27 jun 2023

LA SERENIDAD TROPICAL DE COSTA RICA

PaisajísTico. Entre el clima agradable y la textura verde de sus montañas asoma la serena bienvenida de Costa Rica, un país pequeño en extensión pero amplio en riqueza biodiversa, oloroso a café y patacón, que corre en carreta y se expresa entre el sol playero y la energía de sus volcanes. 

El calor de Alajuela es permanente, acosa pero no ensopa el vestuario, una provincia solar que se mueve a ritmo de carreta. Allí se camufla Sarchí, precisamente la tierra de un patrimonio artesanal sorprendente, maquillado en colochos rodantes, instrumento clave de boyeros, amiga de los cultivos y primorosa en los desfiles montañeros, un trabajo pulcro de colorido rodante y donde se aloja la carreta más grande del mundo. Mientras se siente el calor consumible del chifrijo (fríjoles con chicharrón) se admira la iglesia metálica de Grecia, la fe férrea, paz metálica provinciana, un credo que vive sin afanes.

Boyeros, carretas y colochos: Sarchí

La costa Atlántica respira sabores afro de mar grisáceo, reggae sin prisa y llovizna que aprieta sin ofender. Puerto Viejo acoge las raíces africanas con sus casitas de madera y negocios artesanales, en una arena variada que a veces oscurece en timidez y en otras se viste de brillo. Caminos naturales llevan al sosiego lejano de Manzanillo, trópico pensionado de oleaje reposado; el calor atrevido de Cocles invita a alquilar una tabla y retozar en surf; el río se hace cómplice junto al mar de Punta Uva, destino familiar de ancha playa y zapatilla suelta. La compañía gastronómica es el rice and beans, donde una vez más aparecen los triunfales fríjoles con su respectivo arroz, pero que baila piezas de acompañamiento junto a comida de mar y cierto picante oceánico.

Costa Rica es costa linda: Playa Manuel Antonio

Las arenas se hacen más rubias en ciertos sectores del Pacífico. El surf se apodera del ambiente, las maletas pasajeras circulan con más frecuencia y las especies se hacen más visibles. Jacó es un punto de partida estándar, la playa cercana del capitalino de San José, de banderas arrugadas, olas estiradas y descansos prolongados; en Quepos el panorama es de tipo naval con puerto incluido, malecón amable y luces nocturnas suntuosas; la belleza se despliega en el parque Manuel Antonio, santuario natural que se jacta de playas admirables, iguanas traviesas, senderos de buenos modales y miradores fotogénicos, un paraíso marítimo que congrega una suerte de Edén que solo interrumpe su paz entre tanta chancleta anglosajona y humano curioso, pero que da la bienvenida a las mejores fotografías del trayecto Pacífico.

Cráter de agua. Laguna de Botos

Sin volcán no hay viaje completo. Más de 100 de esta clase en todo el país y con caminatas de frío hirviente para acompañar la aventura. El escogido, el Poás, pertenece a la provincia de Alajuela. Está vivo y con ganas de expectorar  pero no deja de ser tímido ante la bruma, se camufla entre nubes y es prudente ante el espectador pero cuando revela su rostro se hace enorme y muestra su poderío sin miedo. Sin muchos pasos de diferencia lo acompaña la laguna de Botos, un cráter apagado que se embelleció con tratamiento acuático, paraje de silencios musicales rodeado de verdor que respira altura, un homenaje a la imperturbabilidad costarricense de naturaleza sinfín. 

Edificio de Correos. San José vive.

