepción individual por encima del típico regaño al establishment, Hüsker Dü en su punto cenital que los llevaría a las grandes disqueras más adelante. Y más adelante la banda metalera Anthrax haría los honores en 1996 con una versión de respeto de este ya obligatorio clásico que, sin figurar en el top de las listas, hace parte de esos inolvidables temas de transición que necesitan ser referenciados en las charlas de la constante evolución del rock.
Vuelve el sonido college rock, esta vez en su más pura expresión (insisto en el parecido en algunos momentos a R.E.M.), "Perfect Example" es una canción de cuna en comparación a las otras del disco. Una creación reposada en la que Bob Mould canta despacio, casi susurra, mientras reflexiona sobre su transición a la madurez y su confrontación con los recuerdos: 'I think I lose my mind, but not my memory'. Aquí la influencia del folk interviene en gran forma, hay guitarra acústica y la cadencia es pausada, pura nostalgia impresa en tres minutos de gran trabajo melódico.
Siempre sobrio, siempre solemne, el chico del mostacho Greg Norton se encarga de dar el ritmo con las notas de su bajo, y aunque su posición siempre fue neutral en la lucha de egos y poderes, el tipo fue importante en el cambio de sonido del trío, pues es el único instrumento que mantiene la compostura ya sea entre desfogues retorcidos o entre melodías audibles. Su bajo abre una pieza de corte muy divertido que una vez más es predecesora del rock alternativo que podría mostrar en otra época Weezer y otros del género, "Terms of Psychic Warfare" tiene falsetes en los coros, uso de panderetas y apertura para una guitarra más amable pero aún rockera, extraña composición de Hart que cada vez más corrobora la transformación musical de la banda. Esta vez el baterista se ensaña en su lírica en una 'guerra psicológica' con una chica que no lo deja en paz, y él pone los puntos sobre las íes pidiendo espacio y paz: 'Don't feel bad next time my memory comes creepin/Yo've got your own bed now I suggest that's the one you sleep in'. Diciente repudio por la invasión de su entorno por parte de alguna molestia femenina.
Seguramente alguna vez los miembros de Nirvana tuvieron que escuchar en su casa un tema como "59 times the pain", antecesor del grunge con letras depresivas y actitudes autodestructivas, que comienza con poderío demencial, continúa con algunos quejidos hablados de Mould, y en el coro toma la onda dinámica de un casi neopunk; se destacan bastante los cambios de ritmo, el crescendo del tema a medida que se va escuchando y el despedazamiento lírico de Mould, 'Don't want to live with myself/can't live with what goes on'. Un tema de tratamiento musical aplaudible, especie de eslabón entre el post-punk y los incipientes flirteos con el grunge. Que Kurt Cobain lo niegue (lástima que ya no está para comprobarlo), esto tuvo que pasar por sus oídos en algún instante.
El nombre Hüsker Dü es difícil pero atractivo, no se sabe que és, sin embargo llama la atención, la teoría lingüistica habla sobre un juego de mesa escandinavo en el que su eslogan decía 'Los niños pueden burlarse de los adultos'. Y era verdad, pues en sus inicios la intención más clara era la mofa del establecimiento y la protesta ante el mainstream y las modas. La actitud punk no podía ser abandonada de forma sencilla, para eso contaban con algunos pasajes nostálgicos como "Powerline", guitarra rebelde y batería patrocinadora que hacen remembranza a una buena época, la de finales de los setentas con el auge del punk. Poder templado en las líneas de este rock and roll que sirve como plato de mediación entre sus canciones de antaño y las nuevas.
El principal punto de ruptura entre el grupo y la escena hardcore fue reconocer al pop de los sesentas como gran influencia dentro de su música y agregar algunos elementos del género para acicalar sus propias canciones. Era inconcebible para un radical del hardcore incluir en su repertorio de escucha gente como The Beach Boys o The Byrds. Grant Hart lo hizo, y lo incluyó de forma descarada en el LP. Exhibición pura, "Books about UFOs", donde Grant canta como artista surf sobre una chica que pasa el tiempo mirando el cielo, estudiando los Ovnis y esperando la providencial aparición de E.T., entretanto él comete el fetiche de observarla a ella mientras ella observa. Hay un piano juguetón que recorre casi toda la canción, y no parece compuesta por ellos, más bien parece una broma de Mi amigo Mac tocando para ellos. Estos tres también se tomaron su tiempo para un divertimento muy pop...
Una de las formas más efectivas de incrementar el ruido y la distorsión en sus presentaciones era utilizando dos amplificadores, un Marshall de sonido carrasposo y en el respaldo un Vox de limpia sonoridad, la guitarra dejaba de sonar como un elemento solitario para tener como resultado una especie de ubicuidad instrumental que reventaba cabinas. El college radio regresa con letra punk: "I don't know what you're talking about" no es innovadora, es muy radiable de hecho, con guitarra estruendosa y todo, pero su letra es lista, Mould y Hart se reparten méritos en voces a estilo pregunta-repuesta y hablan sobre los intelectualoides que pasan todos los días armando prejuicios para incomodar a una sociedad ya golpeada por los vetos y las imposiciones del poder.
Ellos no quieren saber más que es bueno o es malo, simplemente quieren vivir y dejar vivir, como buenos punks pasados a la madurez.
Muchos desprecian la pieza que viene a continuación, "How to Skin a Cat", pero esta es una simple exposición de sonido avant-garde, mas bien mirando hacia la experimentación, al desahogo con detonaciones de diferentes colores, si no hubieran pasado cosas como esta seguramente Primus, The Mars Volta o Mr. Bungle no podrían tomarse atribuciones de jugar con el ruido años más tarde. Eso si, la letra es una retahíla truculenta, pues habla sobre el negocio de las granjas de gatos y ratones que se comen entre sí, después el despellejamiento de los animales y la venta de pieles, una crítica al sistema de difícil comprensión, tanto como la misma pieza en sí, pues es un duelo de guitarra, bajo y batería en consecución demente, tan salvaje como el capitalismo.
Era la época final de Hüsker Dü como grupo de culto, y todavían andaban de la mano del sello SST, creado por el gran guitarrista Greg Ginn proveniente de la legendaria banda Black Flag. Fue su última experiencia bajo sello independiente, pues en 1986 serían fichados por Warner. Sin embargo, no podían quedarse con la espina de recordar viejas tonadas e incluyeron en su trabajo "Watcha Drinkin", su tema más hardcore, con referencia directa al embrutecimiento etílico, no pensar y beber, como le gustó en algún tiempo a Bob Mould. La rapidez de otrora se pasea por un momento en el Lado B del vinilo.
Y si la apertura era un manifiesto de estruendo para despertar, el cierre es un cataclismo de estridencias, despiadado y destructor, "Plans I Make" es anarquía sonora en toda su extensión, sin pies ni cabeza, un vómito de cacofonías para ambientar destrucciones masivas, eructo de caos que estalla poniendo en ridículo los cierres de The Who, haciendo antesala ochentera a los feedbacks puercos del grunge, y destrozando cuanto oído se atraviese, no se alcanza a saber si lo que suena es hardcore, punk, o noise esquizofrénico. Eso si, es una redención con el antiguo 'hardcorero' que necesita unas cuantas palizas comunales entretanto escucha el corte, apenas para unos hematomas cortesía de la violencia final de Hüsker Dü.
Para llevarse una idea consecuente del trabajo en equipo del trío, solo hay que hacer referencia visual a su logo oficial, tres líneas horizontales paralelas que son talentos individuales, unidas por una vertical que conecta sus dotes y los convierte en un solo sonido. Para 1986 el grupo ya estaría contando con los 'servicios' de Warner como sello disquero, pero eso ya es otra historia que cuenta el paso definitivo a rock alternativo y la exclusión de sus originales tonos hardcore, vendrían más joyas sonoras para los amantes del género y una fuerte confrontación entre Mould y Hart. Pero, independiente de su posterior historia, queda en claro que el verdadero eslabón entre la rudeza del hardcore y la transición a las melodías con el alternativo se plasmó en este New Day Rising, colaborador esencial en el futuro desarrollo del rock de los 90s.
