27 abr 2012

PUBLIC IMAGE LTD. - METAL BOX



El punk también necesitaba una subversión dentro de sí mismo. Aquel hastío de imperfecciones inconformes tomaría nuevas formas  con el ingreso de dos corrientes musicales totalmente distintas que refrescarían el panorama de la gente que vivía sin futuro. Una fue el new wave que tomó el lado amable, con letras relajadas, ritmos abiertos al baile y acitud más alegre, la segunda es el post-punk con un enfoque más oscuro, de corte existencial y un dinámico y más cuidadoso trato en las melodías. A finales de la década del setenta, dentro de las influencias del post, pero jugueteando con la universalidad del new wave y los experimentos musicales, apareció Public Image Ltd. para hacerle el contrapeso a la simplicidad del punk pero seguir con el plan de boicotear los sonidos comunes de la radio.

El antiguo líder de los Sex Pistols Johnny Rotten había emprendido nuevos fueros con su proyecto aparte desde que publicó en 1978 su  First Issue, con esquirlas de su anterior experiencia punk, pero con una furia controlada y un matiz más personal que comenzó a volcar las intenciones del vocalista hacia otras vertientes. Cambio de género, cambio de nombre. Ahora John Lydon -el apellido real de Rotten- encarnaba el espíritu de Public Image Ltd. luego del rompimiento definitivo de Sex Pistols, y sus desafiantes vociferaciones iban a adquirir una tonalidad menos cacofónica pero no menos insolente. El llamado a su nuevo acto delictivo musical estuvo patrocinado por el bajo de Jah Wobble, la guitarra del ex-The Clash Keith Levene y los tambores de Jim Walker. Pero, a pesar de su relativo éxito con el single "Public Image" en Inglaterra, First Issue no logró llegar a la categoría de clásico que se logró llevar su siguiente trabajo, Metal Box.




 Darle un catálogo certero a la segunda placa de Public Image es poco posible. Lo cierto es que reúne fases muy oscuras del post-punk, se contagia de la influencia del krautrock y toma el lado más atmosférico del reggae y lo plasma en momentos dub, todo bajo un tono experimental que los hace inclasificables. Una guitarra en aluminio con un sonido rechinante y caótico, ejecutada con el único estilo de Levene, un bajo denso y subterráneo que envuelve con la eficacia de Wobble y los alaridos deslenguados de Lydon conformaban un ensamble de avanzada que no tenía una línea definida en la lectura de sus doce canciones, pero de la cual se sabía eran ejecutadas por estos artífices del desastre virtuoso.


Aparte de su propuesta musical de avanzada, se dieron el gusto de transgredir las carátulas convencionales de la época y empacar su producción en una lata fílmica, con el diseño de Dennis Morris y auspiciadas por 35.000 libras esterlinas de su propio bolsillo. Un bonito diseño con logo repujado y presentación pulcra, pero ineficaz finalmente por causar daños al empacar o desempacar el vinilo, por lo que tuvieron que publicar una Second Edition con la portada reflejando los rostros distorsionados de los miembros de la banda, una vez más jugando con la 'Imagen Pública', que al fin y al cabo, les importaba poco. Con todo y su desfachatez, el disco lanzado en 1979 tuvo una acogida aceptable en el Reino Unido ocupando el puesto 18 en listas en  y logrando de nuevo algunos desplantes e irreverencias en programas de entrevistas. Lydon estaba hecho para eso.

Piezas  largas de desahogo musical, libre y experimental. Se demuestra en el tema de apertura del álbum, "Albatross" es un ejercicio de densa neurosis que se grabó en estudio en una sola toma con una ebria vocalización de Lydon que recuerda los momentos más dipsómanos de Jim Morrison, una enajenación de diez minutos en cámara lenta con una chirriante y paranoica compañía de la la singular guitarra de Levene. El segundo viaje largo del disco lo tiene la extraña liberación simétrica de "Poptones" comandada por el arpegio repetitivo en las cuerdas metálicas de Keith en una alucinada lentitud de libertad casi progresiva, con  la narración del rapto de una mujer en un auto, que escucha una tonada constante en aquel viaje de privación que la dejará marcada, 'Standing naked in the back of the woods/The cassette played poptones'. Ese tipo de historias de periódicos coloreados entre el amarillo y el rojo seducían las neuronas de Lydon.