San José es una mezcla entre calma tropical y asedio urbanístico, una ciudad que se desarrolla sin afanes, que cuenta con la ventaja relativa de una población moderada para mejor circulación en las calles. Una amabilidad discreta que genera fotografías en su Oficina de Correos, la gracia de su Teatro Nacional, el orden de su estación de ferrocarril, el paso seguro del parque Morazán, la sobriedad de su cine Magaly. Una capital muy caminante, desde la fuente de la Hispanidad hasta la amplitud de la Universidad de Costa Rica y el llamado nocturno del barrio California. Parada obligada en el Mercado Central y sus colosales ollas de carne, sustanciosas y cargadas en tubérculos que se bajan con jugo de cas, entretanto sus corredores se estiran en locales artesanales y frutas y hortalizas nativas. No hay que dejar de brindarle kilómetros peatonales al barrio tradicional Amón, pintado de bohemia y casitas coloridas que guardan bajo sus paredes sonidos de jazz, hardcore o sabiduría indígena bribri.

La devastación atractiva. Ruinas de Cartago

El desayuno tradicional es el gallo pinto, otra entrada gloriosa del fríjol negro con arroz que en complicidad con el café negro dominan el universo estomacal de este país. Se encuentra en casi todos sus rincones incluyendo Cartago, que podría llamarse la capital religiosa tica. Una ciudad fría y apacible con algunas casas de corte sureño estadounidense, unas ruinas históricas que transmutaron en atractivo turístico, una plazoleta digna de romería, una bandera que puede envolver un cantón completo y una basílica recolectora brutal de oraciones, Nuestra Señora de los Ángeles que recoge feligreses entre sus cúpulas varias y es punto principal de peregrinaje de todos los que tienen negocios místicos con Dios. 

Alfombra verde. San Antonio de Escazú

Costa Rica es un destino de paz. Benevolente, discreto en locuacidad, no se revoluciona, se disfruta con sus empanadas de repollo y sus fríjoles imperiales. Ofrece visiones cosmopolitas y andanzas de boyero en Escazú, panorámicas campeonas en La Ventolera, libertad sin ejércitos de su Museo Nacional, senderos de arena bañada en sencillez calurosa, cultivos amables de fresa en Heredia y canciones nostálgicas de Malpaís o Walter Ferguson. Un paraje latino que respira pureza biológica, serenidad tropical y un ofrecimiento comedido como destino para abrazar.



25 dic 2021

EL PARAÍSO ES PEQUEÑO: QUINDÍO

 

Un verde querido, con la amabilidad vertiginosa de la montaña, dispuesta a brindarnos cuanto fruto produce la tierra templada. Quindío es un departamento pequeño, enclaustrado entre cafetales y platanales, en un verdoso interminable acompañado de una arquitectura colonial cafetera que destila deleite, paz y una entrada terrenal a una suerte de Tierra Prometida con un componente humano de calidad sin igual en el resto del país.

El trasteo infinito. Desfile del Yipao en Willys.

Armenia era un pueblito de casas de bahareque y una sensación lejana ante el desarrollo que la hizo inmune ante el caos de las grandes capitales. El terremoto de 1999 hizo replantear su paisaje y convertirla en una ciudad edificada, con una belleza sencilla, dotada de fríjoles fieles y cuyabros amables que de modo desinteresado indican direcciones, ayudan con las maletas y relatan su árbol genealógico en 15 minutos. Sin una agenda cosmopolita ni extravagancias citadinas, propone un itinerario gastronómico interesante con su variada propuesta de restaurantes, invita a caminar en su Avenida Bolívar desde su bulevar de compras en el centro, hasta su zona más norteña en parque Fundadores, el respirable Parque de la Vida y la zona de la Universidad del Quindío, todas afectuosas al transitar.

El color del Quindío. Salento

Pero el agrado sublime del paisaje quindiano es la municipalidad, el espíritu arriero sembrado en 11 pueblitos cargados de magia propia. Filandia es color alegre y sereno entre casitas de balcones amenos que despiden aroma a café bajo sus puertas y exhiben destrezas transmutadas en cestos y canastos. Es la zona norte quindiana, la del sueter obligado y arquitectura cautivadora. Salento aparece con sus calles pendientes,  pequeña dulzura colonial y truchas recostadas en patacón. Vecina del Valle de Cocora, emblemático paraje de palmas de cera, fauna voladora insigne, menoscabadas por el merchandising de acrílicos y adornos innecesarios, pero siempre majestuosa con su comunidad de palmas, guardianas de la verde eternidad. Completa esta trinidad la menos ostentosa Circasia, que se despoja del peso masivo turístico pero guarda un encanto de calles parsimoniosas de olor a café, su cementerio Libre y su aire de paz acompañado de las gotas de lluvia risaraldenses que se cuelan entre las nubes viajantes.

