Una invitación real se trajo la marcha del febrero, ornamentada por las texturas de los teclados impetuosos y la noche de ácido contoneo entre las amalgamas sonoras más sofisticadas y otras más atrevidas gracias a los favores de un Nueva York vecino por una noche, infestado de tecnología bailable pero osadamente descomplicada como la que se trajo bajo la manga el ensamble de LCD Soundsystem en la capital de los agujeros de asfalto, que increíblemente no deja de ser fascinante en medio del caos.
Las fiestas de hora temprana nunca son afamadas ni memorables, entre diez y once de la luna apenas venían algunos asiduos a comerse el espectáculo de principio a fin, quienes pudieron apreciar un Royal Center con ciertos rezagos de clima bogotano convencional, y un line-up de buena voluntad que quería calentar la noche como felinos orientales, LSCFJ (Like Some Cats From Japan), cuatro gatos sin ojos rasgados cargados de beats con aires psicodélicos y una que otra atmósfera viajera en su corto reparto.
Un show sobrio pero entregado que se compone de un golpe consistente en la batería, teclados bailables con intenciones alucinantes y voces no tan cantantes y mas bien animosas, entusiastas de la prolongación del jolgorio. Pizarro es la figura que busca el dominio del escenario con más modestia y menos histrionismo que en su anterior aventura musical de Deluxe Club tomando el micrófono angloparlante y recalcando el nombre de la banda con el tema de apertura "LSCFJ", mientras su compañero de fórmula Charlie juguetea con las estructuras psicodélicas que sus dedos expelen a través de sus juguetes de blancas y negras. Por allí desfilan momentos alegres como el que se traen "Johnny Ramone" y su contundente "Turning Wheel" y otros de corte más atmosférico e íntimo como "Meet me in the middle".
Apoyados por El Duque y Pal intentan humanizar la electrónica con instrumentos como batería, guitarra y teclados analógicos, y a pesar de una mala jugada de mutismo ante un solo de teclas frenético de Charlie por problemas de cables maliciosos, LSCFJ mostraron sus dotes de limpia ejecución y un trabajo interesante en construcción musical, y un ejemplo de aquella búsqueda armónica se pudo notar en "Three Dots", que sin ser demasiado bailable y no tener vocales tan potentes mantiene el beat, la intención del movimiento y la sobriedad. Los Cuatro Gatos de tan lejos pero tan de acá tendrán el chance de seguirle mostrando sus ronroneos melódicos al público en otras noches agitadas de Japón, Egipto o New York con "Johnny Ramone" incluído.
"Dance Yourself Clean", tema de apertura del concierto de LCD .
Extraído de la videoteca de letyourspirits0ar
Y del Japón nos vamos para New York viviendo por un par de horas en Bogotá. Esa combinación de frescura punketa con acidez danzarina va asomando lentamente en un intro eterno que sirvió de paso para terminar con checks de ingeniería de sonido. Por allí surge una membrana coqueta de un micrófono Sennheiser digno de crooner cincuentero manipulado por las cuerdas vocales de un James Murphy listo para atacar la escena. "Dance Yourself Clean" es el preámbulo de un recorrido electro intenso e hirviente. This is Happening!
Un combo de chicos que vienen de comer palomitas y hacer zapping en TV se ponen en escena con el atuendo más dominical que puede tener individuo cualquiera. LCD Soundsystem muestran lo que son: pantalonetas cortas de fútbol ochentero, pechos albinos que se exhiben sin prejuicio, barrigas cuarentonas que guardan muchos tacos y bebidas gaseosas, la desenvoltura en pasta, la simplicidad sin parafernalias, unidos para hacer lo que saben, embriagar a su público de felicidad electrizante con su música, tanto como lo hace su "Drunk Girls", coros de alcohol cantados en puro new wave que estremece las gargantas ávidas de fiesta y delirio. Keep Happening!