15 sept 2009
TRES EN UNO CON NORTEC
Como ninguna otra... Esa intempestiva descarga de horas noche que vacilan en contoneos groovie, en ondas más hard, en vientos relajados o en bamboleos de cinturas imparables, se ven todos los fines de semana en cualquier rincón sonoro de esta ciudad que grita eventos por doquier sin respeto de brújula o rosas de los vientos, lo importante es la melodía expresiva que se transpira en cualquier calle de Bogotá desde el viernes hasta el final de la semana.
Y bien puede ser el riff desafinado de algún punk que quiere vomitar sus desahogos en tarima, las tornamesas calientes de los Dj's de hip hop que revientan las puntas de diamante en scratches esquizofrénicos, las guitarras explosivas y demenciales de un metalero que se confunde entre el sísmico movimiento de su cabeza y el acelerado paso de los dedos a través del diapasón, o la guacherna sudorosa del guagancó que rebota hasta los pies y produce la ansiedad desesperada pero placentera de bailar, o el conspirador de beats a través de los Denon y las máquinas que cotorrean figuras para golpear el oído y mover el esqueleto, en fin, gastaríamos tres(cientas) reediciones de enciclopedias Salvat en la búsqueda de la descripción de la noche bogotana en acontecimientos con sabor a sonido.
Pero, para llevarse una idea del frenetismo, desmadre y majestuosidad del movimiento de conciertos en el distrito, hay apenas una pequeña muestra: un fin de semana cualquiera, sin ninguna característica especial de Aniversarios conyugales, Onomásticos de celebridades o Efemérides gloriosas, simple, silvestre y desinteresado en materia de justificar la salida nocturna. Sencillamente, es viernes.
El escogido entre tanto evento (se pueden contar mal unos quince como mínimo por toda la ciudad) es un bar pequeño con más cara de restaurante (de hecho, es un restaurante disfrazado de bar) bautizado como La Moderna, sitio que recoge todas las mixturas con el paladar auditivo marino, raizal y muy pero muy afro. Los invitados al minimalismo de la tarima diseñada para el peligro de tocar y caerse en el terremoto del jolgorio son La Makina del Karibe, ensamble de eclecticismo caliente, combinación aventurera de pescado dulce con jugo salado, pero tan, tan sabroso que es inevitable no caer en las redes de este alimento fusionado con ingredientes provenientes de las remotas manos musicales del Africa, algunos toques de folclor del caribe colombiano, guitarras afinadas de sonsonete isleño (muy a lo Providencia, y mejor, a lo Quitasueño, pues su sonido no deja dormir, incita a los ojos vivos y zapatos inquietos), y las voces combinadas que parlotean frases para chuparse los dedos y quitarse las medias, un festín de caderas no tan prominentes que se revuelven entre instrumentos de color playa.
El ritmo de la influencia mayor es el soukuos que viene del Congo, y en verdad es la muestra fiel de que los negros saben gozar desde su misma corporalidad hasta sus expresiones melódicas. El Charry Stereo desde su batería dirige a una tropa invadida por el sabor, piernas y manos al servicio de la perfecta disipación de ciudad; Malpelo viene y ataca, un primo de Mandela vociferando letras de suculento calibre y poniendo el flow de eslabón perdido entre Colombia y Mozambique; unas percusiones hirvientes a manos de la fémina deliciosa Adelis Mix, y el compañero Happy Drum; un guitarrista encarnando al Makiman, el superhéroe divertido de las cuerdas con voz de marciano castrado que acuña chistes flojos de siesta costeña pero inevitablemente hilarantes en medio del ambiente de luna en bikini que traiciona al sol en plena lujuria de playa citadina. Y un conjunto de músicos que se complementa uno al otro, armonía de caos alegre, mecenas de alborozo para noche fría, patrocinador del viernes que propone invitación a ver el amanecer con los ánimos encendidos mientras las costas se apoderan del pavimento.
Y después del viernes continúa el sábado, fecha imperdonable de juerga para quienes se ven obligados a la cobija laboral del día anterior por sus obligaciones de corbata o media velada. La cita esta vez es conglomeración de medianoche para los amantes del beat fusión. Una visita que recoge ambientes de Sinaloa y Tijuana aterriza en el Teatro Metropol del centro de la ciudad, epicentro de conciertos alternativos y sonoridades no tan golpeadas por la radio comercial. Y a son de acordeón, tarola, trompeta y beats se enciende el escenario con un performance original, creativo y sin demasiadas pretensiones, la música es la protagonista, el baile es el copiloto de esta aventura análoga y digital.
Dos representantes del Nortec Collective son los animadores de este light sabbath, Fussible y Bostich juntan fuerzas para reventar parlantes y endulzar a la masa que está ávida de su Tijuana Sound Machine. El señor don Pepe Mogt (Fussible) regurgita texturas electrónicas de orden bailable con aroma a chile picante mientras sostiene una especie de nieto del atari que produce vibraciones visuales y suelta resonancias discotequeras con dejes a kebraditas y zapateos de bota texana, se mezcla esta modernidad tecnológica con los desérticos paisajes de la Baja California, ensamble maravilloso que revolotea entre las piernas del respetado público, que ondea verbalmente la bandera musical de México.
Mientras tanto, el señor Ramón Amezcua se trae todo un line-up de músicos que parecen salidos del baúl de Los Tigres del Norte, trompetista, acordeonero , tarolero y obviamente el respaldo digital en las mezclas del VJ y el talento de Bostich, una propuesta más atrevida que va generando velocidades insospechadas a lo largo de sus temas con redobles inclementes, acordeones con ecos y solos al mejor estilo rockstar, trompetas traviesas que marcan el ritmo o llevan al éxtasis las canciones, e imágenes en clip que recorren todo el aparato cultural del norteño promedio, con su bigote prominente, sombrero protector de sol árido, botas seguras y viriles, avisos de neón que llaman al placer candente de la música y ese carraspeo tan particular de soberbia que trae su origen, el orgullo de ser un mero macho, con la gran diferencia que esta vez las historias no se remontan a una banda de narcos o un revólver con récord de víctimas, sino al persuasivo llamado del baile de tierra efervescente, el cactus digital, la culebra que sacude su cascabel entre beats, el sombrero texano que baila kebraditas electrónicas, esa conjunción tan especial de la cultura autóctona con la contemporaneidad, para redondear una noche de sábado marcada por el Tijuana Sound Machine.
Después de semejante jornada de pies bulliciosos y cabezas de movimiento incesante, damos paso a un plan más pacífico, al aire libre y en completa armonía comunitaria, pero eso sí, sin perder el flow del fin de semana. El domingo se presta para dejar caer el peso en el virtuosismo de los instrumentos, en la maestría del músico y en la escucha sin aderezos de pirotecnia o luces cegadoras. El espacio es Jazz al Parque, evento que se realiza todos los años en septiembres amorosos en el Parque el Lago de Bogotá, metales que acompañan la idílica atmósfera de un San Valentín que rompió los calendarios del mundo para colarse de forma inusual en Colombia para esta época, y que bien es recibido por la musicalidad del jazz.
El cartel se compone de distintos invitados, locales y foráneos, y toda la tarde del septimo día se embalsama en las armónicas melodías del piano, los nostálgicos fraseos del saxo tenor, o el desdoblamiento del saxofón sexual y expresivo. Pero nos concentramos en la agrupación de cierre, espléndidos invitados que evaden la capital del mundo para contagiarnos de su sabor en la tarima de este festival, Groove Collective, que no necesita tantas descripciones al comprobar su nombre, pues este lo resume todo: Un Jay Rodríguez que lidera con pasión esta asociación de géneros que navegan entre el funk, el soul, algo de afro, salsa, y por supuesto, jazz. Su saxofón y flauta cuentan historias vehementes y coloridas, la sangre se dispersa hasta el interior del instrumento y revela su amor por lo negro ancestral, mientras sus compañeros de equipo sacan a relucir sus dotes diestras: Barney McAll desbarata y reconstruye las teclas de su piano con pasión, y se toma tiempo para crear wah wahs en su pequeño Fender Rhodes, citando al puro funk de los setentas en sus notas; el 'Ifatoyè' Theberge, que despliega sus palmas para dar el toque más afro en interpretación, pues es el dueño y señor de las congas; un vibráfono que hace viajes enteros desde los agudos a los graves en solos eternos de aparición que invoca el aire insular, y una batería que sin perdón acompaña con estruendo virtuoso el frenesí de este acid jazz categórico, música para aderezar el domingo de abrazos campestres y pasiones moderadas, esa malicia tranquila que impone el cierre de semana que es efluvio de músicas de otros mundos para el propio nuestro.
