18 nov 2011

TOCANDO LAS PUERTAS DE OLIVER STONE


Exceso hasta la saciedad. Un verdadero recorrido por las cimas y las simas, los chamanismos y las irrealidades poéticas con mucho vértigo se trajo el filme de 1991 de Oliver Stone The Doors, haciendo un homenaje al Rey Lagarto, que resultó siendo una visión oscura y retorcida del héroe de la poesía sin hilo, del símbolo sexual que se lamentaba por tener más magnetismo con su inquieto falo que con su cerebro refulgente. Opiniones divididas y un misticismo ebrio y alucinado expone el director neoyorquino, quien inevitablemente no deja de tener una fijación por la época de Vietnam y su experiencia como soldado en ese tristemente célebre conflicto. Se abren las puertas de la percepción de Oliver Stone.


Oliver Stone en medio de unas Puertas trastornadas

La idea de desarrollar la agitada vida de Jim Morrison en celuloide proviene desde los minutos vietnamitas de fusil y napalm, en los que Stone eludía su rol bélico con el refugio musical de las tonadas de The Doors. Las canciones se hicieron imágenes en la mente del militar y produjeron un guión borrador llamado Break -que más adelante sentaría las bases de su exitoso Platoon (1986)- y del que se hizo una copia de envío al propio Morrison para que fuera protagonista, pero jamás fue exitosa la conexión entre el músico y el incipiente director y guionista.

"Cuando las puertas de la percepción sean eliminadas las cosas aparecerán como son en realidad" es la cita clave de William Blake para bautizar al grupo y marcar el camino de una absoluta libertad creativa y desarrollo como grupo sui generis de la época. El colorido paseo de flores, ácidos y sexo liberador en los sesentas fue motivo de un uso dominante de las angulaciones de cámara, la grúa y el steadycam como herramientas de exposición al delirio, alucinaciones visuales de colores tierra que se desplazan entre el urbanismo de San Francisco, la playa californiana y los desiertos olorosos a peyote e histeria mística. Es precisamente el tema chamánico una obsesión tanto de Morrison como de Stone, el vocalista se envolvía en los recuerdos de infancia y la supuesta posesión del espíritu de un navajo en su cuerpo, y el director desahogándose con rituales y traumas tribalistas en The Doors y Natural Born Killers.

Más similares no se puede: Kilmer y Morrison

Val Kilmer es un actor con ascendencia cherokee que vivió con sus abuelos en Nuevo México. El perfecto intérprete de la urbanidad primitiva, de lo ancestral y lo psicodélico, con una preparación de seis meses para el rol y con la interpretación de 15 canciones del reparto del filme bajo el sello de su garganta, el Jim Morrison de los noventas. Y el más destacado en actuaciones, que contó con el coprotagónico de Meg Ryan saliendo del papel de cómica romántica y caminando por las cuerdas del éxtasis y la enajenación en una aceptable encarnación de Pam, la pareja oficial de Jim. Intervinieron con pequeños papeles figuras de la música como Billy Idol, Eagle Eye Cherry, Eric Burdon, el mismo baterista de los Doors John Densmore interpretando un ingeniero de sonido, y Paula Abdul como coreógrafa de los desmanes místicos de tarima de Jim Morrison. Mucho músico haciendo melodías escénicas para recrear el Jim de Oliver.

Un poeta frustrado por ser símbolo sexual

Más que poesía, es música. Más que música, es exceso. Casi ninguna de las canciones se salva del alcohol y las sustancias, del sexo en despilfarro y de las alucinaciones indígenas. Oliver abandona las inspiraciones delicadas y se entrega a las abyecciones y libertinajes de hígado, hocico y pene, los versos intrincados de Morrison se refunden en una licuadora de excesos, haciéndola un filme de intestinos agitados y de colores beodos, de conciertos multitudinarios que se revientan de amor libre y hogueras aborígenes, de pavos despedazados en viajes ácidos que claman por la muerte próxima, de pócimas de sangre que celebran bodas oscuras y de una ausencia sensible de la esfera romántica y más lúcida del Jim real. Lo que conllevó a un rechazo casi generalizado de los cercanos a Morrison cuando vieron el filme en las pantallas, el teclista Ray Manzarek objetando con sutiles improperios el guión y el tratamiento del personaje, un Rey Lagarto con la piel árida de tanto excederse.

'Creo en un largo y prolongado trastorno de los sentidos para llegar a lo desconocido'. Un retrato del frontman de The Doors que se describe en esa frase. Y que se desenvuelve con absoluto desparpajo irracional durante el último lustro de los sesentas donde esta vez Stone atina a recrear la atmósfera de la época: El flower-power convulsionado de hippies callejeros, desnudos sin pudor y aperturas mentales con LSD, o la remembranza del bullicioso y respetable Whisky A Go Go de California. En conjunto vienen un par de marcas registradas de la filmografía del hombre de Platoon, el continuo uso de los televisores que registran hechos históricos y complementan las noticias -interesante el juego del incendio de Detroit con "Light my fire" en el show de Ed Sullivan-, y los estrados, uno de esos lugares donde pareciera que Stone cuelga la ropa pues ama las querellas, los trajes de fiscales y los martillos condenatorios. En esta ocasión la obscenidad es el tema a juzgar, una lengua glande causante de sentencias.

Cuatro mosqueteros de la psicodelia, The Doors en viaje de peyote


La música, la causa y la solución a todos los problemas del film. Sin ser consistente en el relato y dejarse llevar por la estampa drogadicta y esquizoide de Morrison, el desfile de canciones de The Doors es un placer chocante, especialmente el segmento de excitación pirómana en "Not to Touch the Earth", o el lento y desafiante paso del peyote desértico al humeante Whisky A Go Go en "The End". La ayuda del teclado de Manzarek con sonidos de bajo provoca el paroxismo psicodélico y las emanaciones que producen guitarra y batería son rituales a ritmo de rock and roll. Las contribuciones anexas vienen de la camada neoyorquina de Velvet Underground con el magnífico "Venus in furs" y "Heroin" patrocinados por los labios traviesos de la teutona Nico; la segunda es el clásico fragmento del Carmina Burana "O Fortuna" que recrea la lujuria negra del romance de Morrison con la periodista Patricia Keanelly.




Si abrimos las puertas del mundo del Morrison real, hay un galanteo con el espíritu sensible y protector del poeta, con viajes ácidos benignos que producen paz y las convulsiones en escena son más amigables y no tan catastróficas. Pero las puertas de Oliver Stone se resquebrajan en un terremoto tóxico de controversiales apariciones en público -la palabra controversia le produce gozo-, fama atropellada por los sudores psicotrópicos, escenarios de disfunción eréctil y desgaste en levantamiento de falo, y un constante baile que invoca los ancestros indígenas. The Doors es un videoclip de algo más de dos horas donde el héroe es sofocado por su fama y se consume en un vómito de exceso que no deja ver su lado más iluminado. Es el lado oscuro de la fuerza, la faceta errática y voluptuosa del Rey Lagarto, es el tributo a su desgaste incomprendido. No obstante no deja de ser atrayente la propuesta visual, el montaje astuto, las actuaciones destacadas -especialmente de Kilmer- y claro, la música, la pieza del engranaje que nos permite tener un viaje más plácido por toda esta zona de vértigo. Mucha gente no quiere volver a tocas las Puertas de Oliver Stone, pero sin duda, lograron hacer mucho toc toc en la época.




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