Ya prendido el asunto, entramos en atmósferas retro y esos hipnóticos teclados reminiscentes con sabor a Kraftwerk y la potencia en crescendo que se trae "Get Innocuous", un experimento casi minimal que empieza a romperse con el paso de los minutos y finaliza con un cataclismo de instrumentos ácidos mezclados para dar vida a las piedras mientras la tecladista Nancy Whang maniobra como nave su synth y Murphy se apodera de las baquetas y produce un sordo estruendo melódico cargado de timbal sin retorno que altera mentes y moviliza muertos. Esas baquetas juguetonas, la campana y el cencerro surten más efecto con el tremendo impacto de "Daft Punk is playing at my house", su primer gran clásico contemporáneo que causa conmoción en una localidad Platino colmada e irrespirable, lista para ahogarse de placer con aquel alucinógeno LCD.
New York es una ciudad que reposa practicamente sobre el nivel del mar, el caos más ordenado y productivo que se trae Occidente, pero curiosamente más fácil de respirar a nivel pulmonar. Bogotá es una ciudad que traiciona con sus 2.600 metros cualquier sistema respiratorio acostumbrado a ver el oceáno todos los días. Uno de ellos fue el de James, vocalista ansioso por entregarlo todo pero marcado por un aire difícil de obtener y quien con la modestia de cualquier civil confesó su cuita bronquial y le dio paso por varios segundos al inhalador. Eso no le impidió hacer más afinada su voz y deleitar al público con el sonido ochentero de su nuevo tema "I Can Change" que de una vez nos remitió a los gloriosos synths de gente como Thompson Twins o Thomas Dolby, en una tonada vintage muy bien apoyada por los teclados de Gavin Russom. Otro momento para tomar aire y cantar sin desenfreno. Still happening!
La confesión de cuerpo, alma y espíritu se viene a mitad del espectáculo con un tema esperado por muchos, "All my friends" es la confirmación de que los sonidos electrónicos no solo están hechos para bailar sino para recordar que somos sensibles. Muchas voces se congregaron para entablar al unísono un coro de infelicidad lacrimosa junto a un piano repetitivo -que guardando las proporciones tiene algo de "Where the streets have no name"- y provocar llantos de emociones encontradas en medio de los coros. Clímax a esta altura de la noche. Para calmar ánimos viene "You Wanted a Hit", puro material de sofisticación y gusto con armonías retro una vez más y que a pesar de no ser tan reconocido por la gran masa fue un excelente platillo de electropop con base de bajo y guitarras sólidos -Phil Mossman y Tyler Pope- y unos teclados que flirtean con la nostalgia ochentera y los jugueteos orientales. Por algo los tendría en las manos la chica Whang, quien le sacó un beso al hombre de la panza sexy, don James Murphy.
Volvemos a la disco con synths más agrestes, "Tribulations" es tóxico preciso para continuar la fiesta de luces rojas, naranjas, azules, en una explosión de brazos arriba, puños al frente y uno que otro asomo de violencia envidiosa entre el público animoso de alcohol iracundo y estimulado por la energía punk de el siguiente golpe musical, "Movement", la batería insistente del 'piernas locas' Pat Mahoney dispuesta para la destrucción de cueros y columnas y las guitarras en su distorsión más alta para el momento más feroz de la noche. El cierre de este primer tramo lleno de vértigo, sudor y exclamaciones de balcones y aglomeraciones se viene con la afirmación repetitiva, "Yeah" , palabra que se puede repetir tantas veces durante su show como la extensión de este texto y un magnífico techno implacable para probar que el Soundsystem estaba allí presente. What happening!
Con la recuperación de aire y la pausa necesaria del Encore después de semejante descarga, se retoma el paso con calma, sin apuro y concentrados en las posibilidades que les brinda el vibráfono inocente pero pegajoso de "Someone Great" interpretado por el ecléctico y fiestero Al Doyle, quien se vino de Hot Chip para prestar atención a algunos redobles, unas cuerdas y unos soniditos marimberos de pecho descubierto y actitud de desparpajo. Luego, las prosas discursivas de Murphy en "Losing my Edge" con aquel intro minimal un poco narcótico y de nuevo Doyle prestando sus dedos para jugar con notas de "Da Funk" y el contraste entre momentos de instrumentos reventados y otros discretos, el caos y el orden juntos regurgitando alegría empapada de locura colectiva. Para cerrar la segunda salida es bueno el baile, "Home" es el momento glorioso de las campanas y los cencerros y la evidencia absoluta de las habilidades vocales de un James que ya ha superado los impases de la altura capitalina y sabe que 'esto sigue sucediendo'. Mientras tanto, los coros de 'Aaaahhhaahhh' no se hacen esperar y de nuevo el Royal se envuelve en miles de gargantas de una sola voz.