No basta un solo fin de semana para deleitarse con tanto color, con tanta variedad de estructuras que se dispersan en bares y teatros, pero sí hay que dejar en claro que en solo tres días se puede vivir de forma tan disímil y enriquecedora ese ambiente de "Tres en Uno", que solo una ciudad como Bogotá puede ofrecer bajo el paradigma de la pluriculturalidad, y se puede comprobar con cada paso de nuevos viernes, sábados y domingos atiborrados de eclecticismo.
Y bien puede ser el riff desafinado de algún punk que quiere vomitar sus desahogos en tarima, las tornamesas calientes de los Dj's de hip hop que revientan las puntas de diamante en scratches esquizofrénicos, las guitarras explosivas y demenciales de un metalero que se confunde entre el sísmico movimiento de su cabeza y el acelerado paso de los dedos a través del diapasón, o la guacherna sudorosa del guagancó que rebota hasta los pies y produce la ansiedad desesperada pero placentera de bailar, o el conspirador de beats a través de los Denon y las máquinas que cotorrean figuras para golpear el oído y mover el esqueleto, en fin, gastaríamos tres(cientas) reediciones de enciclopedias Salvat en la búsqueda de la descripción de la noche bogotana en acontecimientos con sabor a sonido.
Pero, para llevarse una idea del frenetismo, desmadre y majestuosidad del movimiento de conciertos en el distrito, hay apenas una pequeña muestra: un fin de semana cualquiera, sin ninguna característica especial de Aniversarios conyugales, Onomásticos de celebridades o Efemérides gloriosas, simple, silvestre y desinteresado en materia de justificar la salida nocturna. Sencillamente, es viernes.
El escogido entre tanto evento (se pueden contar mal unos quince como mínimo por toda la ciudad) es un bar pequeño con más cara de restaurante (de hecho, es un restaurante disfrazado de bar) bautizado como La Moderna, sitio que recoge todas las mixturas con el paladar auditivo marino, raizal y muy pero muy afro. Los invitados al minimalismo de la tarima diseñada para el peligro de tocar y caerse en el terremoto del jolgorio son La Makina del Karibe, ensamble de eclecticismo caliente, combinación aventurera de pescado dulce con jugo salado, pero tan, tan sabroso que es inevitable no caer en las redes de este alimento fusionado con ingredientes provenientes de las remotas manos musicales del Africa, algunos toques de folclor del caribe colombiano, guitarras afinadas de sonsonete isleño (muy a lo Providencia, y mejor, a lo Quitasueño, pues su sonido no deja dormir, incita a los ojos vivos y zapatos inquietos), y las voces combinadas que parlotean frases para chuparse los dedos y quitarse las medias, un festín de caderas no tan prominentes que se revuelven entre instrumentos de color playa.
El ritmo de la influencia mayor es el soukuos que viene del Congo, y en verdad es la muestra fiel de que los negros saben gozar desde su misma corporalidad hasta sus expresiones melódicas. El Charry Stereo desde su batería dirige a una tropa invadida por el sabor, piernas y manos al servicio de la perfecta disipación de ciudad; Malpelo viene y ataca, un primo de Mandela vociferando letras de suculento calibre y poniendo el flow de eslabón perdido entre Colombia y Mozambique; unas percusiones hirvientes a manos de la fémina deliciosa Adelis Mix, y el compañero Happy Drum; un guitarrista encarnando al Makiman, el superhéroe divertido de las cuerdas con voz de marciano castrado que acuña chistes flojos de siesta costeña pero inevitablemente hilarantes en medio del ambiente de luna en bikini que traiciona al sol en plena lujuria de playa citadina. Y un conjunto de músicos que se complementa uno al otro, armonía de caos alegre, mecenas de alborozo para noche fría, patrocinador del viernes que propone invitación a ver el amanecer con los ánimos encendidos mientras las costas se apoderan del pavimento.
Y después del viernes continúa el sábado, fecha imperdonable de juerga para quienes se ven obligados a la cobija laboral del día anterior por sus obligaciones de corbata o media velada. La cita esta vez es conglomeración de medianoche para los amantes del beat fusión. Una visita que recoge ambientes de Sinaloa y Tijuana aterriza en el Teatro Metropol del centro de la ciudad, epicentro de conciertos alternativos y sonoridades no tan golpeadas por la radio comercial. Y a son de acordeón, tarola, trompeta y beats se enciende el escenario con un performance original, creativo y sin demasiadas pretensiones, la música es la protagonista, el baile es el copiloto de esta aventura análoga y digital.
Dos representantes del Nortec Collective son los animadores de este light sabbath, Fussible y Bostich juntan fuerzas para reventar parlantes y endulzar a la masa que está ávida de su Tijuana Sound Machine. El señor don Pepe Mogt (Fussible) regurgita texturas electrónicas de orden bailable con aroma a chile picante mientras sostiene una especie de nieto del atari que produce vibraciones visuales y suelta resonancias discotequeras con dejes a kebraditas y zapateos de bota texana, se mezcla esta modernidad tecnológica con los desérticos paisajes de la Baja California, ensamble maravilloso que revolotea entre las piernas del respetado público, que ondea verbalmente la bandera musical de México.
Mientras tanto, el señor Ramón Amezcua se trae todo un line-up de músicos que parecen salidos del baúl de Los Tigres del Norte, trompetista, acordeonero , tarolero y obviamente el respaldo digital en las mezclas del VJ y el talento de Bostich, una propuesta más atrevida que va generando velocidades insospechadas a lo largo de sus temas con redobles inclementes, acordeones con ecos y solos al mejor estilo rockstar, trompetas traviesas que marcan el ritmo o llevan al éxtasis las canciones, e imágenes en clip que recorren todo el aparato cultural del norteño promedio, con su bigote prominente, sombrero protector de sol árido, botas seguras y viriles, avisos de neón que llaman al placer candente de la música y ese carraspeo tan particular de soberbia que trae su origen, el orgullo de ser un mero macho, con la gran diferencia que esta vez las historias no se remontan a una banda de narcos o un revólver con récord de víctimas, sino al persuasivo llamado del baile de tierra efervescente, el cactus digital, la culebra que sacude su cascabel entre beats, el sombrero texano que baila kebraditas electrónicas, esa conjunción tan especial de la cultura autóctona con la contemporaneidad, para redondear una noche de sábado marcada por el Tijuana Sound Machine.
Después de semejante jornada de pies bulliciosos y cabezas de movimiento incesante, damos paso a un plan más pacífico, al aire libre y en completa armonía comunitaria, pero eso sí, sin perder el flow del fin de semana. El domingo se presta para dejar caer el peso en el virtuosismo de los instrumentos, en la maestría del músico y en la escucha sin aderezos de pirotecnia o luces cegadoras. El espacio es Jazz al Parque, evento que se realiza todos los años en septiembres amorosos en el Parque el Lago de Bogotá, metales que acompañan la idílica atmósfera de un San Valentín que rompió los calendarios del mundo para colarse de forma inusual en Colombia para esta época, y que bien es recibido por la musicalidad del jazz.
El cartel se compone de distintos invitados, locales y foráneos, y toda la tarde del septimo día se embalsama en las armónicas melodías del piano, los nostálgicos fraseos del saxo tenor, o el desdoblamiento del saxofón sexual y expresivo. Pero nos concentramos en la agrupación de cierre, espléndidos invitados que evaden la capital del mundo para contagiarnos de su sabor en la tarima de este festival, Groove Collective, que no necesita tantas descripciones al comprobar su nombre, pues este lo resume todo: Un Jay Rodríguez que lidera con pasión esta asociación de géneros que navegan entre el funk, el soul, algo de afro, salsa, y por supuesto, jazz. Su saxofón y flauta cuentan historias vehementes y coloridas, la sangre se dispersa hasta el interior del instrumento y revela su amor por lo negro ancestral, mientras sus compañeros de equipo sacan a relucir sus dotes diestras: Barney McAll desbarata y reconstruye las teclas de su piano con pasión, y se toma tiempo para crear wah wahs en su pequeño Fender Rhodes, citando al puro funk de los setentas en sus notas; el 'Ifatoyè' Theberge, que despliega sus palmas para dar el toque más afro en interpretación, pues es el dueño y señor de las congas; un vibráfono que hace viajes enteros desde los agudos a los graves en solos eternos de aparición que invoca el aire insular, y una batería que sin perdón acompaña con estruendo virtuoso el frenesí de este acid jazz categórico, música para aderezar el domingo de abrazos campestres y pasiones moderadas, esa malicia tranquila que impone el cierre de semana que es efluvio de músicas de otros mundos para el propio nuestro.
