29 abr 2011

BURROUGHS & CRONENBERG: ENTRE BICHOS Y TECLAS

Se cayeron las convenciones del lenguaje elegante. Es sorprendente la fuerza subversiva, escatológica y altamente alucinante de los textos de aquel grande de la generación beat como William Burroughs, un especialista en parafrasear ficciones que incluyan linfogranulomas, vagamina, supositorios de opio y no convertirlos en un tratado médico ni en una conferencia de rehabilitación, sino una inmersión en ese preapocalíptico universo que ofrecen los efectos de las drogas, desde la más simple hasta la combinación más enrevesada que ni un experto farmaceuta podría imaginar. Es aquel banquete de sustancias que se trae en el menu el ya clásico escrito Naked Lunch.

Historias que fluyen de modo vertiginoso, verdaderos trips que se consumen entre anos parlantes y psicotrópicos poco escuchados antes, causando estragos en el trato del lenguaje y desafiando al establishment con un lenguaje abierto y sin prejuicios. En 1959 el sadismo, el asesinato, los viajes alucinógenos y el homosexualismo encuentran su liberación a través de este manifiesto de ficción que obviamente tendría un rechazo inicial y una calificación obscena por parte de la sociedad conservadora norteamericana, pero encontraría refugio en la contracultura y en los revolucionarios del arte que simpatizarían con ella y ayudarían a cimentar las bases de la generación beat liderada por el propio Burroughs, Jack Kerouac y Allen Ginsberg.


Este testimonio de máquina de escribir con papeles desordenados, ensangrentados y olorosos a alcohol y heroína -puro estilo de trabajo de don William, adicto de tiempo completo- serían rescatados treinta años después para sufrir una metamorfosis interesante a manera de homenaje en el filme homónimo de David Cronenberg, encargado de agregar el encanto grotesco de las recreaciones alucinógenas y de materializar parajes productores de naturalezas delirantes, alienaciones irreverentes y confecciones visuales que solo la transgresión escrita puede procrear. Anos hablantes listos para tomar palabra en la pantalla grande.

Cocineros de este almuerzo: Cronenberg, Burroughs y Weller.

El libro y el film son prácticamente autobiográficos: Burroughs ve reflejados pasajes de su vida durante el transcurso de la cinta en la que el protagonista principal es el ingrediente que concibe ese universo paralelo repleto de fantasías, delirios de persecución y escritos magníficos, la sustancia innombrable -de hecho, en la película es un polvo insecticida- que lo lleva sin escalas desde el cielo hasta el infierno, desde el caviar hasta la más putrefacta comida del subsuelo. Cronenberg mantiene vivo el espíritu drogadicto sin mencionar jamás un nombre médico real, haciendo su propio diccionario farmacológico al mejor estilo del escrito de Burroughs, pero sin ser tan directo en el discurso como la obra literaria.

Básicamente la historia se traduce en un continuo recorrido por las alienaciones tóxicas de un William Lee que se vuelve escritor gracias a las sugerencias de la sustancia y la ansiedad del desahogo literario contando sus peripecias inconscientes. Un homicidio involuntario le obliga a exiliarse en un lugar lejano del Africa llamado Interzona -Tánger en la vida de Burroughs, Toronto en las locaciones de Cronenberg- y escribir en el exilio su obra, haciendo las veces de agente encubierto para una compañía, buscando revelar los secretos alucinantes del mercado de la Carne Negra, la droga más enganchadora, mientras su vida se ve acosada por insectos en forma de máquinas de escribir y las presiones de sus propios demonios camuflados en jeringas.

Clark Nova, el bicho que mejor escribe

William Burroughs fue exterminador de insectos durante su juventud y lo consideró siempre su mejor profesión. Desde el inicio de la película se plantea la personificación de William Lee (Peter Weller) en un Burroughs listo para exterminar todo pensamiento racional. Su polvo mata insectos es el elixir de la alucinación, el destructor de la razón, el evocador de la locura. Allí reúne a sus grandes amigos (que en la vida real no son ni mas ni menos que Kerouac y Ginsberg) y sostienen conversaciones que difieren de la realidad cotidiana y ensalzan la enajenación con el trepidante modo de escribir. También está la que fue su segunda pareja, Joan Lee (Judy Davis) con quien tuvo el desafortunado incidente de matarla accidentalmente por culpa de su jueguito de Guillermo Tell y terminó en un balazo en la cabeza infectada de morfina de su compañera, un escenario autobiográfico que nunca fue parte del libro pero que sirvió para reforzar el perfil de Burroughs en el film. Y para justificar su exilio en México y Tánger en la vida real.