Vivir entre el mural. Montenegro

La zona céntrica quindiana cuenta con un clima irreprochable, siempre con el tinto en la mano. Calarcá y su pujanza comercial, acompañada de la picardía arriera de Recuca (Recorrido Cultural Cafetero) y la pomposa pasarela de especies del Jardín Botánico; hay calle despejada y ganas de habitar el entorno de Quimbaya, con iglesia de telenovela, artesanías en sus rincones y faroles que se contonean de luminosidad única en épocas decembrinas; Montenegro respira calma y se viste de murales, más de 100 camuflados en el pueblo, y vive bien rodeado con el Parque del Café, universo a escala de los municipios quindianos, el Paraíso de la Guadua con una galaxia entera de sus variedades y utilidades, e Inframundo para los amantes del terror rural nocturno; el calor concentrado con cierto sabor a Valle lo tiene La Tebaida, dueño industrial de la provincia que conforma industrias, aeropuerto y vías estratégicas para comunicarse con el resto del país, mientras se jacta de sus numerosos chalets y piscinas para el plan del bronceado cafetero.

El rincón apacible. Génova.


El sur es el encanto escondido. Desprovisto de la pompa y los cafetales aristocráticos que venden los paquetes turísticos, son pueblitos de menor tamaño pero mayor calidez humana. Buenavista es el mirador del departamento, panorámica envidiable y aventura de la trocha montañera en el Willys de turno; Córdoba se envuelve en guadua, creatividad profunda de sus artesanos que brindan vidas nuevas al bambú y acogen con serenidad discreta al transeúnte; el mejor café de la región se planta en Pijao, un pueblito hermoso encubierto en la montaña, con el mismo colorido de los pueblos norteños pero sin el hostigamiento de las cámaras, fácil de caminar sin el alboroto pendiente de la montaña y con tradición arqueológica y peso prehistórico; el último rincón es Génova, de parque frondoso y silencioso, cubierto de un frío amable y lejano, donde la paz se sienta a tomar el fresco y la plaza Café revela sus atributos históricos y tradicionales, mostrando un paisaje donde el alma nunca envejecerá.

La niebla espléndida. Valle del Cocora

Recorrer este departamento promueve las ganas de nunca abandonarlo. Una tierra servicial, de temperatura afectuosa, con una movilidad y geografía estratégica para dispersarse por los rincones del interior del país, una fertilidad asombrosa que produce cultivos garosos de buena fruta y hortaliza, y un talante generoso de sus habitantes, que producen células de amabilidad de un modo pasmoso y que invitan a un pequeño paraíso de sencillez exquisita.

10 oct 2019

SAN PACHO: LA FIESTA QUE REZA ES NEGRA


El malecón de Quibdó sufre de una bella austeridad. No es ostentoso, las aguas de río Atrato se refugian en colores discretos, no hay arena, no hay discotecas, hoteles con más asteroides que estrellas. Ese es su encanto. Se desprende de los cánones sofocantes del turismo convencional y ofrece la paz ansiada que nos niega el Caribe y los sitios top de TripAdvisor. Cuenta con un parque para hacer ejercicio, su típico letrero municipal y la imponente vista de la catedral San Francisco de Asís, dueña y señora de la vistosidad arquitectónica de la pequeña ciudad. Y epicentro final de la fiesta negra de San Pacho.

Chocó es un departamento olvidado por el gobierno, visto con malos ojos por quienes no lo conocen, empapado en periódicos de pobreza y corrupción, encerrado en la mitad de la selva sin los 'beneficios' de la civilización. Su mayoría es negra, heredera del cimarronaje esclavista y promotora innata del pacifismo. Su gente está construida en genes serenos, resistente, educada y provista de una energía maciza que le agradece favores al pescado de agua dulce y el plátano. Pero ante todo, una raza nacida para bailar.