No basta un solo fin de semana para deleitarse con tanto color, con tanta variedad de estructuras que se dispersan en bares y teatros, pero sí hay que dejar en claro que en solo tres días se puede vivir de forma tan disímil y enriquecedora ese ambiente de "Tres en Uno", que solo una ciudad como Bogotá puede ofrecer bajo el paradigma de la pluriculturalidad, y se puede comprobar con cada paso de nuevos viernes, sábados y domingos atiborrados de eclecticismo.
7 sept 2009
KISS- DESTROYER
Cuando nos remitimos a un año como 1976 las referencias de fauna musical son variadas, y las corrientes y estilos son disímiles, especialmente en el campo del rock. El sonido de las guitarras fuertes en oferta iba inclinado al lado de gente como Aerosmith y AC/DC, un poco de riffs rupestres pero bonitos con Thin Lizzy, la rapidez y contundencia de Judas Priest, cierta nostalgia folclórica con Boston y Blue Oyster Cûlt, o el desenfado sin academia de Ramones. Pero ninguna de las bandas tuvo el impacto visual que ofrecía Kiss, banda neoyorquina que proponía imagen de conmoción con todos sus disfraces, maquillajes y extravagancias, además de una dosis híbrida de hard rock y glam.
Para mediados de los setentas la banda contaba con gran reconocimiento gracias a su trabajo Alive! que confirmaba un trabajo espectacular en el escenario y recogió cuatro discos de platino, de la mano del productor Eddie Kramer. El reto era mantener el nivel de asiduidad de sus seguidores y proponer novedad, cosa difícil, pues Gene Simmons y su gente ya tenían una puesta en escena y un sonido definido, e innovar podría ser demasiado riesgoso.
La formación original de Kiss es quizá la más sólida y comprometida con su música: Los indudables líderes Gene Simmons (bajo, voz) y Paul Stanley (guitarra rítmica, voz), en compañía de Ace Frehley (guitarra líder) y Peter Criss (batería). Cada uno con definidos personajes en sus rostros maquillados: El demonio, El Chico Estrella, El Marciano, y El Gato respectivamente, trazos estéticos con clara influencia del kabuki, teatro japonés de alto nivel con representaciones de canto y baile y una fuerte dosis ornamental en los atuendos de los actores. Kiss es la versión teatral de la música, con una fuerte dosis de originalidad en su puesta en escena.
Venían de un disco en vivo y ya iban para su cuarto LP en estudio, esta vez su sello Casablanca se mantuvo al pie del cañón y les patrocinó la idea de reclutar como productor al experimentado Bob Ezrin, un maniático jugador de efectos y novedades sonoras que venía de trabajar con otro gran exponente de la teatralidad en vivo, Alice Cooper. La apuesta era sacudir al mundo con un rudo pero efectivo trabajo instrumental, algunas inclusiones efectísticas, y orquestaciones que dieran variedad al disco en comparación con los anteriores.
El producto final fue Destroyer, lanzado el 15 de marzo de 1976 de Nueva York para el mundo, con nueve canciones y un Outro, donde se escucha una visión pasional, potente y un poco distorsionada en música, y letras narcisistas que enmarcan el mundo de las giras, las groupies y la imagen de ídolos que ya expectoraban ante el público. Con Destroyer confirman que no solo la oferta va en la apariencia excéntrica de sus atuendos, sino en el poder que pueden transmitir desde el sonido de las guitarras y las voces carrasposas del grupo. Su música dio un paso a la evolución.
Y esta evolución comienza con un verdadero clásico del rock, con todos los ingredientes necesarios para dinamitar cualquier escenario: "Detroit Rock City" es una bomba de buen hard rock salpicado de cadencia heavy con guitarras enérgicas de riffs dominantes que narra la historia de un joven amante del sonido Kiss listo para emprender su ruta de la muerte en una autopista de Detroit mientras se dirige a un concierto, con el final fatal marcado desde el inicio del tema, un intro que se percibe de alguna televisión de restaurante y divulga la noticia de la muerte del apasionado retador de la vía. Más adelante Paul Stanley va bramando el relato frenético del camino letal de medianoche de juventud rockanrolera con toda la potencia rockstar, y la guitarra de Ace Frehley coquetea con solos heavy que dan un carácter veloz y altisonante a este, su tercer sencillo de lanzamiento, que, a pesar de su calidad musical, apenas registró en Alemania en listados en la casilla 14. Los covers no podían faltar, los mas reconocidos, de la banda ska Mighty Mighty Bosstones, y de los suecos heavy Hammerfall. Años después (1999), la canción inspiraría una comedia juvenil titulada bajo el mismo nombre.Para los amantes del hard rock, puede ser un buen trip audiovisual con sonidos de Van Halen, AC/DC, y obviamente, Kiss.
Parte del triunfo de Destroyer fue la importante cuota que brindó el sentido talentoso de Bob Ezrin, que provenía de Toronto para hacer de las suyas con aquella sensibilidad de sonidos clásicos adaptados al rock y ciertas atmósferas que generaban grandilocuencia en muchas de sus composiciones. Después de trabajar con el siempre macabro Alice Cooper, y anticiparse a los tiempos modernos con la lúgubre genialidad del Berlín de Lou Reed, Bob aderezó con ingredientes épicos muchas canciones del LP de Kiss. Entre estas, "King of the Night Time World", con un redoble guerrero y guitarras que rinden pleitesía a la llegada del Rey de la Vida Nocturna, el hombre por el que todas las chicas se derriten en la noche de neón y colores fuertes, mientras la letra se encarga de desacreditar la existencia de escuela y los ítems disciplinarios para dedicarse a una vida plena de estrella del glam. Y muy glam resulta el ritmo del track, con coros repetidos de forma continua, la voz presumida de Stanley y las guitarras chillonas que se unen a la fiesta concupiscente del rock and roll. Aunque pareciera una pieza original de Kiss, el crédito se lo debe llevar el artista de culto Kim Fowley, que la compuso en los 60s, su década de gloria en el circuito underground. Este señor inspiraría en muchos grupos los sonidos distorsionados y ciertas actitudes punk que dominarían el segundo lustro de los 70s.
La palabra que mejor resumiría la idea que propone Kiss es una sola: Espectacularidad. Muy pocas bandas de rock (si no ninguna), han logrado igualar la propuesta majestuosa de maquillajes, trajes, logos de 50 metros en tarima, pirotecnia por doquier, guitarras humeantes, sangre y fuego en las bocas, disparatadas poses y un Set que pareciera recién extraído del panorama de una guerra nuclear. Todos estos elementos incluídos en muchas de sus presentaciones, en especial las posteriores al Destroyer como el Spirit Tour realizado en 1976. Durante esa gira corroboran su pose de dioses de la música con temas como "God of Thunder", que divinamente cabe en el repertorio de una banda metalera escandinava o griega, pues su letra se remite a las deidades de la mitología antigua, del poder, de las fuerzas omnipotentes, con ese tono oscuro que adhiere en sus cantos Gene Simmons, mientras lo acompañan unas infantiles pero siniestras voces de David y Josh Ezrin (cortesía de las atmósferas creadas por los hijos de su productor estrella), y los ecos atronadores de las furiosas divinidades. Este es tal vez su tema más metalero del disco, con guitarras carrasposas y algunos ecos que lo inclinan un poco a los orígenes del black. En las presentaciones en tarima, el baterista Peter Criss se daba el lujo de tocar solos hasta de 15 minutos durante el transcurso de la pieza. Obviamente un tema de esta índole no podía dejar de tener covers, el más reconocido, de los suecos Entombed, dignos representantes del death metal.
