16 feb 2011

99 FRANCOS: EL PRECIO DE LA PAUTA

"Todo puede ser comprado. El amor. El arte. El planeta Tierra. Tú. Yo. Especialmente Yo". Una sentencia infalible que corrobora el estado actual de las cosas en la famosa etapa de globalización, y en la que una doctrina económica como el capitalismo y el dominio de EEUU en Occidente e Israel en Oriente se asfixian de lo visibles que son. Aquí viene otro ingrediente fatal y necesario hoy día donde el mass media es el blanco favorito, el mundo frívolo y eficiente de la publicidad.


Poster promocional del film de Kounen


La divulgación y venta de productos a través del creativo y desmesurado universo de la publicidad es el tema central del filme 99 Francos (2007) -basado en el libro de Frederic Beigbeder- del siempre inquieto director franco-holandés Jan Kounen, recordado por las balaceras y triquiñuelas de violencia excesiva pero extrañamente fascinante de Dobermann (1995) .Esta vez se trae bajo un magnífico discurso clip un filme que verdaderamente puede cambiar la concepción del negocio publicitario, convocando a una reflexión sobre la infeliz magia que traen los anuncios para vendernos falsa felicidad al precio favorito de la pauta, las famosas cifras terminadas en 99 que lo hacen ver todo más barato, $9.999, $99.999 (el film es francés, en este caso la antigua moneda del país europeo, el franco) y los sucesivos nueves ilusorios que engañan al ojo y al bolsillo.

El antihéroe que se concibe de esta corrosiva pero de alguna forma realista visión de los publicistas es Octave (Jean Dujardin) quien se trae bajo la manga los ingredientes que cualquier materialista promedio anhelaría tener: Dinero, mujeres, excesos del placer y una enorme dosis de creatividad que lo mantienen en el Poder inalcanzable de una colosal agencia de publicidad. Bajo la particular percepción de su entorno descubrimos las ansiedades, las frustraciones, los constantes discursos ególatras y el mejor elemento, el ingenio para crear campañas, con la ayuda de unos ostentosos recursos visuales donde la animación, los tiros de cámara y el montaje van de la mano para ofrecer un exquisito plato, de digestión visual difícil, pero con la satisfacción de llenar los sentidos y abrumarlos de una psicodelia intensa y pródiga en colores y picados de imagen.


Ser creativo es cosa de matar ideas comunes. Octave y Charlie lo logran.


Los estereotipos que se vislumbran en los típicos magos del anuncio son la cuota divertida y factor del éxito de la historia. La fama del creativo como impuntual, las drogas como compañeras inobjetables de inventiva, las fiestas sin final de placer sin prejuicio, el jefe de producto que cumple un papel ornamental y el jefe de márketing implacable y casi inaccesible, son clichés del medio que se reflejan durante todo el transcurso de la cinta y lo hacen más delicioso, pero obviamente deja muy mal parado al gremio publicitario y a su propósito primordial, Vender.

Totalmente conceptual, ligado al estilo de los carteles y los comerciales de televisión, con créditos en forma de códigos de barra, pantalones y camisas acompañadas de su respectiva descripción y marca, vértigo de la creación de campañas a través de los viajes siderales de supermercado e incluso la parodia del comercial retro de una familia feliz amparada por los beneficios de una chocolatina, 99 Francos es un fascinante viaje por aquel universo de oferta y demanda repleto de color, efectos y sátira visual que construye curiosamente una animadversión moderada por el exceso de anuncios, que según la estadística de la película pueden aparecer unos 350.000 ante los ojos de una persona que ha vivido 18 años.

Una promo de la marca de la empresa en la que trabaja:
"Mantiene mi ano y aliento fresco"

La cuota audiovisual de Kounen es la feria de atracciones que engancha la película con variados trucos muy efectivos. Desde su mismo inicio en aquella valla playera que se convierte en lluvia apocalíptica mientras se abre el plano, pasando por las inhalaciones monetarias en forma de coca que producen el título del filme, hasta las desorbitadas animaciones alucinógenas que se traen las fiestas excesivas del gremio son dinamita pura que cautiva y produce reflujo a la vez. Sólo hay que ver el comercial boicoteado en la campaña del producto estrella para dar muestra del hastío por el consumo gracias a las imágenes de mataderos de animales, yogurt lascivo pero vomitivo, los rostros absorbidos por el delirio de la compraventa y el final del mundo que viene en un tren descarrilado que nos condena a estrellarnos contra los anuncios.