Las fiestas de San Pacho congregan 12 barrios franciscanos que se desenvuelven entre la música y la oración. Desfilan comparsas sencillas, con trajes confeccionados al son de la recursividad, bonitos estampados pero sin la lentejuela de otros carnavales, con carrozas hechas a pulso que homenajean al Atrato y obviamente a su santo patrono. Se acompañan con la banda de chirimía, el formato institucional de la música chocoana con clarinete, saxo, platillos y tambores que acompañan sus ondulaciones corporales y aderezan las calles húmedas del vecindario.


Al final del desfile, el bunde. Una suerte de Apocalipsis bailable colmado de delirio corporal, humores fuertes y danza incesante. Un camión lidera el bullicio musical y va invocando un rebaño desbocado que aplaude, baila y suelta todo su paganismo en la calle como si no hubiera mañana. Es una horda incontrolable, contagiosa y llena de vigor, que sorprende por su poder infatigable y que va acompañando la última línea del cortejo hasta el final del recorrido. La negrura sísmica no para de bailotear.

Luego del calor agotador de cielo sin sol viene la noche. Pero el calor continúa. Quibdó es la ciudad de la transpiración eterna. Yescagrande, barrio representativo del centro, prepara su arsenal fiestero. Y todo es con marca local, nada de artistas de otros linderos. Tal vez por la falta de presupuesto, tal vez porque no quieren muchos foráneos en su propio jolgorio. Se nota que la fiesta no es un homenaje al derroche. Bailarines locales conocidos como exóticos hacen duelos circulares para saber quién es el mejor a la hora de retorcerse, de jactarse de popping chocoano, de contorsionarse en la infinita flexibilidad afro, duelos llenos de alegría, algarabía y aguardiente Platino. Entretanto las mujeres locales sacuden su trasero presto para la conexión genital, en el bárbaro y fascinante choque, el anca revoloteando cual batidora dispuesta a recibir al compañero que disfruta la cercanía, en una especie de galope libidinoso y sin prejuicio, las formas naturales de la danza quibdoseña.


La música en vivo está contagiada del aire popular del interior. El vallenato es columna pétrea de peluquerías, asaderos y cantinas, y no deja de serlo en los barrios paganos del San Pacho. La caja y el acordeón revolotean decibeles entre las bandas de covers. Son grupos privilegiados, pues son casi las únicos que llevan instrumentos. El resto del cartel son cantantes emergentes de salsa romántica y reggaetón que se deben defender cantando con pista al mejor estilo del transporte urbano. No obstante, la gente corea, baila y goza entre las gotas de lluvia nocturnas que diariamente acompañan el pavimento del bochorno chocoano. ¿Lo mejor? La chirimía, el formato que revuelve la entraña del negro, el indígena, el blanco. El poder de los vientos pacíficos que hacen erupción en tarima para rodear de negrura el espíritu de la celebración.

Entre el olor del arroz con longaniza y sopa de queso el río recibe la Balsada. Los barrios representativos decoran con esmero doce rústicas embarcaciones que se disponen a ser el objeto de la mirada de fieles y ajenos. El agua pone a navegar un banderero que agita el estandarte, una delegación corta en forma de comparsa, la banda de chirimía y el balsero. San Francisco es entonces el patrono del agua entre flores, ornamentaciones caseras, bombas de inflar y la entereza festiva que proyecta la banda. El malecón, atestado de cercanos y ajenos, recibe con alborozo el acto de las balsas franciscanas en el agua, que evocan la primera celebración de Fray Matías Abad con los indios del Atrato en el siglo XVII.