En esta producción se nota bastante el apoyo de componentes externos como las orquestaciones, y hay gente detrás de esto: La New York Philarmonic-Simphony Orchestra deleita con sus atavíos sonoros y engrandece especialmente la canción "Great Expectations", una de las más extrañas en su discografía, pues no se parece nada a lo hecho anteriormente; violines, bombos, pianos y una casi tierna voz de Simmons (aunque decir tierna es mucho), con el único ingrediente hard, la guitarra compañera que habla sobre las fans con fiebre por ser parte del universo de un rockstar, aquellas ilusionadas groupies que demandan ansiedad hormonal y afectiva sobre los ídolos del escenario, siempre con grandes esperanzas por una noche mágica con el cuerpo que tiene impreso detrás de su puerta o en algún closet repleto de afiches venerados, evidentemente, en este caso, de alguno de los Kiss. Cabe anotar que los coros son ejecutados de forma casi celestial por el Brooklyn Boys Choir, bajo la conducción orquestal del maestro score Michael Kamen, quien incluyó crescendos y toda una parafernalia de partituras clásicas en la canción. Este compositor ha tenido un repertorio bastante interesante en filmes (X-Files, Mr. Holland's Opus) y discos (The Wall, S & M). Respaldaba la Filarmónica y empezaba a dar sus primeros pasos grandes para la época, y uno de esos ejemplos, está en esta original muestra, cuarta en el orden de tracks del LP.
Si hablamos de listados, Destroyer tuvo más relevancia afuera que en USA, su país de origen. Solamente hay que nombrar a Suecia (4) , Canadá (6) y Austria (6) en posiciones privilegiadas. En USA se destacaron en el puesto 11, pero no llegaron al tope. El segundo sencillo del álbum fue "Flaming Youth", con una figuración muy irregular en listas (72 en el país del Tío Sam). Sin embargo, este es el corte que más expresa el estilo de vida Kiss, una declaración de juventud sin censura, con la libertad por delante y sin la palabra responsabilidad estampada en su pellejo: 'My uniform is leather, and my power is my age'. Un idealismo irracional decorado con tonos glam, coros característicos del estilo y guitarras frescas que van dialogando con el manifiesto sin complicaciones de Stanley, la canción más empapada de glam en todo el trabajo.
A medida que uno va escuchando las líricas del álbum, es evidente el tratamiento narcisista que toman la mayoría de los temas, rockeros de ciudad que se van transformando lentamente en superhéroes, en dioses de la escena, y eso es muy visible en su cubierta, diseñada por Ken Kelly, un especialista en 'endiosamientos' de personajes, pues fue también ilustrador de cómics como Cónan el Bárbaro y Tarzán, además de involucrarse en carátulas de discos de Manowar y Rainbow. Así que, imagen y palabras se complementan para crear una visión de poderío total por parte de Kiss. Y en algunos casos machista, pues "Sweet Pain", el sexto corte del disco, habla sobre ese 'dulce dolor' que puede causar el amor de una fan por uno de estos rockeros. Simmons, con su aspereza característica, deja en claro que la afición de una groupie la puede conducir a la locura si se mantiene como seguidora del chico de cuero y lengua larga. Aquí vemos que en algunos casos el pragmatismo en el talento prevalece sobre la imagen, pues Simmons no es ningún modelo escultural y su rostro no es el más apropiado para un comercial de cremas de afeitar, pero las herramientas de un buen make-up y los acordes afinados de un bajo hacen maravillas con las chicas. Musicalmente hablando, "Sweet Pain" es un rock and roll puro, con los setentas respirando en cada una de sus notas, coros efectivos y partituras sin muchas complicaciones, buena pieza para un bar en la tarde.
El primer sencillo de este trabajo fue "Shout it Out Loud", una especie de secuela de su gran éxito del año anterior "Rock and Roll All Nite". Con notas parecidas y el corte hard rock que se sostiene en toda la canción, sigue siendo una incitación a no abandonar el rock and roll festivo y declararlo como estandarte de vida: 'The night's begun and you want some fun', 'Everybody's got to rock and roll', frases promocionales de la juerga que siempre han hecho parte del repertorio lírico de Kiss. Los coros tienen el tono más frecuente de sus canciones, y esta vez Simmons y Stanley unen fuerzas para cantar a dúo, a veces por turno en voz, a veces como salmo responsorio, culto al volumen alto y la fiesta eterna. En Canadá logró escalar hasta la primera posición de listas, mientras en EEUU apenas llegó al 31. Pero si alguien es rockero del común (con más de 30 años por supuesto) y habla sobre Kiss, debe conocer de forma obligada este sonsonete que ya es parte de los clásicos de su discografía. No hay necesidad de gritarlo más alto, pues con el volumen a medias ya sabemos quienes son los artífices de esta melodía.
Como en la mayoría de los grupos, siempre hay un comodín, el miembro X que contribuye con la causa musical en silencio, sin salir en los créditos que se llevan las estrellas. El de Kiss se llama Dick Wagner, guitarrista de sesión que esta vez intervino en tres canciones del disco, "Sweet pain", con la guitarra líder, más rockanrolero que nunca, rebelde y vivo en "Flaming Youth", y por último, la cuota acústica en el cuarto sencillo de la banda, “Beth”. Esta pieza, reconocida por cuanto meloso atraviese el dial del pop, fue curiosamente cara B de “Detroit Rock City”, y logró causar un impacto tal, que se convirtió en el sencillo más exitoso del LP (la disquera tuvo que reeditar su prensaje como cara A del vinilo), con escaladas en listas hasta el Número 7 en EEUU y el 5 en Canadá, y radiado desde la más rockera de las emisoras hasta la más easy listening, con decir que sirve desde declaración de amor hasta música para hacer digestión, pues no parece hecha por los rudos individuos Dioses del Trueno y de las Chicas, sino que en melosería orquestal recurren a los trucos clásicos de Michael Kamen y la Philarmonic-Symphonic de Nueva York, y a la ronca pero sumisa voz del baterista Peter Criss, que se ofrece como el esposo que extraña su hogar y a la mujer de su vida mientras enfrenta sus múltiples compromisos de trabajo y una agenda hostigante de giras, autógrafos y chicas con desordenes hormonales; para compensar la carga de su ausencia, dedica este tema a la mujer que siempre lo espera como buena esposa en casa. Parece un corte compuesto por los Beatles en sus momentos idílicos, violines tiernos, pianos lacrimosos y guitarras sublimes que acompañan el triste testimonio del pobre Criss. La canción fue tan popular que en 1977 se llevó el People Choice Award, y se convirtió en melodía casi obligada de emisora romántica. El éxito llega vestido de rosa.
Una cosa curiosa con Casablanca Records, sello de la banda, es el giro que dio a los artistas fichados por ese entonces, pues la onda disco empezó a tomar forma, y la marca reclutó nombres como Donna Summer, Village People, Cher y hasta Parliament con George Clinton. ¿Qué hacía Kiss entre tanta pluma y lentejuela? Negocio es negocio y a Casablanca le importaba producir dinero y no convertirse en disquera "conceptual" de grupos, ejemplo claro actual en todos los sellos del orbe. Por su parte, Kiss no podía terminar el disco con delicadezas orquestales, el último tema es glam típico de guitarras imperantes y la voz de Stanley retumbando “Do you Love me”, dedicada a las chicas que esta vez no cuentan con ansiedad de hombre sino de dinero y lujos, interesadas en exprimir la cuenta bancaria y las posesiones del ingenuo Paul, del asalariado Gene, del tranquilo Ace o del moderado Peter, chicas que aman al Dinero con hombre sobre todas las cosas. Aquí vuelve y juega el tema de la autoría del track, el compositor original es Kim Fowley de nuevo, quien desde tiempo atrás debió sufrir las consecuencias del bolsillo atractivo, pero apaleado por los tacones altos que no se sacian de exprimirlo. Para los curiosos, pueden consultar una versión esquizofrénica de Nirvana en los 90s, una letra que cabe perfectamente en la movida grunge del grupo en su apogeo.