Un Encore más. Un tema más. Pero no cualquiera. En un desgarrado blues se viene el cierre más emotivo que puede ofrecer LCD, "New York I love you, but you bringing me down" el sello de calidad que imprime una banda que toca distintos géneros y no desentona. Murphy acaricia su Sennheiser, lo adora, lo previene, lo insulta, lo grita con amor, tal como el resto de el Soundsystem con su instrumento respectivo, todos emplean su catártico momento para desahogarse en un final espléndido sin tanta luz, sin tanta vestimenta, sin tanta lentejuela, simplemente con el don fabuloso que circula por sus arterias repletas de música bien ejecutada. Los adictos al LCD se marchan, algunos ebrios de alcohol, otros de placer, otros de euforia indescriptible, pero todos convencidos de que... This Was Happening!
26 feb 2011
16 feb 2011
99 FRANCOS: EL PRECIO DE LA PAUTA
"Todo puede ser comprado. El amor. El arte. El planeta Tierra. Tú. Yo. Especialmente Yo". Una sentencia infalible que corrobora el estado actual de las cosas en la famosa etapa de globalización, y en la que una doctrina económica como el capitalismo y el dominio de EEUU en Occidente e Israel en Oriente se asfixian de lo visibles que son. Aquí viene otro ingrediente fatal y necesario hoy día donde el mass media es el blanco favorito, el mundo frívolo y eficiente de la publicidad.
La divulgación y venta de productos a través del creativo y desmesurado universo de la publicidad es el tema central del filme 99 Francos (2007) -basado en el libro de Frederic Beigbeder- del siempre inquieto director franco-holandés Jan Kounen, recordado por las balaceras y triquiñuelas de violencia excesiva pero extrañamente fascinante de Dobermann (1995) .Esta vez se trae bajo un magnífico discurso clip un filme que verdaderamente puede cambiar la concepción del negocio publicitario, convocando a una reflexión sobre la infeliz magia que traen los anuncios para vendernos falsa felicidad al precio favorito de la pauta, las famosas cifras terminadas en 99 que lo hacen ver todo más barato, $9.999, $99.999 (el film es francés, en este caso la antigua moneda del país europeo, el franco) y los sucesivos nueves ilusorios que engañan al ojo y al bolsillo.
El antihéroe que se concibe de esta corrosiva pero de alguna forma realista visión de los publicistas es Octave (Jean Dujardin) quien se trae bajo la manga los ingredientes que cualquier materialista promedio anhelaría tener: Dinero, mujeres, excesos del placer y una enorme dosis de creatividad que lo mantienen en el Poder inalcanzable de una colosal agencia de publicidad. Bajo la particular percepción de su entorno descubrimos las ansiedades, las frustraciones, los constantes discursos ególatras y el mejor elemento, el ingenio para crear campañas, con la ayuda de unos ostentosos recursos visuales donde la animación, los tiros de cámara y el montaje van de la mano para ofrecer un exquisito plato, de digestión visual difícil, pero con la satisfacción de llenar los sentidos y abrumarlos de una psicodelia intensa y pródiga en colores y picados de imagen.
Los estereotipos que se vislumbran en los típicos magos del anuncio son la cuota divertida y factor del éxito de la historia. La fama del creativo como impuntual, las drogas como compañeras inobjetables de inventiva, las fiestas sin final de placer sin prejuicio, el jefe de producto que cumple un papel ornamental y el jefe de márketing implacable y casi inaccesible, son clichés del medio que se reflejan durante todo el transcurso de la cinta y lo hacen más delicioso, pero obviamente deja muy mal parado al gremio publicitario y a su propósito primordial, Vender.