Después de pecar hay que rezar. Yescagrande, Alameda Reyes y Niño Jesús fueron los barrios de turno en cerrar el pagano frenesí. Pero al final de la fiesta, a las tres de la mañana se concentran los Gozos franciscanos, una procesión solemne de gente silenciosa que va al ritmo de unos hermosos cantos afro en honor al santo, una voz de ángel de piel negra que busca redimir toda culpa. Doce horas más tarde la procesión se hace multitudinaria, con San Pacho en hombros, la banda musical tocando su himno y el padre dirigiendo la devoción. Y es que los chocoanos, así como bailan rezan. La fe en su patrono es inmensa, cumplen mangas -penitencias- vestidos de franciscanos y cantan con convicción las alabanzas a San Francisco de Asís. El ritual debe arribar a la catedral en una misa estelar donde los habitantes se purifican del pecado y espantan la pena. Todo debe ser negra pureza.



San Pacho es parranda, sudor, agua y oración. Es el desahogo febril de las piernas durante cuatro meses - la fiesta se extiende a los barrios pequeños hasta diciembre- , es el grito estoico de la negritud invisible, es la inquebrantable fe que atraviesa ríos y selvas, es el calor hostigante que muta en una inexplicable paz, pero ante todo es un manifiesto de pertenencia e identidad que ninguna multinacional o guerra les puede quitar, es el Chocó en su calidad humana sobresaliente y sobreviviente, un legado cultural que sigue marcando huella por generaciones enteras.


27 ago 2019

REBOBINAR EL CASSETTE



La nostalgia fue la dueña del espacio. Una legión de canas, cotizantes activas de pensión, veteranos inyectados de nueva juventud, se hicieron uno solo en el Centro de Eventos y dejaron salir su adolescente en todo su esplendor gracias al Cassette festival, una iniciativa que convocó a varios artistas que pertenecen al circuito de la nostalgia y fueron causantes de lágrimas felices, gargantas resentidas y resacas monumentales.

Como todos los cassettes, tuvo sus hits y otros momentos poco memorables. El centro de Eventos es un buen escenario con una distribución adecuada de los espacios incluyendo emprendimientos, zona de comidas, tarima alterna y un sitio de karaoke para los aventureros del ridículo. El sufrimiento fue de orden urinario, en especial para las mujeres, quienes debieron soportar el hastío de la espera con pocas plazas disponibles para sus labores de desalojo líquido. Y si bien llovió cerveza y whisky en todas las esquinas comprarlos era una aventura de EPS, con cierta anarquía a la hora de comprar y un caos relativo en la atención.

             
Extraído del YouTube de Ricardo Rodríguez

Darle Play al Cassette comenzó con un recuerdo joven. Moenia es la banda de synth pop más reconocida de México y por aquí sonaron en los tempranos 2000. Pichardo y sus muchachos hicieron un show sobrio, con el vigor en su punto, buenos soportes en visuales y un setlist de satisfacción para sus fans de antaño, que todavía cantaban sin la lengua enredada -aún- por los efectos del alcohol. "Manto Estelar", "Ni tú ni Nadie" o "No Dices Más" hicieron parte del repertorio que disfrutó buena parte del público que llenó la plaza desde horas tempranas.

             
Extraído del Youtube de Aki Boxes 

La cuota nacional reconocida fue Poligamia. El grupo de rock pop juvenil que más sonó en Unicentro de los 90s desempolvó sus clásicos y puso al ruedo "Mi Generación", "Búscame" y "Confusión" entre las bocas asistentes. Andrés Cepeda, solista reconocido, mantuvo su voz intacta  y cantó sin desordenar su negro atuendo, le dio Play al cassette con "Desvanecer" sin la voz de Elsa pero con el apoyo de centenares de voces felices de revolcarse en el recuerdo. Freddy Camelo con guitarra rocanrolera, Gustavo Gordillo entero en el bajo, Juan Gabriel Turbay dando buenas señales en los teclados y César López sin escopetarra pero con baquetas hicieron la tarea como estudiantes juiciosos.