Una charla alucinógena con el Mugwump

Una serie de personajes aderezan este almuerzo literario y cinematográfico. El Mugwump no era muy descrito en el texto, pero Cronenberg tuvo la malicia para convertirlo en un alien poco agradable y bastante viscoso, un informante clave en el caso Interzona. El Doctor Benway es el alma hipócrita y divertida que provoca el inicio de los fantásticos viajes de la Carne Negra y los menjurjes exóticos que tanto retuercen la cabeza del escritor. Las máquinas de escribir -especialmente la Clark Nova- son marionetas sin manipulación de computador, 16 personas hilando monstruos que revelan verdades ocultas e inventan historias intrigantes, una perfecta fusión entre el gusto de Cronenberg por los insectos (solo hay que remitirse a La Mosca de 1986) y la pasión de Burroughs por la escritura (en los cincuenta, obviamente la parada la mandaban aquellos aparatos de tecla manual). Tom y Joan Frost son la pareja de Paul y Jane Bowles en vida real , escritores exiliados residentes en Tánger quienes sostuvieron relaciones cercanas con Burroughs en su estadía en el Africa y lo ayudaron a sumergirse en los secretos de los mejores viajes mentales marroquíes. Y Joan Frost era la doppelganger de Joan Lee, una mujer anhelada en el cuerpo de otra que finalmente lo lleva lentamente a satisfacer sus necesidades libidinosas en cuerpos ajenos con más vello y menos busto.

Ambiguo y divertido, el Doctor Benway
La homosexualidad de Burroughs se hizo presente con su evolución profesional, pero curiosamente en la cinta no trata al protagonista como tal -mas bien la visión es muy bisexual-, pero sí exhibe el espíritu lujurioso del que se rodeaba el escritor. El personaje de Kiki es la llave para entrar en la insinuación de falos y la ausencia de vaginas. El mismo Tom Frost se sugiere con conductas amaneradas pero nunca materializa actos concupiscentes. Pero el suizo Yves Cloquet (Julian Sands) es el artífice del pene impúdico que quiere engullirse a todos los hombres del mundo. La escena en la que William observa el espectáculo sexual bajo los efectos de la droga es realmente repulsiva y muy surrealista, es la Carne Negra dominando la mente, destrozándola lentamente, absorbiendo toda su circulación, sumergiéndola en un delirio sin salida.



Por el otro lado de los trips mentales están las conversaciones, las inseguridades y los idilios literarios del protagonista con la máquina de escribir, aquel agudo personaje fusionado con un escarabajo que tramita las ideas de William, que lo incita a entrometerse en los vericuetos de una compañía que nunca existió y que lo hunde en conjeturas sin fundamento que solo funcionan a la perfección bajo el influjo de algún ciempiés acuático que lo haga alucinar. Las escenas entomológicas son surreales y muy bien logradas, es fantástico el combate entre la Martinelli y la Clark Nova, los conflictos hablados entre el escritor y el instrumento de escritura -'Si te deshaces de mi, te atarás a la realidad'- y la aparición providencial del Mugwump transmutado en una fábrica de letras que compite con cualquier Clark Nova, derrochando materia gris espesa mientras estimula los sentidos de un William Burroughs que escribe su obra maestra sin enterarse de ello en estado consciente. Naked Lunch termina siendo una desconocida de la razón, una maravilla engendrada a partir del delirio de la que el protagonista nunca tuvo conocimiento mientras estuvo en sano juicio. Muy seguramente le pasaba lo mismo a Burroughs mientras se hacía esclavo de la jeringa y las teclas en simultánea.


Interzone, un mundo alucinante

Con el patrocinio liberador de la música de Ornette Coleman, aquellos metales hablan el mismo lenguaje de las letras descargadas en el papel. Free jazz que irrespeta a la crítica a través de la libertad absoluta, es la miel que endulza ese almuerzo audiovisual y se conjuga perfectamente con la propuesta creativa de los escritores beat. El director David Cronenberg apila las piezas, las empalma, toma el libro original y lo matiza con elementos que se acoplan perfectamente al relato, y una vez más lo salpica de ese gusto entomológico que recrea ese cosmos fantástico originado por Burroughs. La fusión de lenguajes da como resultado una propuesta desafiante -más liviana que el libro-, con una estructura en la que a veces la linealidad es traicionera, con una ambientación impecable en la década de los cincuenta, con una biografía brillante que se camufla en los excesos de una realidad inexistente, y con una propuesta audiovisual en la que es mejor tener el estómago desnudo para alimentarse del extravagante plato en que los bichos y las máquinas de escribir son los ingredientes principales.

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