Totalmente conceptual, ligado al estilo de los carteles y los comerciales de televisión, con créditos en forma de códigos de barra, pantalones y camisas acompañadas de su respectiva descripción y marca, vértigo de la creación de campañas a través de los viajes siderales de supermercado e incluso la parodia del comercial retro de una familia feliz amparada por los beneficios de una chocolatina, 99 Francos es un fascinante viaje por aquel universo de oferta y demanda repleto de color, efectos y sátira visual que construye curiosamente una animadversión moderada por el exceso de anuncios, que según la estadística de la película pueden aparecer unos 350.000 ante los ojos de una persona que ha vivido 18 años.
La cuota audiovisual de Kounen es la feria de atracciones que engancha la película con variados trucos muy efectivos. Desde su mismo inicio en aquella valla playera que se convierte en lluvia apocalíptica mientras se abre el plano, pasando por las inhalaciones monetarias en forma de coca que producen el título del filme, hasta las desorbitadas animaciones alucinógenas que se traen las fiestas excesivas del gremio son dinamita pura que cautiva y produce reflujo a la vez. Sólo hay que ver el comercial boicoteado en la campaña del producto estrella para dar muestra del hastío por el consumo gracias a las imágenes de mataderos de animales, yogurt lascivo pero vomitivo, los rostros absorbidos por el delirio de la compraventa y el final del mundo que viene en un tren descarrilado que nos condena a estrellarnos contra los anuncios.
La revolución interna que sufre Octave después del rechazo de su propuesta para una campaña de yogurt y de una ruptura sentimental generada por un embarazo no deseado convoca al llamado a su interior y una reflexión. ¿Qué hace en su vida? Incitar a la compra de lo innecesario, sucumbir ante la sociedad de consumo, vaciar su felicidad en momentos de aceleración cocainómana y sexo espontáneo, vender falso bienestar y refugiarse en el gélido abrigo de la materia que finalmente no ofrece amor ni simplicidad, factores que pueden hacer la vida más llevadera para muchos sin necesidad del armatoste de madera, metal y chips que se transmuta en un conglomerado de objetos que llena de confort un apartamento. Pero, ¿De algo más?
La rebeldía ante aquel globo consumista viene gracias a Sophie (Vahina Giocante), humana, quien sueña, ama, se aburre, se embaraza. Se embaraza... Y produce el cambio vital en su pareja, Octave. Gracias a su personaje se generan dos escenas memorables, la respuesta típica del novio en el restaurante que recibe el baldado de un Positivo en la prueba de embarazo -simple pero muy divertida-, y el viaje alucinógeno del baile disparatado entre Sophie y Octave con la ecografía de fondo, ese gigantesco feto que rechaza la sangre y el apellido de su padre con una simple articulación, en una de las escenas que más resalta el ingenio visual y el vacío personal del ego desbaratado de un Octave que maltrataba el mass media, ahora los roles se invierten.
La música se trae un deleite de melodías ligadas a la pasarela, la fotografía y el fashionismo de los anuncios encajonados en la falsa sofisticación, no tan falsa en los acompañamientos musicales de St. Germain, Etienne de Crecy, Alex Gopher, Laurent Garnier y una buena sobredosis de french touch que le dan un toque chic al mórbido vértigo del éxito de las ideas que engendran millones de francos, dólares, pesos, lo mismo en un papel intoxicado de codicia que puede cubrir con el 10% de sus ganancias anuales la mitad de la población hambrienta en el mundo.
Las experiencias místicas e indigenistas de Jan Kounen con sus anterior producciones Blueberry y los documentales de Other Worlds fueron detonantes para incluir un pasaje del film en algún lugar paradisíaco de Suramérica con comunidades aborígenes y un giro visual fuerte en el que los planos se tomaban su tiempo, son más abiertos y documentales y los sonidos de la naturaleza predominan sobre la música. En este lapso de la cinta todo se transforma, especialmente su protagonista quien vive la otra cara de la moneda donde la moneda no tiene ningún valor y la simplicidad y la aceptación de la naturaleza tal y como viene es el universo paralelo que jamás le pudo dar su agencia de publicidad. Kounen no se podía quedar con el antojo de matizar su trip desenfrenado audiovisual con un discurso más sereno y cierta mística llevada a lo autóctono, lo tradicional.
