Arrogante y fresco. Un pop rock que aparenta sencillez, engancha entre dulzuras mordaces y ha sido ensalzado entre la crítica con el paso del tiempo. Catalogados entre la escena del Madchester, no llegaron a poseer ese beat tan bienvenido en la Hacienda a lo Happy Mondays, pero capturaron parte del desparpajo de finales de los ochentas, y le hicieron las primeras tareas a un incipiente brit-pop, el factor dominante en la música inglesa de la siguiente década.
Escuchar sin atención a Stone Roses causa una impresión algo dulzona, absolutamente influenciada por las melodías del rock sesentero entre The Beatles (Pre-Revolver) y The Byrds, unas guitarras con acento pero que no causan heridas y una voz angélica y no tan eminente. Agarrados de una melancolía pretenciosa, casi mesiánica en sus letras y de un culto al ego como subtexto. Hasta allí, es un grupo inglés más sin más.
Este album debut tiene un peso que no se percibe tanto en 1989, año de su publicación. Se hizo cada vez más fuerte, más compacto, el Peso de su influencia a través de las décadas. Bandas como Oasis, Blur, Suede, Kula Shaker y toda la parafernalia del brit pop no hubieran adquirido una identidad si no hubiera existido un padrinazgo indirecto de la música de Stone Roses, pues ellos fueron quienes comenzaron a darle molde a esa sonoridad que hizo explotar de popularidad ese rock joven, ególatra, sin ebulliciones épicas pero muy efectivo en las melodías, y con un tono catchy que logró tener en sus manos a críticos y fans.
Hay que agregar al plus las capacidades musicales de sus integrantes. La línea de bajo de Mani es decisiva y marca la pauta, la batería de Reni sin ser explosiva logra desenvolverse con soltura, la voz de Ian Brown se deja llevar entre melancolías de almíbar y atmósferas un poco más enérgicas entretanto su cuerpo se zarandea en un baile a lo Madchester. La joya melódica de la banda reside en las manos de John Squire y sus grandes virtudes a la guitarra, que se despacha entre arpegios cándidos o solos compulsivos y brillantes.
El ejemplo más cercano al Madchester es aquella convulsión de rock, beats y ácidos de "I am the Resurrection" provisto de una sección instrumental delirante y de espíritu rave, donde los músicos exorcizan sus mejores atributos y se dejan envolver por la atmósfera de la fiesta. "I Wanna be Adored" es su lado más etéreo, un viaje comandado por el bajo y el baile madchesteriano de Brown que estira sus cuerdas vocales hasta el infinito, en un mantra indie que sobrevive a las décadas.
Las osadías del album se remiten a la versión en reversa de "Waterfall" titulada "Don't Stop" con una letra nueva superpuesta y un aura psicodélica que hace pensar en alguna extracción sonora desde Medio Oriente, rematando con la comprobación de un ego que supera cualquier intento de alarde, 'Don't stop, Isn't funny how you shine?' Con toda la propiedad del asunto también se encargan de lanzar sus piedras líricas contra la Reina de Inglaterra en el arpegio acústico de "Elizabeth my Dear", donde el odio se camufla en sutileza.
Stone Roses generó un seguimiento mitológico a partir de su album debut, pero jamás se pudo desprender de este y sus siguientes intentos no lograron igualar el coletazo de respeto crítico. "Fools Gold" fue el single de finales de 1989 que dejó encumbrados a los cuatro de Manchester con su himno Madchester, y su LP Second Coming (1994) le generó buenos números pero no tantas buenas críticas. Su influencia se siguió sintiendo en manos ajenas como Pulp, Ocean Colour Scene, James o MGMT y esa fue su principal carta de recomendación: lograr impactar con su pop rock de arpegios astutos y baqueteos limpios a generaciones del futuro que fueron embriones del final de una década marcada por el delirio de las fiestas y la autoestima cenital del rock inglés de entonces.