La revolución interna que sufre Octave después del rechazo de su propuesta para una campaña de yogurt y de una ruptura sentimental generada por un embarazo no deseado convoca al llamado a su interior y una reflexión. ¿Qué hace en su vida? Incitar a la compra de lo innecesario, sucumbir ante la sociedad de consumo, vaciar su felicidad en momentos de aceleración cocainómana y sexo espontáneo, vender falso bienestar y refugiarse en el gélido abrigo de la materia que finalmente no ofrece amor ni simplicidad, factores que pueden hacer la vida más llevadera para muchos sin necesidad del armatoste de madera, metal y chips que se transmuta en un conglomerado de objetos que llena de confort un apartamento. Pero, ¿De algo más?

Cómpralo todo. O acepta el aburrimiento.


La rebeldía ante aquel globo consumista viene gracias a Sophie (Vahina Giocante), humana, quien sueña, ama, se aburre, se embaraza. Se embaraza... Y produce el cambio vital en su pareja, Octave. Gracias a su personaje se generan dos escenas memorables, la respuesta típica del novio en el restaurante que recibe el baldado de un Positivo en la prueba de embarazo -simple pero muy divertida-, y el viaje alucinógeno del baile disparatado entre Sophie y Octave con la ecografía de fondo, ese gigantesco feto que rechaza la sangre y el apellido de su padre con una simple articulación, en una de las escenas que más resalta el ingenio visual y el vacío personal del ego desbaratado de un Octave que maltrataba el mass media, ahora los roles se invierten.

La música se trae un deleite de melodías ligadas a la pasarela, la fotografía y el fashionismo de los anuncios encajonados en la falsa sofisticación, no tan falsa en los acompañamientos musicales de St. Germain, Etienne de Crecy, Alex Gopher, Laurent Garnier y una buena sobredosis de french touch que le dan un toque chic al mórbido vértigo del éxito de las ideas que engendran millones de francos, dólares, pesos, lo mismo en un papel intoxicado de codicia que puede cubrir con el 10% de sus ganancias anuales la mitad de la población hambrienta en el mundo.

Dos compañeros envueltos en el viaje creativo y alucinógeno

Las experiencias místicas e indigenistas de Jan Kounen con sus anterior producciones Blueberry y los documentales de Other Worlds fueron detonantes para incluir un pasaje del film en algún lugar paradisíaco de Suramérica con comunidades aborígenes y un giro visual fuerte en el que los planos se tomaban su tiempo, son más abiertos y documentales y los sonidos de la naturaleza predominan sobre la música. En este lapso de la cinta todo se transforma, especialmente su protagonista quien vive la otra cara de la moneda donde la moneda no tiene ningún valor y la simplicidad y la aceptación de la naturaleza tal y como viene es el universo paralelo que jamás le pudo dar su agencia de publicidad. Kounen no se podía quedar con el antojo de matizar su trip desenfrenado audiovisual con un discurso más sereno y cierta mística llevada a lo autóctono, lo tradicional.



El mérito publicitario recae en la idea original que causa recordación más que en los millones que puede producir, desde un punto de vista idealista. El mérito de Kounen recae en la cantidad de imágenes que no se pueden salir del cerebro después de ingerir la película como una dosis psicotrópica de placer sin límite, un poco morbosa pero al final placentera. Una revancha contra el mass media utilizando sus propias armas, vendiendo hasta el tedio la imagen, pudriéndola hasta el hastío, convirtiendo la creatividad en fútil materia, valiéndose de la innovación para ver el interior de nuestra involución, viendo que todo se desvanece con el paso de los días, con el paso de las campañas publicitarias, con el paso del despilfarro sin control, con el paso de una cinta gigantesca que hace un llamado a volver a la vida simple. Al fin y al cabo, nada es duradero como lo sentencia la frase de Octave: "Todo es temporal. El amor, el arte, el planeta, tú, yo. Especialmente Yo".

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