3 ago 2009

LOS ANTIHEROES DE DARREN ARONOFSKY

Complejo y minimal. Banal y existencial. Delirante y sereno. Las ondas temáticas del siempre agudo Darren Aronofsky juguetean con las fronteras entre la paz interior y el difícil y congestionado movimiento del mundo actual. En todos sus filmes logra desentrañar desde diferentes perspectivas los lados más hostiles de la desolación a través de la búsqueda de poder, ya sea para la belleza, la atención del público o la genialidad, y en medio de tanto vacío frenético hay un momento de paz, en el que la felicidad se puede reducir a la simplicidad de una vida sin presiones.


El oriundo de Brooklyn, a medida de las canas y los relojes que corren impasibles, ha evolucionado su estilística visual desde el método clip a la contemplación y al toque emotivo a través de una buena fotografía y estupendas actuaciones. Comodines bajo la manga: su siempre buen amigo Clint Mansell, creador de atmósferas con su aporte score, que puede pasar desde una alienación sosegada hasta la pesadilla más suicida; amigos como Mark Margolis y Ellen Burstyn, actores consagrados que en sus filmes denotan el peso del histrionismo en el desarrollo de un buen argumento; y finalmente, el gran arma de su estilo visual, de tintes urbanos y embravecidos cortes clip en sus comienzos, y de espectador que observa en silencio con solemnidad en sus últimos largos, todos estos elementos que imprimen una gran vocación y cada vez definen más su cine de autor.

Entre varios puntos comunes en las películas de Darren Aronofsky es evidente que los cabos atados desemboquen en la búsqueda del sosiego mediante el golpe y la difícil convivencia con los prejuicios, pero cada uno de sus hijos de celuloide tiene su marca particular, memorable para muchos de los amantes del estilo del niño de Harvard.


  

Pi El Orden del Caos es un largometraje atrevido con una propuesta escrita maravillosa, donde convierte al rígido Número en un relator de historias, con un blanco y negro que nos habla de lo finito, del comienzo y el fin, de un orden establecido, de un alfa y un omega, con la complicidad del prodigio ermitaño Max (Sean Gullete) que puede esclarecer el misterio de los 216 dígitos que le darán la estructura definitiva al movimiento de la naturaleza y a su justificación. No faltan los villanos buscadores de poder, sea a través del dinero o la religión; no puede faltar el polo a tierra, el profesor que llama a la cordura (Mark Margolis) cuando estuvo cercano a la locura; no puede faltar el llamado a la felicidad simple, una vecina que trae presentes gastronómicos y tal vez busca congeniar con la sabiduría convulsionada del protagonista. Pero la magia para el cinéfilo está en su puesta en escena, música y montaje: el cuarto de Max, un verdadero caos en completo orden, el tablero de indicadores que quiere jugar con el patrón lógico, la calle insegura, el sol que puede desprender retinas y es prohibido, y la estación del metro que respira aire de persecución entre cerebros de escaleras y desconocidos de mirada inquisidora. El número esta vez es la letra. La genialidad es el peligro. La verdad puede ser el final.

Harry (Jared Leto) en Réquiem por un Sueño


Réquiem por un Sueño es una pieza que busca la felicidad por rutas muy peligrosas como lo son las adicciones. Sus cuatro personajes centrales tienen la viva visión de un futuro cargado en sonrisas y buenos momentos, pero deben sobrellevar la inamena carga de su dependencia por las drogas. El retrato involutivo de Sara Goldfarb (con una impecable actuación de Ellen Burstyn) es impresionante, su historia narrada durante las  cuatro estaciones del año va llevando a esta bonachona anciana desde un vestido rojo vistoso hasta un triste destino de píldoras condenatorias. Verla es un shock inmediato. El trayecto de vida de los tres junkies coprotagonistas va desde un exitoso negocio de "dealers" hasta la sequía del producto, y por consiguiente, al síndrome de abstinencia. La forma en que se narra, acompañada con la brillante propuesta de sol radiante hasta nieve impía, y una música (obra y gracia del infaltable Mansell y el Kronos Quartet) que recrea la fiesta de la abundancia y el nerviosismo del vacío, son ingredientes de sabor no tan exquisito, pero lo suficientemente adictivos para ver el largo completo y darle cabida a la estupefacción. Continúan los clips con corte de pastillas y drogas atractivas como en Pi, pero el steady cam y el montaje traen herramientas con efectos y divisiones de pantalla que marcan diferencia con su antecesora. Lo cierto es que, de sus cuatro películas, esta tiene un carácter de impacto más voraz que puede afectar seres hipersensibles. Imponente sordidez con estupenda estética visual.


El árbol de la Vida busca su renacimiento

La Fuente, relato dividido en tres épocas, plantea como objetivo la Vida, la burla contra la muerte con la fuerza del amor, pero más que eso, con la energía de la savia del Arbol Sagrado de la Vida. Sus tres protagonistas paralelos en época, tres en uno (Hugh Jackman es conquistador, científico y explorador) aman, lloran y buscan refugio en un abrazo, pero son obstinados y siempre querrán atinarle al poder con la meta, la savia dadora de vigor y vida eterna que proclamará un amor perenne. Como en Pi, hay un alfa y un omega que ronda todo el filme, la lucha declarada entre la vida y la muerte; como en Pi, hay una mente brillante que quiere desentrañar los misterios de la perpetuidad, pero su recorrido para este descubrimiento es confuso y lleno de presiones. Además de una gran premura por saber qué hay más allá, pues como lo dice el sabio guardián indígena "La muerte es el camino hacia el asombro". Un relato hermoso con el recurso de buenas animaciones, enmarcado en la motivación del amor, en la eterna compañía, con un montaje parsimonioso, muchas luces estalladas y una postura de cámara observadora que se añade al relato en silencio. Esta vez Aronofsky crea un imaginario de ficción con una consigna muy veraz: uno de los grandes motivos para mantenerse vivo es el amor, así muchos escépticos de corazón lo nieguen.

