Una erupción inusitada de títulos colombianos inundó la cartelera nacional en el 2015, provocando una especie de aparente boom que ofreció variadas posibilidades en género, formas y talentos incipientes que en teoría brindaron una inyección refrescante de cine local a todos los teatros del país. No hubo mes donde alguna cinta colombiana no estuviera en cartelera, lo que simuló una buena salud en el panorama cinematográfico; cabe agregar las cintas premiadas en tierras y festivales ajenos, con títulos del calibre de El Abrazo de la Serpiente, Gente de Bien o La Tierra y la Sombra, lo que podría redondear el 2015 como el año clave del cine colombiano. Todo muy colorido, todo muy bonito.
El Abrazo de la Serpiente, el Amazonas mítico y épico. |
Pero de alguna forma el cine es como el amor. Necesita ser correspondido para una entera satisfacción. Con más de 30 títulos estrenados, premios ganados en Cannes y en festivales de renombre, y un germen benigno de nuevos realizadores y caras modernas que modifican las narrativas y los modos de ver el cine local, faltó un ingrediente necesario para que exista una industria palpable: el público. Cierto es que hay un problema de distribución con las salas, donde hay películas que resultan castigadas con apenas una semana de cartelera en horarios difíciles de acceder y unos resultados lacrimosos en recaudación, y que las salas comerciales no contribuyen a divulgar los productos de manera ecuánime entre los productos de fácil consumo -estilo Dago García o Take One- y las propuestas alternativas. Pero cierto es que las salas son parte de un negocio que necesita rentabilidad y no puede dejar un recinto al servicio de proyecciones solitarias. Mientras no exista una cultura de aprecio y conocimiento de lo nuestro y haya una continua estigmatización del cine colombiano como producto chatarra, no habrá un futuro luminoso para las próximas cintas a estrenar, lo que generará desgaste, angustias económicas y resignación de los cineastas locales. Sin embargo, a pesar de los huecos en las sillas, hubo propuestas para todos los gustos, desde lo elemental hasta lo complejo, un desfile variado en 2015.
TAQUILLAS SONRIENTES
Como siempre, las arcas llenas corresponden al nombre de Dago García, quien se volvió a anotar un éxito de grandes proporciones con Uno al Año no hace Daño, Juan Camilo Pinzón en su cuarto turno como director de la firma, y un registro histórico de más de 1.600.000 asistentes a las salas que se dejaron seducir de nuevo por el universo Dago, lleno de clichés criollos, situaciones de comedia fácil y una idiosincracia que ya es parte de su rúbrica audiovisual. El mismo Dago se aventuró en la dirección con dos géneros distintos, con un éxito no tan generoso pero igualmente atractivo para el público masivo, primero con los dibujos animados plumíferos de Reguechicken y el gancho del reggaetón para el público infantil, y luego con cantantes costeños envueltos en melodrama y el gancho del vallenato para el público adulto con Vivo en el Limbo, con una telenovela biopic vestida de película inspirada en la vida del fallecido Kaleth Morales.
Lo comprobado es que la taquilla sonríe cuando la comedia es el género a vender. Uno de los recientes contrapesos de Dago García es el grupo de Take One, que con Fernando Ayllón, Francisco Bolívar, el reclutamiento de algunos Comediantes de la Noche, otro tanto de Sábados Felices y el apellido Orjuela en sus huestes, ha logrado posicionarse en el mercado del maíz pira sin mucha dificultad. Para engrosar su productividad tuvieron dos comedias exitosas provenientes de la misma idea, a partir del matrimonio Fabiola Posada-Polilla crearon el proyecto Se nos Armó la Gorda, filmado primero en San Francisco y en su secuela (Se nos Armó la Gorda al Doble) en Las Vegas, que les ha representado buenos réditos, siguiendo una filosofía similar a Dago García con rostros distintos y locaciones extranjeras. El lado más negro de la comedia siempre lo trae Laberinto, que después de títulos como Bluff (2007) y Sanandresito (2012) esta vez publicó El Cartel de la Papa, de Jaime Escallón, contando la historia de una familia boyacense que usa la papa como fachada empresarial para traficar droga. Finalmente, la última risa del año en curso la trae otro personaje extraído de Sábados felices, Hassam y Güelcom to Colombia, usando el recurso del juego de palabras entre idiomas distintos y creando un campeonato mundial de tejo como pretexto para construir una escuela. Risas fáciles y usos criollos que no aportan novedad, pero sí efectividad en taquilla con más de 300.000 asistentes a salas. Cabe anotar que Ricardo Coral (Te Busco) logró llegar a su octava entrega como director con este filme, todo un suceso en nuestro país.