Levene y Lydon tramando paranoias musicales.

Capital entre los proponentes del post-punk, Public Image Ltd. tiene buenos ejemplos por mostrar. Se podría colar fácilmente en una versión de Echo & the Bunnymen el delirio dinámico que carga "Memories",ágil sollozo que se desprende de los recuerdos y los considera un recurso inútil. Crece la demencia con "No Birds", un lamento apocalíptico con guitarras duplicadas que gritan de fondo, un fúnebre tono vocal de Lydon y un caos cobijado por unos celestes e idílicos versos extraídos del poeta John Keats. Pero la estridencia más contundente bajo los chirridos característicos del grupo es el grandioso "Chant" armado de poder instrumental, una batería incisiva y marcial, un bajo pesado y amenazante y el continuo acoso vocal de un John poseído por el coro  'Love/War/Feel/Hate'  y su exposición sobre la falsedad de las apariencias, 'All you ever get is all you steal/ Side of London that the tourists never see'.Post-punk incendiario.

Chant by Public Image Ltd. on Grooveshark



Introspecciones instrumentales de tinte extraño pero con el mismo aire post-punk tiene "The Suit", donde el dominante es el bajo mientras los demás instrumentos sollozan desde la catacumba y la voz casi hablada de Lydon cambia de entonación para despotricar la imagen de un antiguo compañero de apartamento, un pobre que se cree rico y vive de facha, 'Everyone loves you/ Until they know you'. Aquel estilo de producción -que la misma banda se encargó de realizar- mantiene los instrumentos cavernosos, a lo lejano, en "Bad Baby", con la inclusión de un teclado oscuro y quejumbroso, canción que fue la audición definitiva para aceptar a Martin Atkins en la batería, luego de varias intervenciones previas de otras baquetas en las que cuentan nombres como Karl Burns (The Fall), David Humphrey y Richard Dudanski, este último con la mayor participación  en las grabaciones de Metal Box.

Mientras el género Disco se consolidaba en América, en Inglaterra Lydon se las ingenió para adaptarlo, darle ese aire de estridencia necesaria y fijar un escenario agónico para recrearlo: La enfermedad y deceso de su madre. Desesperanzada lírica que baila al son de la muerte, una danza fúnebre aderezada por el espontáneo arreglo en guitarra de Levene que es muy similar a un fragmento del Lago de los Cisnes de Tchaikovski, por algo el tema tiene como título alternativo "Swan Lake". Un interesante desahucio bailable que va cantando 'Never no more hope away/Final in a fade' y que alcanzó a figurar en el #20 de las listas inglesas. Y pasamos de la agonía exitosa al cementerio subterráneo en "Graveyard" que mantiene esa energía de bajo de sabor negro, acompañado por la rechinante y peculiar guitarra de Levene, en un instrumental lleno de quejidos despiertos y un tono de avanzada difícil de catalogar.




Pocos bajos logran sonar tan espesos como el de Jah Wobble, un ingrediente vital para crear esa atmósfera oscura que captura y no deja salir. Instrumento clave para hipnotizar con su autoridad dub en esas densuras intergalácticas que traen canciones del estilo de "Careering", donde los teclados Prophet contribuyen a traer los marcianos a la tierra y nos invitan a una experiencia sensorial interplanetaria mientras Lydon nos cuenta una historia  mas terrenal sobre un pistolero de Irlanda del Norte que se convierte en hombre de negocios en Londres, 'I need to hide trigger machinery/ I've been careering/ Across the Border'. Los synths juguetones de aire extraterrestre y el bajo acosador y persistente también se hacen notar en "Socialist", esparcimiento instrumental, un manifiesto de otro planeta sin palabras pero con muchos murmullos y lenguajes siderales que despiden los traviesos sintetizadores.

 El encargado de cerrar el trabajo es el eminente Keith Levene, dueño de una guitarra transgresora y paranoica. Pero el último corte carece de guitarras. Levene se arriesga a tocar los demás instrumentos y crear una pieza al mejor estilo de la trilogía de Berlín de Bowie, con un "Radio 4" orquestado, en una labor sutil de los sintetizadores y  un bajo fresco y desenvuelto, una pieza de calma inusual que roza el ambient y que aprovecha para burlarse de las emisoras de la BBC haciendo su 'propia' estación de radio y tocando lo que le place.