           
Extraído del Youtube de Aki Boxes 

Turno de las chicas. Lo que en los ochentas era un show colorido, presuroso y sexy se trasladó a un presente de sobriedad, trajes señoriales, con un sonido menos sintético y un poco más 'tímido'. Mimi, Ivonne e Ilse conservan sus siluetas, sus voces y algunos pasos coreográficos.  Flans llevaban buen rato sin pisar suelo colombiano y fueron de las que más devolvieron el Cassette. "Me he enamorado de un Fan", "No Controles" o "Las mil y una Noches" sonaron de forma reposada sin alborotar demasiado al respetable, que aplaudieron con gratitud el nostálgico show de las mexicanas mientras se despedían con "Bazar".

           
Extraído del Youtube de Aki Boxes 

Las guitarras más resonantes salieron del veterano Miguel Mateos, artífice de aplausos múltiples. Sin su frondosa melena y con abdomen sexagenario, el argentino hizo memoria del Concierto de Conciertos del 88 a las 5 AM y repartió hits a diestra y siniestra. "Es tan Fácil Romper un Corazón", "Lola" y "Mi sombra en la Pared" tronaron con alborozo nostálgico entre su estruendo -de acústica un poco irregular- y bajo la manga sacó un Carlos Vives que provocó el éxtasis de la multitud, coreando al unísono "Cuando Seas Grande", haciendo un dúo colombo-argentino que despertó los mayores aplausos de la noche. Mateos, en un show de gran comunicación con su público se fue en la trifulca sonora y feliz de "Obsesión".

           
Extraído del Youtube de Aki Boxes 

El lado B -una especie de lado oscuro-  del Cassette se dividió en dos partes. La primera, una presentación efímera, casi invisible, de Big Boy, quien se despachó con una rápida intervención de "La Chica de la Voz Sensual"y luego su tronado noventero "Mis Ojos lloran por Ti". Un cameo raro y tal vez innecesario. La segunda parte fue en la tarima alterna, el house desempolvando algunas coreografías a cargo de dos grandes nombres con una presentación agridulce: la gran Crystal Waters, maestra del "Gypsy Woman"enredada en un playback irregular y refugiada entre sus bailarines, y los belgas de Technotronic, que aunque contaron con dos MCs llenos de energía y diligentes con el público, no lograron llenar el vacío que dejó su vocalista original Ya Kid K, que ya no gira con ellos. De todos modos, el recinto dejó estallar hits como "Get Up"y la tremenda "Pump up the Jam". Más que una rumba y media fue una rumba a medias.

Extraído de Autopista Rock
De regreso al gran escenario el plato extranjero fuerte, la Alemania más negra con Boney M. Una sobreviviente, Maizie Williams, en un cuarteto vocal que no lo hizo nada mal. Lindos trajes, evocaciones para los más veteranos con hits de los 70s, despegando por "Sunny", pasando por "Ma Baker"y "Daddy Cool" y cerrando con su sonadísimo "Rivers of Babylon". Deleite para mayores de 40, que fue un buen platillo vocal pero resintió la ausencia instrumental, pues iban sin banda, al estilo Soultrain. No obstante, fue una bella presentación que tal vez no se vuelva a ver en estas verdes sabanas.

Extraído de Claro Música
El camino estaba empedrado de ebrios desafiando el frío y baños agotados de aglomeración. Los sobrevivientes que quedaron para el cierre  sacudieron sus zapatos para el baile merengue house. Proyecto Uno -con su sobreviviente Nelson Zapata- le metió candela al escenario y destapó sus mejores cartas entre fogonazos al estilo "Latinos" o "Brinca" -que evocan aún al ausente Magic Juan- o las románticas "Another Night" o "Al Otro lado del Mar" con Nelson al comando vocal. Aunque la acústica maltrató un poco sus canciones más movidas, la presentación fue picante y los MCs nuevos hicieron un esfuerzo aceptable. El merengue house estuvo muy vivo durante una noche, con "El Tiburón" como pieza de cierre, que nos recordó que rebobinar el Cassette siempre será un acto de complacencia para las generaciones análogas.