El mérito publicitario recae en la idea original que causa recordación más que en los millones que puede producir, desde un punto de vista idealista. El mérito de Kounen recae en la cantidad de imágenes que no se pueden salir del cerebro después de ingerir la película como una dosis psicotrópica de placer sin límite, un poco morbosa pero al final placentera. Una revancha contra el mass media utilizando sus propias armas, vendiendo hasta el tedio la imagen, pudriéndola hasta el hastío, convirtiendo la creatividad en fútil materia, valiéndose de la innovación para ver el interior de nuestra involución, viendo que todo se desvanece con el paso de los días, con el paso de las campañas publicitarias, con el paso del despilfarro sin control, con el paso de una cinta gigantesca que hace un llamado a volver a la vida simple. Al fin y al cabo, nada es duradero como lo sentencia la frase de Octave: "Todo es temporal. El amor, el arte, el planeta, tú, yo. Especialmente Yo".
La divulgación y venta de productos a través del creativo y desmesurado universo de la publicidad es el tema central del filme 99 Francos (2007) -basado en el libro de Frederic Beigbeder- del siempre inquieto director franco-holandés Jan Kounen, recordado por las balaceras y triquiñuelas de violencia excesiva pero extrañamente fascinante de Dobermann (1995) .Esta vez se trae bajo un magnífico discurso clip un filme que verdaderamente puede cambiar la concepción del negocio publicitario, convocando a una reflexión sobre la infeliz magia que traen los anuncios para vendernos falsa felicidad al precio favorito de la pauta, las famosas cifras terminadas en 99 que lo hacen ver todo más barato, $9.999, $99.999 (el film es francés, en este caso la antigua moneda del país europeo, el franco) y los sucesivos nueves ilusorios que engañan al ojo y al bolsillo.
El antihéroe que se concibe de esta corrosiva pero de alguna forma realista visión de los publicistas es Octave (Jean Dujardin) quien se trae bajo la manga los ingredientes que cualquier materialista promedio anhelaría tener: Dinero, mujeres, excesos del placer y una enorme dosis de creatividad que lo mantienen en el Poder inalcanzable de una colosal agencia de publicidad. Bajo la particular percepción de su entorno descubrimos las ansiedades, las frustraciones, los constantes discursos ególatras y el mejor elemento, el ingenio para crear campañas, con la ayuda de unos ostentosos recursos visuales donde la animación, los tiros de cámara y el montaje van de la mano para ofrecer un exquisito plato, de digestión visual difícil, pero con la satisfacción de llenar los sentidos y abrumarlos de una psicodelia intensa y pródiga en colores y picados de imagen.
Los estereotipos que se vislumbran en los típicos magos del anuncio son la cuota divertida y factor del éxito de la historia. La fama del creativo como impuntual, las drogas como compañeras inobjetables de inventiva, las fiestas sin final de placer sin prejuicio, el jefe de producto que cumple un papel ornamental y el jefe de márketing implacable y casi inaccesible, son clichés del medio que se reflejan durante todo el transcurso de la cinta y lo hacen más delicioso, pero obviamente deja muy mal parado al gremio publicitario y a su propósito primordial, Vender.
Totalmente conceptual, ligado al estilo de los carteles y los comerciales de televisión, con créditos en forma de códigos de barra, pantalones y camisas acompañadas de su respectiva descripción y marca, vértigo de la creación de campañas a través de los viajes siderales de supermercado e incluso la parodia del comercial retro de una familia feliz amparada por los beneficios de una chocolatina, 99 Francos es un fascinante viaje por aquel universo de oferta y demanda repleto de color, efectos y sátira visual que construye curiosamente una animadversión moderada por el exceso de anuncios, que según la estadística de la película pueden aparecer unos 350.000 ante los ojos de una persona que ha vivido 18 años.
La cuota audiovisual de Kounen es la feria de atracciones que engancha la película con variados trucos muy efectivos. Desde su mismo inicio en aquella valla playera que se convierte en lluvia apocalíptica mientras se abre el plano, pasando por las inhalaciones monetarias en forma de coca que producen el título del filme, hasta las desorbitadas animaciones alucinógenas que se traen las fiestas excesivas del gremio son dinamita pura que cautiva y produce reflujo a la vez. Sólo hay que ver el comercial boicoteado en la campaña del producto estrella para dar muestra del hastío por el consumo gracias a las imágenes de mataderos de animales, yogurt lascivo pero vomitivo, los rostros absorbidos por el delirio de la compraventa y el final del mundo que viene en un tren descarrilado que nos condena a estrellarnos contra los anuncios.
