Canadá se caracteriza por ser una nación apacible, de pocas páginas amarillas en prensa y que resguarda sus valores con sutil silencio. En aquel país de discreción austera se localiza la zona afrancesada de Quebec, que dista un poco de su contorno original, comenzando por la barrera del lenguaje y finalizando por su visión independiente que siente alergia por las manchas anglófonas y hollywoodenses. Las temáticas clásicas en el cine de la provincia siempre se inclinarán por tres aspectos que rodean la cotidianidad: Valores familiares, sexo y religión. Inevitables rasgos que se cuentan en una de las apreciadas joyas del cinema de Quebec, C.R.A.Z.Y.
Jean Marc Vallée proviene de aquellos parajes francófonos y como buen residente de Quebec, vive inquieto con los temas convencionales del cine de su región. En su familia siempre creyeron que él poseía algún tipo de don que curaba enfermedades y levantaba moribundos. Eso le sirvió para inspirarse en el personaje principal de C.R.A.Z.Y. y moldear un joven 'distinto' con un don particular. Pero el entorno y los prejuicios en el film estuvieron de la mano del coguionista Francois Boulay, quien había crecido en una familia disfuncional con cuatro hermanos y con la característica de ser el único homosexual en la familia, poco bien visto por sus parientes y vecinos. De allí parte la amalgama que conforma esta película canadiense de 2005.
Generacional y musical, el relato comienza en la década de los sesentas y se va desarrollando por tres generaciones. Un padre de familia interpretado con acierto por Michel Cote lleva las riendas de un hogar de cinco hijos de distintas actitudes y con enfoques disímiles: Un nerd (Christian), un neurótico y rebelde (Raymond), un deportista (Antoine), uno inseguro y musical (Zachary), y un delfín glotón (Yvan), que conforman con sus iniciales a forma de acrónimo el nombre del film. El primer tema cotidiano del cinema de Quebec lo cubre Gervais, el padre, inculcar a su modo valores familiares. La madre de los cinco muchachos está voluntariamente sometida a las oraciones y plegarias, es una devota tradicional que encuentra la divinidad en su hijo Zac, ella cubre el tema religioso. Finalmente, Zac, el niño que moja la cama y gusta de jugar a la niña que se cree mamá, cubre la necesidad de tocar el tema sexual dentro de la trama.
La historia se ve compleja y dramática, pero finalmente es simple. Un individuo que no define su orientación sexual, que se reprime para mantener buenos lazos familiares y que con el paso del tiempo va encontrando su lugar en el mundo. Lo interesante de este asunto no es tanto la historia, no es el qué sino el cómo. La maestría que acompaña a Vallée en su crazy aventura se vislumbra en el campo audiovisual, desde unos magníficos tiros de cámara hasta una banda sonora para chuparse los oídos.
Comencemos por la imagen. El recurso visual está sustentado en un delicioso manejo del foco selectivo (desde las bolas navideñas hasta los espejos y las imágenes religiosas), encuadres atractivos y un llevadero estilo visual que mantiene entretenido el ojo. En conjunto se manifiesta un montaje lineal pero pulcro, marcado por pasajes de slow motion, una que otra ayuda gráfica (tal vez la más recordada la rosca de humo que va hasta el cielo). No hay mayores trucos, el más efectivo es el imaginario que causa Zac, el protagonista, desde sus fantasías eclesiásticas donde el cura pasa de ser el hombre del sermón al alcahuete de los regalos simpatizante del demonio. El desfile ocular es motivo de deleite con otro plus, una buena dirección de arte, donde las generaciones van viendo sus metamorfosis desde los sesentas hasta el new wave, desde el final del hippismo hasta los glamorosos escándalos de los ochentas. Hasta allí remonta el director el recurso de la historia y lo adereza de mejor forma.
El refuerzo magistral lo tiene una banda sonora de lujo. C.R.A.Z.Y., sin los beneficios de su musicalidad, sería una película menos magnética. La confrontación familiar se transmite desde los mismos gustos auditivos de los personajes, especialmente del padre y su hijo Zac. Mientras Gervais vive un continuo devaneo con Patsy Cline y sufre el delirio de ser el mejor imitador de Charles Aznavour en el tema "Emmenez moi", Zac se refugia en su ateísmo pícaro con "Simpathy for the Devil" de los Rolling Stones, se autoproclama estrella glam en su cuarto con el "Space Oddity" de David Bowie y crece bajo el entusiasmo sofisticado de "Shine on you crazy Diamond". La música tiene un itinerante desfile que refuerza con creces muchos momentos de la narración, e incluso tiene como símbolo de ruptura y reconciliación padre-hijo un viejo acetato importado de Patsy Cline con el nombre de la película. En este capricho sonoro afortunado de Vallée se invirtió buena parte del capital de la película.
Las actuaciones tienen puntos de equilibrio. Michel Cote (Gervais) manda la parada con su autoritarismo y su orgullo paternal. Marc André Grondin hace una aceptable encarnación de Zac, como aquel chico en búsqueda de su identidad. Pero el actor relevante que se lleva un aplauso neurótico es Pierre- Luc Brillant (Raymond) interpretando al hermano loco, casanova y problemático que cumple el papel de némesis de su hermano Zac. Los demás personajes se someten al liderazgo histriónico de esta trinidad del desequilibrio y que de alguna forma distensionan alguna visión polarizada de la trama. Con esto, Vallée y Boulay se liberan de ser parciales y prefieren ser observadores, espectadores. Es su forma de eludir responsabilidades y su condena a la crucifixión, pues después de todo, qué mejor que la opinión subjetiva en un relato.
En referencia al tema religioso, se nota una vinculación constante de objetos, figuras y apologías a las fervientes creencias de la familia, especialmente de la madre. Aquel vínculo madre-hijo tiene su propia cruz ambivalente, la que en algún momento puede ayudar a conectarlos, la que en muchos momentos carga Zac mientras define su sexualidad y su posición ante el universo. Hay un fetiche extraño de corte místico en la historia, aquel muchacho que llega al mundo el mismo día que nace Jesucristo, que tiene un mechón blanco como marca divina, que logra detener hemorragias y parar llantos infantiles, que logra encontrarse a sí mismo en Tierra Santa y que
logra salvar su mundo a través de la reconciliación y la unión familiar. Sin embargo, ese seguimiento divino crea un choque a través del llamado pecado, su homosexualidad, sus flirteos con los psicotrópicos y su ateísmo desmienten esa visión de deidad y lo hacen más mortal que cualquiera de los personajes de la cinta. El que reza y peca, empata.
Dar una evaluación en conjunto a C.R.A.Z.Y. es complicado. Mientras los recursos audiovisuales son magníficos y tienen muy pocas trabas, el relato en sí mismo no es tan enganchador y su problemática no conmueve, sin demeritar otras historias que confrontan el tema de la homosexualidad. Es una historia sencilla con un gran vestido, un drama familiar que no ostenta lágrimas y risas completas pero cuenta con aderezos de lente y musicalidad excelsos, un asunto muy C.R.A.Z.Y. ante la cámara, muy sencillo ante la vida. Que bien vale la pena apreciar, pues no es una de las grandes películas del milenio, pero esta locura bien llevada beneficia al ojo y deleita al oído sin matar mucho la cabeza.
Esta es una de mis películas super favoritas!
ResponderEliminarAngélica (estoesinutil-7 del lastfm)