Finalmente la cuota bonus-track es un Outro cortesía de Bob Ezrin, vociferaciones y entusiastas clamores del público que parece pedir ‛Otra...Otra' mientras el grupo cierra su presentación en algún escenario extasiado después de ver a estos ídolos de trajes estilo cómic y apariencia poco cristiana que ha brindado un disco sólido dentro del glam rock, con curiosidades de tipo sinfónico, con una balada llorona que enterneció a cualquier detractor del grupo, y con el megalómano trabajo lírico que envuelve casi todas sus composiciones. Destroyer es un buen exponente de época y responde a las masas como una tromba de sonidos que llegaron para quedarse. Los chicos del kabuki occidental estruendoso y rockanrolero, una vez más, complacen a sus fieles seguidores setenteros, y porqué no, a las nuevas generaciones.
1 sept 2009
SLUMDOG MILLIONAIRE: BARRIO BAJO POR LO ALTO
Siempre que hay muestras étnicas, exposiciones visuales de territorios lejanos, recorridos cinematográficos por lugares inexplorados, hay un impacto global al abrir la tapa de la olla con ese aroma desconocido que el público ansía alguna vez deleitarse o causar reflujo. En la mayoría de los casos, este tipo de experimentos son exitosos, y más aún, hablando puntualmente de la película arrasadora de estatuillas doradas como Slumdog Millionaire, que ha sido el punto más alto de reconocimiento para un director de mirada tan particular como el inglés Danny Boyle.
Después de tener un involuntario catálogo de autor de películas juveniles de culto como Tumbas a ras de la Tierra (1994), Trainspotting (1996), y pasar por temas con delirio de persecución al mejor estilo de La Playa (2000) o Exterminio (2002), Boyle se aventura a salir del espacio occidental típico para adentrarse en la mística ambigua de Bombay en la India, y dar un viaje sin eufemismos por las zonas menos favorecidas de esta ciudad portuaria y gritarle al mundo que la pobreza es la constante compañera de cualquier latitud, sin discriminación de raza, género o lengua nativa.
Pero, porqué Slumdog Millionaire es la película del año según muchos? Cuál es el mérito que ha llevado a estos hijos de Rama al reconocimiento universal plasmado en celuloide? Porqué Oscar los acogió como buenos sobrinos y les dio ocho premios?
La palabra mágica que rodea toda la atmósfera de la película tanto en desarrollo de guión como audiovisual es enlace. Desde que el escritor Simon Beaufoy se jugó la pluma con la relación directa entre el transcurso del juego Who Wants to Be a Millionaire, y la historia de vida de Jamal Malik, su protagonista, existió la magia de entrelazar distintos tiempos y espacios, y dar una explicación de corte lógico al tino del concursante con las preguntas de selección múltiple que harían dudar a cualquier cristiano o hinduísta. Desde el primer interrogante hasta el último de la prueba televisiva, hay una conexión que conduce a la justificación de la respuesta certera de Jamal. El otro enlace es visual: solo hay que recordar un par de escenas, mientras los hermanos van creciendo como habitantes del techo de un tren y de un momento a otro pasan de la niñez a la temprana adolescencia acompañados por el hostil polvo del camino ferroviario, o la inicial "cachetada de la suerte" que usa Prem (el presentador del concurso) e inmediatamente vamos a una "cachetada de la muerte" en el cuarto de tortura, cuando interrogan a Jamal a la fuerza. Durante todo el film, estas uniones no suceden por casualidad, son conspiración clara entre guionista y director. Primer hit de Slumdog.
Elemento indispensable en la filmografía de Boyle es el uso de una magnífica banda sonora, y en este caso no podía haber excepción: Allah Rakha Rahman hace uso de todas sus dotes musicales para componer un excelso conglomerado de sonoridades qawwali, sonidos del Hindustán y texturas electrónicas de Occidente, la fusión tan en boga que funciona perfecta para crear ambientes a lo largo de la cinta, lo clásico y lo moderno juntos de nuevo para arrasar con el gusto de los oyentes. Esta vez su patrocinadora vocal es M.I.A. directamente importada de Sri Lanka, quien hace célebre en todo el orbe "Paper Planes" y "O...Saya", que son parte del mágico soundtrack de 13 temas que caben sin problema en este rompecabezas de ficción con sabor a India.
Otro de los puntos acertados en el éxito de la película es la recreación histórica de los últimos años en el país de las vacas sagradas: a medida que se va desentrañando la historia de vida de Jamal Malik, hay puntos de referencia que empalman con acontecimientos o costumbres de la India. Primera respuesta, el reconocido actor Amitabh Bachchan, enlace a uno de los símbolos de la industria hindú: Bollywood, el mayor productor de cine en el mundo , y todo un homenaje al estilo hindi, la mejor vía de escape para los miles de dolientes sociales en Bombay. Y la gran escena en la que el infante Jamal bañado en excremento consigue su sueño de rúbrica famosa, para ostentarla más adelante entre su colección de fantasías: será que hay que volverse una mierda para conseguir lo que se quiere?
Segunda respuesta, el tema religioso que siempre ha colmado de sufrimiento a las víctimas de los feligreses fanáticos, el enfrentamiento entre los que prefieren el nombre de Alá al de Rama, para saber que al final el objeto de adoración es similar, lo único que cambia es la "razón social". La lucha continua a través de la historia por culpa de la creencia no es exclusiva de la India, los dioses han esparcido por todo el mundo el sentimiento de envidia fervorosa y permiten el libre albedrío del fanatismo asesino. Un golpe magistral de Boyle, que con un solo ejemplo narrativo, (la muerte de la madre de Jamal y Salim) recrea los peligros del entusiasta por la fé terca, y la negligencia policial ante los hechos, eso suena conocido en distintas coordenadas del atlas...
La siguiente pregunta se remonta a la bella literatura y composición tradicional de la India: el tema "Darshan do Ghanshyam" es un ejemplo del conocimiento hinduísta y el respeto a Krishna, usando bonitas metáforas para conectar la filosofía con la poesía y el misticismo religioso. Lo curioso del asunto es que la respuesta en la película es equivocada, pues se atribuye al poeta Surdas la autoría de este canto, cuando la idea original pertenece a un señor Nepali que ni siquiera es tomado en cuenta en el tablero electrónico de opciones del concurso, y gracias a esto se ha formado una pelea por derechos de autor que ni el mismo Surdas en su vigesimoquinta reencarnación imaginaría. La otra particularidad del tema es que este poeta del siglo XVI era ciego y tuvo una infancia muy difícil, igual a la escena que corresponde a la recreación de la pregunta: un niño de la calle (Arvind) que es obligado a mendigar en la calle,cegado de forma violenta, cantando poemas tradicionales de su país. ¿La miserable belleza?
Y viene una de las preguntas más ácidas del concurso, con todo el peso de la crítica al capitalismo: ¿Quién tiene estampado el rostro en el billete de 100 dólares? Un niño de barrio bajo que no tiene vista identifica a Benjamin Franklin en medio de tanta penuria y oscuridad. ¿Será que Beaufoy y Boyle nos quieren decir que el poder del dinero enceguece? ¿Que somos animales invidentes de conocimiento, que no reconocemos una fecha, pero sí un billete? Es claro el mensaje sobre la incesante contaminación que sufrimos por andar detrás del papel entintado en números con ceros que pueden satisfacer muchas necesidades de ciudad; Jamal es aquel héroe que no concursa por dinero, sino por amor, porque la viva inocencia de los buenos deseos se inclina a la felicidad emocional. Salim es la contraparte, el niño que se hace hombre mediante el estímulo del dinero, el animal que huele al instinto de posesión, de poder territorial, de dominio. Arvind es la víctima que cae ante el señuelo de un futuro mejor con las monedas que acallan su luz. El monstruo del capitalismo salvaje es el antagonista de esta historia de amor.
Cuando no funciona el poder con los recursos monetarios, hay que ser más drásticos. Siguiente pregunta, impajaritable tema: la violencia. ¿Quién inventó el revolver? Samuel Colt. La siguiente pregunta debería ser ¿Hay que agradecer a Samuel Colt su prolífica labor como promotor del armamentismo? No hay última palabra. En esta película (y en muchas realidades) la última palabra la tiene el cañón, el tambor, el olor de la pólvora, el imperio de la agresión. El arma en la cabeza de Jamal no viene a conciliar: Ordena, repele, subyuga. Y la violencia es la constante durante esta travesía del protagonista en busca de su amor de infancia. El odio de sus congéneres es la sombra que no lo deja en paz, el atropello es el principal obstáculo.
