Del intimista paisaje al pop vivaz y pegajoso. Los rumbos que emprendió Coldplay con su segunda cita discográfica llegaron al éxito voraz y categórico, arrastrando con números insignes en listas pop en un intento digno de desplazar el sonido mainstream que reinaba con las voces femeninas de Avril Lavigne y Christina Aguilera, en un 2002 que abriría la brecha para el grupo de Chris Martin como dominante a nivel global en emisoras, discotiendas y listas. A partir de su segundo trabajo, A Rush of Blood to the Head, Coldplay se hizo un espacio como uno de los conjuntos más importantes de la primera década del siglo XXI.
Una banda que se hizo conocer por su dulzura intimista y sus susurros envolventes quiso sacudir por instantes ese aire de banda de auditorio y entregarse a una sonoridad más acorde con los grandes escenarios. Las grabaciones del segundo LP comenzaron por la misma época del trágico suceso del 11 de septiembre e influyeron en algunas letras del grupo, que se encontraron entre la desesperanza y el optimismo. La voz de Chris Martin mantuvo su murmullo en falsete que le hizo conocido y su piano conservó el aire de solemnidad romántica de su primer trabajo Parachutes, pero la muerte, la guerra y el amor no correspondido le dieron ese toque menos idílico a las líricas y una aspereza pop que estremeció la tersura original de Coldplay y lo endureció con resonancias más vivas y coros hinchados de electricidad.
En conjunto escribieron más de 20 canciones para el álbum, la mayoría trabajadas 'por impulso' como lo definió el título del mismo. Aquella prolífica dosis de espontaneidad en textos y melodías les representó un triunfo explosivo en su carrera con ventas aproximadas a los 13 millones de copias en todo el orbe, Grammys como mejor álbum de Rock Alternativo en 2003 y Grabación del Año en 2004 por el tema "Clocks". Esa llegada de sangre musical a la cabeza los puso en las esferas del estrellato melódico y les dio calle libre para un irrebatible recorrido de notoriedad en toda la década. Guardando las proporciones, la banda londinense podría ser el arrasante U2 del siglo actual. Sólo el tiempo dirá.
Parlophone fue la casa disquera que les patrocinó la sobriedad vívida a los Coldplay. La batería de Will Champion sería la primera en destaparse en radios con un temple fortalecido bajo una base sencilla de pop, "In my Place" fue el primer sencillo de A Rush of Blood to the Head, simpleza dulce con animosidad, sinónimo de éxito, N. 2 en Gran Bretaña y una fórmula que nunca pierde, hablar de las contrariedades del amor, 'If you leaving me down here on my own/ Then I'll wait for you'. Un tema que se insiste con tonos de esperanza y arrepentimiento en su segundo single "The Scientist" donde se busca regresar al comienzo para iniciar con reset un nuevo ciclo amoroso, y que se logra interpretar magistralmente de manera audiovisual con un videoclip montado totalmente en reversa, el paso de la tragedia a la sonrisa con velocidades invertidas y la letra de la pieza cantada al revés por Martin. Un pequeño homenaje al Parachutes con ese 'Let's go back to the start' y el recorderis de un piano sobrecogedor y una voz íntima y penitente que ruega por mantenerse en el corazón de su audiencia.
Sin embargo, la diferencia con su primer álbum se encuentra en temas con calibres resonantes y cuestionamientos interiores. La canción de apertura es un llamado religioso a la paz después de tanto cemento sangriento del 9-11, aquel "Politik" es un ruido lastimero que alterna la desesperación melódica con versos de voz solitaria y clama por una certidumbre más luminosa, 'Give me peace of mind an trust/ Don't forget the rest of us'. La lentitud acústica inicial de "A Rush of Blood to the Head" parece provenir del Parachutes, pero al explotar se consolida con la fuerza de su sonido 2002 y crece con unas líricas que hablan sobre impulsos, motivaciones y sacrificio, 'You said I'm gonna buy a gun and start a war/If you can tell me something worth fighting for'.
La búsqueda por extraer estilos nuevos sin perder su identidad musical les lleva a revivir algunos momentos guitarreros del rock sesentero con cierto aire de desespero. Las guitarras de Jon Buckland lo confirman en canciones como "A Whisper" que contrario al título del tema, dejan de ser susurros para convertirse en clamores impacientes con muchos sobresaltos, enérgicos y bien alimentados entre riffs y arpegios. Ese dinamismo contagia los demás instrumentos, el piano adquiere un aire de grandeza con su imponente tonada de "Clocks", que destroza los minutos y segundos con armonía vertiginosa, ágil y diáfana que le valió el Grammy a Grabación del Año luego de retumbar como tercer single del álbum en todas las radios del orbe. Hoy día es una de las piezas emblemáticas del grupo y hasta la gente de Buenavista Social Club se valió del célebre arpegio de teclas para sazonarlas con sabor latino.
El rock de Coldplay adquiere variantes interesantes con tonos que combinan la lucidez optimista y la astucia oscura. "Daylight" cuenta con esa particularidad melódica, con los fraseos prolongados de Chris Martin, el bajo de película de Guy Berryman y el piano repetitivo y expectante, que busca salidas emocionales a una luz posible. Ese aire de suspenso cinematográfico se corrobora en su gran y subestimado single "God Put a Smile Upon your Face", combinación eficaz de cuerdas acústicas y eléctricas que van creciendo gradualmente hasta llegar a un clímax en los coros y enredar en una telaraña bien elaborada al oído; una canción sustentada por un videoclip en el que un hombre de negocios ve desaparecer lentamente su cuerpo y que se acopla con las estrofas del tema cuestionando el futuro 'Where do we go nobody knows', 'Where do I go to fall from grace'.
Pero el lado blando y afectuoso de sus primeras andanzas no es fácil de abandonar, y el discurso de la ternura debe permanecer en varios tracks. "Green Eyes" es caramelo acústico de ojos verdes con todo el sabor de su anterior LP, idilio que se resuelve a halagar a la chica de luceros esperanzadores; "Warning Sign" es un reposado tema de ejecución suave con tono de arrepentimiento, ruego envuelto en dulce; finalmente, el tema de cierre es un despropósito en el título,"Amsterdam" no se refiere a la capital holandesa en ningún pasaje -sólo que Martin compuso la canción allí-, y su objetivo es intimar con el piano una voz de último aliento, levantarse de nuevo y ver la salida para continuar después de tanto desastre, 'And I know Im'm dead on the surface/But I am screaming underneath'. El manifiesto final de un Coldplay que desde allí pondría de manifiesto su alto activismo social y político.
Diseños noruegos, Sølve Sundsbø y sus aportes para los singles "Clocks" y "In my place"
Dulce pero consistente. Blando pero encantador. La segunda experiencia de Coldplay en estudio les dio armonías más vigorosas y con acercamientos menos tímidos al rock and roll, sin dejar de lado su esencia de 'rock suave' y sus temáticas concentradas en las dichas y penas de corazón. El aire de desolación del suceso 9-11 despertó un aspecto de lamento y solemnidad en algunas líricas del disco e impregnó de madurez y participación al recorrido de la banda. A Rush of Blood to the Head es la cota más alta en el período de Ken Nelson como productor del grupo (intervino también en Parachutes y X&Y) y dejó este trabajo estampado como uno de los más célebres de la década 2000, donde la melosidad se fabricó con cabeza fría y el caos melódico se domesticó con armonía.