15 sept 2016

EL SENTIDO DEL TEOREMA ZERO



¿Cuál es el sentido de la vida? ¿A qué vinimos a este mundo? Disertaciones filosóficas envueltas en un paquete surrealista nos trae en su entrega de 2013 en gran pantalla el siempre genial y caótico director Terry Gilliam, maestro de universos paralelos, realidades alternas y un imaginario desbordado, quien esta vez busca conjugar sus atractivos disparates distópicos con reflexiones filosóficas acerca del sentido de la existencia en El Teorema Zero.

Waltz y Gilliam, buscando un orden al caos.

BUSCANDO LA ESENCIA

Un brillante  pero tímido calculador de entidades llamado Qohen Leth (Cristoph Waltz) busca la discapacidad laboral para trabajar en casa y evitar un mundo exterior plagado de publicidad y gente extraña por doquier. Bajo el mandato de La Dirección. una entidad que parece controlar el planeta, Leth es comisionado para cumplir en su casa una misión tan audaz como desgastadora: lograr calcular la entidad más difícil, el Teorema Zero, que descifrará los grandes enigmas del Universo, su esencia y su sentido.

Qohen Leth, esperando ser iluminado por el sentido de su vida.

Aunque pareciera ir en la búsqueda metafísica y emprender un relato revelador, el guión se queda en la sugerencia y la interpretación personal sin llegar a un ámbito reflexivo de gran profundidad. Sin embargo, los componentes técnicos y artísticos que le brindan estructura a la cinta son de tan alta factura y absoluto deleite que nos hacen olvidar el fondo para dejarnos llevar plácidamente por la forma de este universo paralelo. Un mundo feliz lleno de colores extravagantes, vestuarios de látex y telas excéntricas, tonos sintéticos y colores chirriantes, publicidad sobreexpuesta de pantallas y neones, autos diminutos y señales de tránsito absurdas, un cosmos único e irrepetible camuflado en las calles de Bucarest, locación real de la película.


LOS ELEMENTOS ACTORALES DEL TEOREMA

El único ser oscuro es Leth. Ropajes austeros, cabellos ausentes, palabras cortas, agorafobia comprobada y una capilla venida a menos es su entorno. Christoph Waltz repite aplausos a través de una soberbia interpretación, un misterioso ser que no soporta la idea de un mundo consumista y que sólo espera la iluminación a su vida a través de una llamada telefónica que revelará su verdadero propósito en la vida.

Matt Damon es La Dirección. El Gran Hermano camuflado de tapiz.

El soporte actoral de Teorema Zero no pierde brillo y es garantía de credibilidad. David Thewlis interpreta al supervisor de Leth, medio chiflado y optimista, Tilda Swinton es una psiquiatra de domicilio virtual, Matt Damon es el mando de la Dirección, Ben Whishaw y Peter Stormare son matasanos de un mundo paralelo. Los talentos no tan conocidos de la extrovertida enamorada Melanie Thierry y del niño prodigio Lucas Hedges son valores agregados al componente actoral.


El deslumbrante universo de Terry Gilliam en Zero Theorem. 

Son Thierry y Hedges quienes buscan modificar el austero y opaco mundo del protagonista invadiendo su casa y su modus vivendi. Mientras Bainsley (Thierry) es herramienta de seducción, Bob (Hedges) es elemento de estímulo anímico. Ambos quieren sacar del limbo unipersonal a Qohen y mostrarle un mundo distinto donde tal vez logre encontrarle sentido a través de la compañía y las relaciones interpersonales. Una coyuntura emocional bien sonorizada a través del Creep de Radiohead estilizado desde la óptica jazz de Karen Souza.


EL NUEVO UNIVERSO DE GILLIAM

Bajo una estampa de surrealismo futurista se desarrolla la búsqueda del algoritmo perfecto que encaje y logre comprobar el Teorema Zero. Los recursos técnicos difieren de un posible futuro cibernético real y se desvían a ordenadores gigantes, gráficas de modelado 3D en tonos básicos y matemáticos, ausencia del chroma y efectismos barrocos, y una ingeniosa mirada de un futuro de algoritmos y tubos de ensayo que en medio de la tecnología se ven muy orgánicos. Cabe agregar la concepción del sexo impersonal del futuro a través de la interfaz tántrico biotelemétrica -con un diseño de vestuario bastante peculiar de Carlo Poggioli-  y un imaginario virtual que nos conduce a la ruta escapista de una realidad agobiante.

Terry Gilliam como siempre, ama despacharse en múltiples discursos que ronden la locura, el esclavismo moderno y los universos distópicos. Algunos guiños a Brazil en la consecución de un escenario laboral, esta vez no dominado por la burocracia sino por la excesiva publicidad y la siempre atenta mirada de un Gran Hermano laboral, que se deleita en buscar el orden para desordenarlo y volverlo a emparejar en un circulo vicioso sinfín, donde La Dirección se manifiesta a través de su certera sentencia 'El Caos es Rentable'.

                 


La parafernalia descollante de aquel escenario nos impresiona tanto que finalmente nos desvía de un verdadero propósito narrativo. Para disfrutar El Teorema Zero se debe contar con dos requisitos: ser seguidor del delirio surreal de Terry Gilliam, y buscar matices distintos al ver la película más de una vez, pues en medio de un discurso un tanto difuso, se puede encontrar la placidez siguiendo a Qohen, el hombre que puede llegar a ser humano y encuentre sentido a su existencia a través de una buena compañía. Bien lo puede resumir Bainsley en aquella disfuncional relación con Qohen, 'Yo necesito tanto que me necesiten'. Mientras tanto, resolver el dilema metafísico de la esencia del universo tendrá que apreciarse en otro filme, porque en el nuevo universo de Gilliam, surreal y de acogedor caos, nunca será revelado.


 

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