Y dentro de la idiosincracia de un país el deporte no se puede dejar fuera: el equivalente del fútbol para los hindúes es el cricket, deporte glorioso con liga premier y toda la parafernalia para llamar la atención de un público atento a los bates de las Indias Orientales. El ingrediente subliminal es el paternalismo británico que siempre ha querido pavonearse sobre su ex-colonia, pues hay que recordar que India fue de dominio inglés por buen tiempo hasta la aparición providencial del Mahatma Gandhi y su política de la No Violencia que los llevó a la independencia. La pregunta confrontaba dos grandes bateadores de cricket, el oriundo de Bombay Sachin Tendulkar y el señor Jack Hobbs de Cambridge. ¿Quién hizo más carreras en Primera División? El 50-50 de Who Wants to be a Millionaire abogaba por los dos, el deshonesto presentador Prem aboga por la trampa, pero Jamal no cae. La respuesta correcta va por el lado del inglés. ¿Habrán tintes de corte nacionalista en la materia? Danny Boyle es inglés... Simon Beaufoy, también...
Y la pregunta final proviene de un escritor francés (Alejandro Dumas), y tiene que ver más con la reflexión de una vida entera de amistad sin reproches por encima del bien y del mal, reforzando el famoso lema de los Tres Mosqueteros, 'Todos para uno y Uno para todos', Jamal, Salim y Latika juntos en cualquier circunstancia. ¿Quién es el tercer mosquetero? Aquel Aramis amante del poder y la comodidad, arrogante de su capacidad, pero doblegado ante el verdadero sentimiento de la amistad, tal como lo plantea el personaje de Latika, que al fin y al cabo, es la causa principal de que Jamal ande metido en semejante enredo de selección múltiple que mantiene atentos a millones de espectadores, y obviamente, estimula los propósitos de divulgación de la película. Pues sin Latika, no habría un slumdog millionaire.
Para rematar los méritos del filme, cabe anotar el montaje dinámico, con cortes ágiles, con un trabajo muy bueno en equipo con la mezcla de sonido, y con la predisposición de una cámara impecable para crear juegos de montaje desde distintos planos. Boyle es un amante de la descripción, en todos sus largos ubica al espectador geográficamente, la persecución inicial en el barrio bajo, los recorridos interminables en el tren, la majestuosidad del Taj Mahal, el crecimiento desproporcionado de la zona comercial de Bombay, el clip que describe sin ser aburrido, la mecánica de poder viajar a través de las imágenes y los pegues bien hechos en edición. De hecho, una de las preguntas del concurso se refiere a Cambridge, una de las glorietas de Londres, y si recordamos Trainspotting, cuando Renton llega a la capital hay un verdadero promocional turístico de la ciudad. Característica de Boyle, situar al espectador en el lugar y venderlo, incitar al ojo a vivir lo que ve.
Pero en esencia, el objeto a tocar es el dinero y sus alcances, sea mediante concursos, mendicidad, mafia, trabajo o simplemente buena suerte. Es aquel factor que puede liberar de muchos apuros económicos, pero al salir bien librado de estos, después es casi imposible escapar de él. Es la bestia perseguidora que invita al consumo salvaje, por encima de los valores y principios que inculcaban los abuelos. Cuando se conoce, el dinero vicia al hombre. O si no, que lo diga Salim durante toda su historia, y revisemos su final, envuelto en un jacuzzi de puro efectivo letal. Y la finalidad de Jamal es ganar millones de caricias de su gran amor de infancia sin importar que su última respuesta definitiva no sea la acertada. El poder del pálpito amoroso enfrenta la tentación de la rupia venenosa, un combate permanente que cuestiona la honestidad y las emociones francas, pero esta vez, el chico de barrio bajo logra quedar en alto.
Queda en deuda ese final bailable que contrapone su credibilidad, y convierte la ansiedad dramática del espectador en un musical que, aunque bien montado, no es justificable. Y un interrogante curioso: ¿Cómo aprendieron a hablar inglés este par de slumdogs sin educación alguna? Pues vemos a un flamante Jamal de unos doce años como guía turístico en pleno Taj Mahal, en perfecto angloparlante. Y el cliché de la llamada a celular que parece nunca va a ser contestada, pero en el último segundo es la voz esperanzadora de Latika la que rompe con el suspense. De todos modos, ninguna película es perfecta, y esta, como muchas otras, está intoxicada de algunas inconsistencias que serán objeto de rapiña por parte de la crítica. Sin embargo, cumple con el objetivo, mostrando una faceta occidental del bollywood versioneado por el Hollywood, con muchos ingredientes desconocidos para la gente de este lado del mundo, y con la visión idealista (que puede resultar aburrida para muchos pesimistas) de un lugar plácido en el que la materia pierde la batalla con el sentimiento. Igual, Danny Boyle planteó en el 96: 'Choose life'.
Después de tener un involuntario catálogo de autor de películas juveniles de culto como Tumbas a ras de la Tierra (1994), Trainspotting (1996), y pasar por temas con delirio de persecución al mejor estilo de La Playa (2000) o Exterminio (2002), Boyle se aventura a salir del espacio occidental típico para adentrarse en la mística ambigua de Bombay en la India, y dar un viaje sin eufemismos por las zonas menos favorecidas de esta ciudad portuaria y gritarle al mundo que la pobreza es la constante compañera de cualquier latitud, sin discriminación de raza, género o lengua nativa.
Pero, porqué Slumdog Millionaire es la película del año según muchos? Cuál es el mérito que ha llevado a estos hijos de Rama al reconocimiento universal plasmado en celuloide? Porqué Oscar los acogió como buenos sobrinos y les dio ocho premios?
La palabra mágica que rodea toda la atmósfera de la película tanto en desarrollo de guión como audiovisual es enlace. Desde que el escritor Simon Beaufoy se jugó la pluma con la relación directa entre el transcurso del juego Who Wants to Be a Millionaire, y la historia de vida de Jamal Malik, su protagonista, existió la magia de entrelazar distintos tiempos y espacios, y dar una explicación de corte lógico al tino del concursante con las preguntas de selección múltiple que harían dudar a cualquier cristiano o hinduísta. Desde el primer interrogante hasta el último de la prueba televisiva, hay una conexión que conduce a la justificación de la respuesta certera de Jamal. El otro enlace es visual: solo hay que recordar un par de escenas, mientras los hermanos van creciendo como habitantes del techo de un tren y de un momento a otro pasan de la niñez a la temprana adolescencia acompañados por el hostil polvo del camino ferroviario, o la inicial "cachetada de la suerte" que usa Prem (el presentador del concurso) e inmediatamente vamos a una "cachetada de la muerte" en el cuarto de tortura, cuando interrogan a Jamal a la fuerza. Durante todo el film, estas uniones no suceden por casualidad, son conspiración clara entre guionista y director. Primer hit de Slumdog.
Dos sillas en pos del dinero |
Elemento indispensable en la filmografía de Boyle es el uso de una magnífica banda sonora, y en este caso no podía haber excepción: Allah Rakha Rahman hace uso de todas sus dotes musicales para componer un excelso conglomerado de sonoridades qawwali, sonidos del Hindustán y texturas electrónicas de Occidente, la fusión tan en boga que funciona perfecta para crear ambientes a lo largo de la cinta, lo clásico y lo moderno juntos de nuevo para arrasar con el gusto de los oyentes. Esta vez su patrocinadora vocal es M.I.A. directamente importada de Sri Lanka, quien hace célebre en todo el orbe "Paper Planes" y "O...Saya", que son parte del mágico soundtrack de 13 temas que caben sin problema en este rompecabezas de ficción con sabor a India.