Los artífices del desastre virtuoso: Public Image Ltd.

Public Image Ltd. logró una libertad artística y un eclecticismo a gusto que pocos artistas de la época lograron moldear y manejar con tino. Metal Box es la confirmación de la paranoia y la distorsión hecha arte, en una amalgama que aceptaba la negrura del dub, algunas fracciones de  furia punk, el oscurantismo y el vacío del post-punk y el albedrío complaciente de la experimentación. Con tres elementos humanos muy necesarios para que su propuesta tuviera cuerpo, la convulsión de Lydon, la disonancia de Levene y la profundidad de Wobble fueron un memorable campo de apertura para las siguientes generaciones que buscaron el refugio de la experimentación y el avant-garde como consigna, y que hoy día tienen como referente indiscutible esa primera etapa de Public Image, que sin querer, son parte de la posteridad con sus grandiosas cacofonías envueltas en una lata de película.


11 abr 2012

UN ASUNTO MUY C.R.A.Z.Y.


Canadá se caracteriza por ser una nación apacible, de pocas páginas amarillas en prensa y que resguarda sus valores con sutil silencio. En aquel país de discreción austera se localiza la zona afrancesada de Quebec, que dista un poco de su contorno original, comenzando por la barrera del lenguaje y finalizando por su visión independiente que siente alergia por las manchas anglófonas y hollywoodenses. Las temáticas clásicas en el cine de la provincia siempre se inclinarán por tres aspectos que rodean la cotidianidad: Valores familiares, sexo y religión. Inevitables rasgos que se cuentan en una de las apreciadas joyas del cinema de Quebec, C.R.A.Z.Y.

Está loco, pero no tanto. Es canadiense. Jean Marc Vallée.


Jean Marc Vallée proviene de aquellos parajes francófonos y como buen residente de Quebec, vive inquieto con los temas convencionales del cine de su región. En su familia siempre creyeron que él poseía algún tipo de don que curaba enfermedades y levantaba moribundos. Eso le sirvió para inspirarse en el personaje principal de C.R.A.Z.Y. y moldear un joven 'distinto' con un don particular. Pero el entorno y los prejuicios en el film estuvieron de la mano del coguionista Francois Boulay, quien había crecido en una familia disfuncional con cuatro hermanos y con la característica de ser el único homosexual en la familia, poco bien visto por sus parientes y vecinos. De allí parte la amalgama que conforma esta película canadiense de 2005.

Generacional y musical, el relato comienza en la década de los sesentas y se va desarrollando por tres generaciones. Un padre de familia interpretado con acierto por Michel Cote lleva las riendas de un hogar de cinco hijos de distintas actitudes y con enfoques disímiles: Un nerd (Christian), un neurótico y rebelde (Raymond), un deportista (Antoine), uno inseguro y musical (Zachary), y un delfín glotón (Yvan), que conforman con sus iniciales a forma de acrónimo el nombre del film. El primer tema cotidiano del cinema de Quebec lo cubre Gervais, el padre, inculcar a su modo valores familiares. La madre de los cinco muchachos está voluntariamente sometida a las oraciones y plegarias, es una devota tradicional que encuentra la divinidad en su hijo Zac, ella cubre el tema religioso. Finalmente, Zac, el niño que moja la cama y gusta de jugar a la niña que se cree mamá, cubre la necesidad de tocar el tema sexual dentro de la trama.

La historia se ve compleja y dramática, pero finalmente es simple. Un individuo que no define su orientación sexual, que se reprime para mantener buenos lazos familiares y que con el paso del tiempo va encontrando su lugar en el mundo. Lo interesante de este asunto no es tanto la historia, no es el qué sino el cómo. La maestría que acompaña a Vallée en su crazy aventura se vislumbra en el campo audiovisual, desde unos magníficos tiros de cámara hasta una banda sonora para chuparse los oídos.