La revolución interna que sufre Octave después del rechazo de su propuesta para una campaña de yogurt y de una ruptura sentimental generada por un embarazo no deseado convoca al llamado a su interior y una reflexión. ¿Qué hace en su vida? Incitar a la compra de lo innecesario, sucumbir ante la sociedad de consumo, vaciar su felicidad en momentos de aceleración cocainómana y sexo espontáneo, vender falso bienestar y refugiarse en el gélido abrigo de la materia que finalmente no ofrece amor ni simplicidad, factores que pueden hacer la vida más llevadera para muchos sin necesidad del armatoste de madera, metal y chips que se transmuta en un conglomerado de objetos que llena de confort un apartamento. Pero, ¿De algo más?
La rebeldía ante aquel globo consumista viene gracias a Sophie (Vahina Giocante), humana, quien sueña, ama, se aburre, se embaraza. Se embaraza... Y produce el cambio vital en su pareja, Octave. Gracias a su personaje se generan dos escenas memorables, la respuesta típica del novio en el restaurante que recibe el baldado de un Positivo en la prueba de embarazo -simple pero muy divertida-, y el viaje alucinógeno del baile disparatado entre Sophie y Octave con la ecografía de fondo, ese gigantesco feto que rechaza la sangre y el apellido de su padre con una simple articulación, en una de las escenas que más resalta el ingenio visual y el vacío personal del ego desbaratado de un Octave que maltrataba el mass media, ahora los roles se invierten.
La música se trae un deleite de melodías ligadas a la pasarela, la fotografía y el fashionismo de los anuncios encajonados en la falsa sofisticación, no tan falsa en los acompañamientos musicales de St. Germain, Etienne de Crecy, Alex Gopher, Laurent Garnier y una buena sobredosis de french touch que le dan un toque chic al mórbido vértigo del éxito de las ideas que engendran millones de francos, dólares, pesos, lo mismo en un papel intoxicado de codicia que puede cubrir con el 10% de sus ganancias anuales la mitad de la población hambrienta en el mundo.
Las experiencias místicas e indigenistas de Jan Kounen con sus anterior producciones Blueberry y los documentales de Other Worlds fueron detonantes para incluir un pasaje del film en algún lugar paradisíaco de Suramérica con comunidades aborígenes y un giro visual fuerte en el que los planos se tomaban su tiempo, son más abiertos y documentales y los sonidos de la naturaleza predominan sobre la música. En este lapso de la cinta todo se transforma, especialmente su protagonista quien vive la otra cara de la moneda donde la moneda no tiene ningún valor y la simplicidad y la aceptación de la naturaleza tal y como viene es el universo paralelo que jamás le pudo dar su agencia de publicidad. Kounen no se podía quedar con el antojo de matizar su trip desenfrenado audiovisual con un discurso más sereno y cierta mística llevada a lo autóctono, lo tradicional.
El mérito publicitario recae en la idea original que causa recordación más que en los millones que puede producir, desde un punto de vista idealista. El mérito de Kounen recae en la cantidad de imágenes que no se pueden salir del cerebro después de ingerir la película como una dosis psicotrópica de placer sin límite, un poco morbosa pero al final placentera. Una revancha contra el mass media utilizando sus propias armas, vendiendo hasta el tedio la imagen, pudriéndola hasta el hastío, convirtiendo la creatividad en fútil materia, valiéndose de la innovación para ver el interior de nuestra involución, viendo que todo se desvanece con el paso de los días, con el paso de las campañas publicitarias, con el paso del despilfarro sin control, con el paso de una cinta gigantesca que hace un llamado a volver a la vida simple. Al fin y al cabo, nada es duradero como lo sentencia la frase de Octave: "Todo es temporal. El amor, el arte, el planeta, tú, yo. Especialmente Yo".
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