Las mujeres parecen ser el blanco de gran marca en las cintas de este enfant terrible del cine. La pobre (y tremenda) Björk fue sometida a una dirección inclemente para cumplir con el rol de la inmigrante ciega que comete un crimen con suprema ingenuidad y es condenada a muerte en Dancer in the Dark (2000); Nicole Kidman encarna una mujer con un pasado oculto que termina siendo la escoba y el trapo sucio de un pueblo entero en Dogville (2003) y una esposa que sufre el dolor profundo de la pérdida de su hijo -Charlotte Gainsbourg en gran interpretación- y lo compensa a través de ataques histéricos y lujuria sin límite en Antichrist ( 2009). Todas tienen en común la palabra sufrimiento, personajes de apariencia pacífica que terminan distorsionándose con el paso de los minutos. Y es que parece que Von Trier tiene una fijación por las conductas femeninas y la cuenta de cobro que les ha pasado Dios por ser las autoras materiales del pecado original.
Una pareja que vive el duelo de la pérdida de su hijo se refunde lejos de la civilización, en el bosque precisamente, para superar miedos y sobrellevar el dolor. Willem Defoe cumple con el papel del hombre racional, un terapeuta que esta vez se va a encargar de suplir los requiebros de su cónyuge a través de trucos propios de psicólogo. Charlotte Gainsbourg es una mujer marcada por el instinto y el impulso, afectada por una tesis que estudió sobre el genocidio de mujeres y la quema de brujas en el siglo XVI. Y obviamente por el duelo de su pequeño fallecido. Entramos en el continuo desafío entre la razón y el instinto.
"La Naturaleza es la iglesia de Satanás", afirma el personaje femenino. Como si Dios mismo hubiera condenado al Edén al libre albedrío del instinto, entregándolo a una visión paralela de un Anticristo donde caben acciones como el maltrato al ser humano y el sexo lascivo en exceso que pulula en cada rincón de las hierbas y los árboles. El hombre (Defoe) confronta toda esta maraña discursiva a través de su raciocinio y el debate se desarrolla durante la mitad de la película hasta que los papeles cambian, la mujer (Gainsbourg) parece perder el miedo y se entrega a la naturaleza de forma consciente, y el hombre comienza a sentir el deseo esquizofrénico de abandonar la razón y entregarse a los impulsos a través de sus visiones. Cuando la balanza cambia, los personajes finalmente sucumben a la animalidad mediante los más conocidos aspectos en los que los humanos nos le parecemos: El sexo sin prejuicios en el lugar que sea, y la territorialidad o lucha de poderes, en donde el animal más fuerte es el que sobrevivirá.
Pero el ingrediente que causa los escalofríos de este discurso psicológico audiovisual es la misma Naturaleza. Es el tercer personaje, contundente, violenta, impetuosa y apocalíptica. Parece ser la conductora hacia la locura de la mujer, la que llama a la lujuria desenfrenada, la que se hastía de los protocolos de la conciencia. En la escena del viaje vemos un verde retorcido que cubre rostros femeninos refundidos en desespero y muerte mientras va andando el vehículo. Y las representaciones animales no pueden ser más repugnantes: Un ciervo cargando su propio hijo abortado, un pájaro que devora su propio hijo, un zorro que se carcome las entrañas y promueve la frase 'El caos reina', son esas señales explícitas de que el cosmos puede ser el mismo Anticristo.
La fotografía es impecable cuando dejamos el Dogma a un lado y dejamos intervenir la mano casi divina de Anthony Dod Mantle (Slumdog Millionaire, El Último Rey de Escocia) y nos hace aquella propuesta en blanco y negro del prólogo y epílogo, donde el coito de pareja es sensual y tierno al tiempo, donde la muerte del infante es lenta y de hermoso dolor, donde el orgasmo es el comienzo y el final de una vida, con la complicidad auditiva de la melodía de "Lascia ch'io pianga" extraída de la ópera Rinaldo de Händel, que hace más emotiva la escena. Cabe destacar los fragmentos de terapia psicológica donde la mujer se sumerge en aquella neblina surreal y camina por el bosque, en un tratamiento visual de observación discreta, lejana, lenta, un tanto gótica, con la expectativa de un pronto ataque del universo nebuloso que se trae el subconsciente de una esposa atacada por sus miedos y remordimientos.
La historia tiene tres episodios divididos en sensaciones nada amables: Dolor, Sufrimiento y Desesperación. De allí el origen de los tres mendigos, personificados por el ciervo, el zorro y el cuervo. La parte más confusa de digerir del guión, pues nunca se presta para ser bien sugerida y se sujeta a simbolismos y a la visión de una constelación que anuncia el fin de una vida. Aquellos animales hacen parte de esa naturaleza instintiva que se devora todo lo que se asoma a ella, pero aparte de presenciar el acto de la muerte, no logran justificar del todo la propuesta temática de estos en la película, lo que la hace compleja y un tanto borrosa. Para los espectadores que gustan de las interpretaciones subjetivas, no hay ningún problema. Para quien quiera la total justificación a través de los hechos, van a quedar un par de dudas.
Lars von Trier's Antichrist - Official
Trailer from Zentropa on Vimeo.
La sinrazón domina el último tramo de este rollo pseudoapocalíptico. El caos reina como lo profetiza el zorro parlante que carcome sus entrañas. La naturaleza gana, donde al parecer está compuesta de miles de mujeres que llevan el mal dentro, donde esa maldad la transmite el bosque y absorbe animales, plantas, humanos, directores cinematográficos y espectadores incautos que pueden salir de la sala o de la cama convencidos de que el Anticristo está presente en cada esquina de nuestra respiración, y que está ligado a la conducta milenaria de la mujer, que desde el mismo Edén, nos conllevó al pecado. Una vez más, Lars Von Trier logra retorcer nuestras cabezas devolviéndonos a la misma esencia de las cosas donde no existen los pensamientos, solo el estímulo instintivo, el llamado a la primigenia animalidad de la que no podremos desprendernos jamás.