Otro de los puntos acertados en el éxito de la película es la recreación histórica de los últimos años en el país de las vacas sagradas: a medida que se va desentrañando la historia de vida de Jamal Malik, hay puntos de referencia que empalman con acontecimientos o costumbres de la India. Primera respuesta, el reconocido actor Amitabh Bachchan, enlace a uno de los símbolos de la industria hindú: Bollywood, el mayor productor de cine en el mundo , y todo un homenaje al estilo hindi, la mejor vía de escape para los miles de dolientes sociales en Bombay. Y la gran escena en la que el infante Jamal bañado en excremento consigue su sueño de rúbrica famosa, para ostentarla más adelante entre su colección de fantasías: será que hay que volverse una mierda para conseguir lo que se quiere?
Jamal en letrina de barrio bajo |
La siguiente pregunta se remonta a la bella literatura y composición tradicional de la India: el tema "Darshan do Ghanshyam" es un ejemplo del conocimiento hinduísta y el respeto a Krishna, usando bonitas metáforas para conectar la filosofía con la poesía y el misticismo religioso. Lo curioso del asunto es que la respuesta en la película es equivocada, pues se atribuye al poeta Surdas la autoría de este canto, cuando la idea original pertenece a un señor Nepali que ni siquiera es tomado en cuenta en el tablero electrónico de opciones del concurso, y gracias a esto se ha formado una pelea por derechos de autor que ni el mismo Surdas en su vigesimoquinta reencarnación imaginaría. La otra particularidad del tema es que este poeta del siglo XVI era ciego y tuvo una infancia muy difícil, igual a la escena que corresponde a la recreación de la pregunta: un niño de la calle (Arvind) que es obligado a mendigar en la calle,cegado de forma violenta, cantando poemas tradicionales de su país. ¿La miserable belleza?
La llamada a un amigo. Freida Pinto es Latika. |
Y viene una de las preguntas más ácidas del concurso, con todo el peso de la crítica al capitalismo: ¿Quién tiene estampado el rostro en el billete de 100 dólares? Un niño de barrio bajo que no tiene vista identifica a Benjamin Franklin en medio de tanta penuria y oscuridad. ¿Será que Beaufoy y Boyle nos quieren decir que el poder del dinero enceguece? ¿Que somos animales invidentes de conocimiento, que no reconocemos una fecha, pero sí un billete? Es claro el mensaje sobre la incesante contaminación que sufrimos por andar detrás del papel entintado en números con ceros que pueden satisfacer muchas necesidades de ciudad; Jamal es aquel héroe que no concursa por dinero, sino por amor, porque la viva inocencia de los buenos deseos se inclina a la felicidad emocional. Salim es la contraparte, el niño que se hace hombre mediante el estímulo del dinero, el animal que huele al instinto de posesión, de poder territorial, de dominio. Arvind es la víctima que cae ante el señuelo de un futuro mejor con las monedas que acallan su luz. El monstruo del capitalismo salvaje es el antagonista de esta historia de amor.
Cuando no funciona el poder con los recursos monetarios, hay que ser más drásticos. Siguiente pregunta, impajaritable tema: la violencia. ¿Quién inventó el revolver? Samuel Colt. La siguiente pregunta debería ser ¿Hay que agradecer a Samuel Colt su prolífica labor como promotor del armamentismo? No hay última palabra. En esta película (y en muchas realidades) la última palabra la tiene el cañón, el tambor, el olor de la pólvora, el imperio de la agresión. El arma en la cabeza de Jamal no viene a conciliar: Ordena, repele, subyuga. Y la violencia es la constante durante esta travesía del protagonista en busca de su amor de infancia. El odio de sus congéneres es la sombra que no lo deja en paz, el atropello es el principal obstáculo.
Y dentro de la idiosincracia de un país el deporte no se puede dejar fuera: el equivalente del fútbol para los hindúes es el cricket, deporte glorioso con liga premier y toda la parafernalia para llamar la atención de un público atento a los bates de las Indias Orientales. El ingrediente subliminal es el paternalismo británico que siempre ha querido pavonearse sobre su ex-colonia, pues hay que recordar que India fue de dominio inglés por buen tiempo hasta la aparición providencial del Mahatma Gandhi y su política de la No Violencia que los llevó a la independencia. La pregunta confrontaba dos grandes bateadores de cricket, el oriundo de Bombay Sachin Tendulkar y el señor Jack Hobbs de Cambridge. ¿Quién hizo más carreras en Primera División? El 50-50 de Who Wants to be a Millionaire abogaba por los dos, el deshonesto presentador Prem aboga por la trampa, pero Jamal no cae. La respuesta correcta va por el lado del inglés. ¿Habrán tintes de corte nacionalista en la materia? Danny Boyle es inglés... Simon Beaufoy, también...
Y la pregunta final proviene de un escritor francés (Alejandro Dumas), y tiene que ver más con la reflexión de una vida entera de amistad sin reproches por encima del bien y del mal, reforzando el famoso lema de los Tres Mosqueteros, 'Todos para uno y Uno para todos', Jamal, Salim y Latika juntos en cualquier circunstancia. ¿Quién es el tercer mosquetero? Aquel Aramis amante del poder y la comodidad, arrogante de su capacidad, pero doblegado ante el verdadero sentimiento de la amistad, tal como lo plantea el personaje de Latika, que al fin y al cabo, es la causa principal de que Jamal ande metido en semejante enredo de selección múltiple que mantiene atentos a millones de espectadores, y obviamente, estimula los propósitos de divulgación de la película. Pues sin Latika, no habría un slumdog millionaire.
Para rematar los méritos del filme, cabe anotar el montaje dinámico, con cortes ágiles, con un trabajo muy bueno en equipo con la mezcla de sonido, y con la predisposición de una cámara impecable para crear juegos de montaje desde distintos planos. Boyle es un amante de la descripción, en todos sus largos ubica al espectador geográficamente, la persecución inicial en el barrio bajo, los recorridos interminables en el tren, la majestuosidad del Taj Mahal, el crecimiento desproporcionado de la zona comercial de Bombay, el clip que describe sin ser aburrido, la mecánica de poder viajar a través de las imágenes y los pegues bien hechos en edición. De hecho, una de las preguntas del concurso se refiere a Cambridge, una de las glorietas de Londres, y si recordamos Trainspotting, cuando Renton llega a la capital hay un verdadero promocional turístico de la ciudad. Característica de Boyle, situar al espectador en el lugar y venderlo, incitar al ojo a vivir lo que ve.
Pero en esencia, el objeto a tocar es el dinero y sus alcances, sea mediante concursos, mendicidad, mafia, trabajo o simplemente buena suerte. Es aquel factor que puede liberar de muchos apuros económicos, pero al salir bien librado de estos, después es casi imposible escapar de él. Es la bestia perseguidora que invita al consumo salvaje, por encima de los valores y principios que inculcaban los abuelos. Cuando se conoce, el dinero vicia al hombre. O si no, que lo diga Salim durante toda su historia, y revisemos su final, envuelto en un jacuzzi de puro efectivo letal. Y la finalidad de Jamal es ganar millones de caricias de su gran amor de infancia sin importar que su última respuesta definitiva no sea la acertada. El poder del pálpito amoroso enfrenta la tentación de la rupia venenosa, un combate permanente que cuestiona la honestidad y las emociones francas, pero esta vez, el chico de barrio bajo logra quedar en alto.
Queda en deuda ese final bailable que contrapone su credibilidad, y convierte la ansiedad dramática del espectador en un musical que, aunque bien montado, no es justificable. Y un interrogante curioso: ¿Cómo aprendieron a hablar inglés este par de slumdogs sin educación alguna? Pues vemos a un flamante Jamal de unos doce años como guía turístico en pleno Taj Mahal, en perfecto angloparlante. Y el cliché de la llamada a celular que parece nunca va a ser contestada, pero en el último segundo es la voz esperanzadora de Latika la que rompe con el suspense. De todos modos, ninguna película es perfecta, y esta, como muchas otras, está intoxicada de algunas inconsistencias que serán objeto de rapiña por parte de la crítica. Sin embargo, cumple con el objetivo, mostrando una faceta occidental del bollywood versioneado por el Hollywood, con muchos ingredientes desconocidos para la gente de este lado del mundo, y con la visión idealista (que puede resultar aburrida para muchos pesimistas) de un lugar plácido en el que la materia pierde la batalla con el sentimiento. Igual, Danny Boyle planteó en el 96: 'Choose life'.
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