Mickey Rourke encarna a Randy "Ram" Robinson

El Luchador es el hijo cinematográfico más personal del director neoyorquino, concentrado esta vez en un solo personaje con una sola intención: describir su inmensa soledad. En magnífica interpretación de Mickey Rourke, el personaje de Randy "Ram" es un ganador a nivel en el campo de la lucha libre, con el afecto del público, los beneficios del merchandising y el respeto de sus colegas, pero con un enorme sentimiento de desolación para su vida personal. Su exposición a una vejez fría y sin compañía es un conmovedor cuadro que nos obliga a ver el triunfo como un gran banquete al cual no va a acudir nadie, al gesto alegre impostado, a la lúgubre condenación del caminante abandonado. La cámara sigue al protagonista en todos sus actos, se baña con él, lo percibe mientras hace travesuras en baños de taberna, trota despacio en su etapa convaleciente, pero principalmente hace parte de ese club de fans callados que lo acompaña desde el camerino hasta el ring, desde la bodega a la vitrina, desde el baño hasta la puerta de su casa rodante, y lleva un aire contemplativo donde el lente habla para el espectador. Algunos planos en detalle nos devuelven a imágenes grotescas de filmes anteriores como los planos cerrados de las heridas, o la triste escena de los luchadores retirados que son parapléjicos o usan sonda. Y en esta ocasión, al musicalizador Clint Mansell lo acompaña un repertorio repleto de glam rock de los ochentas, perfecto para evocar los rings y el agite del público amante de los estereotipos de esta industria.



Y si hacemos retrospectiva de sus obras logramos encontrar parangón en todas ellas, a pesar de su distancia de tiempo, espacio y circunstancia. Indiscutibles todos, antihéroes: Max, el matemático retorcido de inteligencia casi inalcanzable, es un engendro para la sociedad (Pi el Orden del Caos); Harry Goldfarb es un joven estigmatizado por su inclinación hacia la heroína, y Sara (su madre) no es tan bien vista por utilizar píldoras para adelgazar en sus 3 comidas (Réquiem por Un Sueño); el doctor Tommy Creo es obstinado y un tanto maquiavélico para proseguir con sus experimentos (La Fuente); y Randy es genio y figura en su campo, pero es un completo fracaso en su vida personal (El Luchador). Oscurecidos en cada uno de sus perfiles, todos tienen en perspectiva una luz al final del túnel: El matemático puede llegar al clímax de conocer el Orden del caos, pero guardar su secreto con el absoluto contemplar de la naturaleza; Harry quiere establecer un hogar con su novia y vivir en paz en algún lugar lejano en la playa; Tommy quiere ganarle el pulso a la muerte encontrando la inmortalidad mientras disfruta del invierno con su esposa; y finalmente, Randy busca el cariño de su lejana hija y la concesión sentimental de su amiga stripper. Todos, con el claro objetivo de sonreír al final, pero con el obstáculo inevitable de un guión que puede llevarlos a la otra cara.

En lenguaje visual, podemos hablar de dos hermanos mayores, aclamados por su gran montaje de concepto clip: Pi El Orden del Caos y Réquiem por un Sueño mantienen la acelerada línea de los últimos tiempos con grandes recursos como el sonido, los cortes y planos en detalle, en conjunto con una genial banda sonora desequilibrante, rechinante en unos pasajes, deprimida en otros lugares. Los dos siguientes filmes son más reflexivos y tienden a ser de fotografía voyerista, observadores entre pasillos, puertas y cámaras que siguen al protagonista, revolcando en lo más profundo de su vida íntima, pausados y silenciosos que llaman a la soledad.

Y todos nos conducen hacia alguna luz después de un clímax de muerte: Max encuentra la parsimonia de la circunspección después de sus ataques; Harry en sus onirismos intravenosos mientras alcanza en el mar a su amada, e incluso Tyrone (el junkie compañero de Harry) en sus evocaciones maternales; el personaje de Tom en la visión grandilocuente del Arbol de la Vida escondido detrás de las pirámides con el aire más puro, luego de combatir con los guardianes de aquel tesoro; y Randy en sus recorridos interminables hacia su reconocimiento por parte del público, llámese supermarket o ring de lucha, cuando quiere guardar su inmensa soledad en algún congelador de recuerdos.

Aronofsky nos deleita con su visión personal de antihéroes que pueden transitar cualquier calle de la cotidianidad en algún territorio de recuerdos obligados, ansiedades imperiosas e imágenes inolvidables que siempre encaminarán al final del resplandor , llámese gloria, muerte, paz o apocalipsis.

2 comentarios:

  1. Lo dicho... que bonito le salen los escritos. Aronofsky no es fácil de describir, pero así mismo si se le observa con juicio se es capaz de descifrar el mensaje atípico que encierran sus producciones.

    De nuevo, felicitaciones por el blog, parce.

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  2. Anoche te lo dije: Me gusta leerte.
    Contigo se ratifica mi teoría de que "Piensas como escribes"
    Oh!
    Oh!
    Oh!

    (el tiempo es mi enemigo)
    Debo marchar ya.

    Siempre es una delicia saber de ti.

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