Comencemos por la imagen. El recurso visual está sustentado en un delicioso manejo del foco selectivo (desde las bolas navideñas hasta los espejos y las imágenes religiosas), encuadres atractivos y un llevadero estilo visual que mantiene entretenido el ojo. En conjunto se manifiesta un montaje lineal pero pulcro, marcado por pasajes de slow motion, una que otra ayuda gráfica (tal vez la más recordada la rosca de humo que va hasta el cielo). No hay mayores trucos, el más efectivo es el imaginario que causa Zac, el protagonista, desde sus fantasías eclesiásticas donde el cura pasa de ser el hombre del sermón al alcahuete de los regalos simpatizante del demonio. El desfile ocular es motivo de deleite con otro plus, una buena dirección de arte, donde las generaciones van viendo sus metamorfosis desde los sesentas hasta el new wave, desde el final del hippismo hasta los glamorosos escándalos de los ochentas. Hasta allí remonta el director el recurso de la historia y lo adereza de mejor forma.

Un Bowie de recámara. Marc Andre Grondin en el papel de Zach.

El refuerzo magistral lo tiene una banda sonora de lujo. C.R.A.Z.Y., sin los beneficios de su musicalidad, sería una película menos magnética. La confrontación familiar se transmite desde los mismos gustos auditivos de los personajes, especialmente del padre y su hijo Zac. Mientras Gervais vive un continuo devaneo con Patsy Cline y sufre el delirio de ser el mejor imitador de Charles Aznavour en el tema "Emmenez moi", Zac se refugia en su ateísmo pícaro con "Simpathy for the Devil" de los Rolling Stones, se autoproclama estrella glam en su cuarto con el "Space Oddity" de David Bowie y crece bajo el entusiasmo sofisticado de "Shine on you crazy Diamond". La música tiene un itinerante desfile que refuerza con creces muchos momentos de la narración, e incluso tiene como símbolo de ruptura y reconciliación padre-hijo un viejo acetato importado de Patsy Cline con el nombre de la película. En este capricho sonoro afortunado de Vallée se invirtió buena parte del capital de la película.

Las actuaciones tienen puntos de equilibrio. Michel Cote (Gervais) manda la parada con su autoritarismo y su orgullo paternal. Marc André Grondin hace una aceptable encarnación de Zac, como aquel chico en búsqueda de su identidad. Pero el actor relevante que se lleva un aplauso neurótico es Pierre- Luc Brillant (Raymond) interpretando al hermano loco, casanova y problemático que cumple el papel de némesis de su hermano Zac. Los demás personajes se someten al liderazgo histriónico de esta trinidad del desequilibrio y que de alguna forma distensionan alguna visión polarizada de la trama. Con esto, Vallée y Boulay se liberan de ser parciales y prefieren ser observadores, espectadores. Es su forma de eludir responsabilidades y su condena a la crucifixión, pues después de todo, qué mejor que la opinión subjetiva en un relato.

Hermanos y adversarios. Raymond y Zach.


En referencia al tema religioso, se nota una vinculación constante de objetos, figuras y apologías a las fervientes creencias de la familia, especialmente de la madre. Aquel vínculo madre-hijo tiene su propia cruz ambivalente, la que en algún momento puede ayudar a conectarlos, la que en muchos momentos carga Zac mientras define su sexualidad y su posición ante el universo. Hay un fetiche extraño de corte místico en la historia, aquel muchacho que llega al mundo el mismo día que nace Jesucristo, que tiene un mechón blanco como marca divina, que logra detener hemorragias y parar llantos infantiles, que logra encontrarse a sí mismo en Tierra Santa y que
logra salvar su mundo a través de la reconciliación y la unión familiar. Sin embargo, ese seguimiento divino crea un choque a través del llamado pecado, su homosexualidad, sus flirteos con los psicotrópicos y su ateísmo desmienten esa visión de deidad y lo hacen más mortal que cualquiera de los personajes de la cinta. El que reza y peca, empata.



Dar una evaluación en conjunto a C.R.A.Z.Y. es complicado. Mientras los recursos audiovisuales son magníficos y tienen muy pocas trabas, el relato en sí mismo no es tan enganchador y su problemática no conmueve, sin demeritar otras historias que confrontan el tema de la homosexualidad. Es una historia sencilla con un gran vestido, un drama familiar que no ostenta lágrimas y risas completas pero cuenta con aderezos de lente y musicalidad excelsos, un asunto muy C.R.A.Z.Y. ante la cámara, muy sencillo ante la vida. Que bien vale la pena apreciar, pues no es una de las grandes películas del milenio, pero esta locura bien llevada beneficia al ojo y deleita al oído sin matar mucho la cabeza.