EL MUNDO DE AFUERA
La coproducción estuvo presente, con menos acento que el 2014. Comenzando con la historia de suspenso Desde la Oscuridad del español Lluis Quilez (con la producción colombiana de Juliana Flórez), y la leyenda de unos niños quemados que asustan en un pueblo cercano a la selva, pero que se manejó geográficamente de un modo confuso rodando en Honda haciéndolo parecer un pueblo cercano a la jungla, y asustando con lo justo. En marzo se hizo la versión local del éxito taquillero en Argentina Corazón de León bajo la dirección de Emiliano Caballero, que relata la historia de amor entre un hombre de talla baja y una mujer afro, y que toca el tema de la inclusión y aceptación social bajo la cortina de la comedia romántica, destacando el buen trabajo de efectos especiales en incluir el rostro de Marlon Moreno en el cuerpo de su 'doble' Juan David Traslaviña. Desde Perú arribó Javier Fuentes-León (Contracorriente) con El Elefante Desaparecido, bajo la producción de Dynamo, y una críptica historia negra sobre un escritor que termina enredado entre la ficción y la realidad mientras busca a su mujer ausente sin explicación alguna desde siete años atrás, en un intento Lynchiano de confusiones de tiempos, espacios y narrativas. Y en Argentina hizo presencia la productora Burning Blue apoyando el desarrollo fílmico de Refugiado, de Diego Lerman, con el constante acecho de la violencia doméstica y el periplo de huida de una madre embarazada y su hijo de siete años, con mucha expectación y ansiedad pero nunca con un discurso visual explícito. A nivel de taquilla ninguna logró un golpe espectacular, tal vez Corazón de León se acercó a una cifra medianamente digna con más de 100.000 espectadores.
Mientras en Colombia la gente no asiste a las salas para ver lo que hacen sus coterráneos, en otros lugares del mundo los festivales enaltecen el talento local. Tres títulos de 2015 son los responsables de que el cine colombiano tenga aplausos extra: la épica aventura amazónica que busca una flor sagrada en El Abrazo de la Serpiente, rodada en Guainía, y dirigida por Ciro Guerra, el director más brillante de la bandada costeña de los últimos años, éxito en Cannes y prenominada a los Oscar; el retrato realista de los prejuicios de clase social que trajo Gente de Bien, de Franco Lolli, con una actuación sobresaliente del niño protagonista -Brayan Santamaría- que debe enfrentar las costumbres y los modos de la clase adinerada a la que no pertenece, en una película premiada en Alemania, Bélgica y San Sebastián; y la honestidad brutal de los cañaduzales y la dura vida de los corteros en La Tierra y la Sombra, de César Acevedo, en una historia que respira humanidad con toda la veracidad posible, y que reclama por las ingratitudes de la tierra, de la familia, del ser humano, y que la hizo acreedora de la Cámara de Oro en Cannes, el mayor premio recibido por una cinta en la historia del cine colombiano. Y siguen diciendo que el cine colombiano es de mala calidad.
INDEPENDENCIA GRITA
La oleada de nuevas cintas provino especialmente desde el sector independiente, donde algunos directores debutaron, otros repitieron, pero todos tuvieron el objeto común de una fría aceptación por parte de la taquilla. El año independiente arrancó en abril con Ruido Rosa, la segunda película en exhibición de Roberto Flores, otro costeño con visiones propias de autor, y la historia de un romance lento y lluvioso, y con el premio a mejor director del FICCI; llegó luego El Último Aliento en el debut de René Castellanos bajo el padrinazgo de Colbert García (Silencio en el Paraíso) y una historia real de fútbol apasionado que termina con un muerto haciendo barra en el estadio de fútbol de Cúcuta; apareció la fotografía preciosista y lúgubre de Ella, de Libia Stella Gómez en su segunda película, donde recorremos la muerte en blanco y negro con gran calidad técnica, una gran actuación de Humberto Arango y una reflexión sobre la muerte digna para la población vulnerable; conmemorando los 30 años de la Toma del Palacio de Justicia fue lanzada Antes del Fuego, de Laura Mora, que narra los hechos previos al suceso fatal y la investigación de un periodista y su practicante intentando esclarecer las motivaciones y los verdaderos autores del trágico hecho.
La memoria sobre la Toma del Palacio vuelve a ser punto de referencia en Siempreviva de Klych López, una película basada en la obra de teatro más aclamada de Colombia y que cimenta su potencia en las grandes actuaciones de nombres como Enrique Carriazo, Laura García y Andrés Parra, en un plano secuencia ininterrumpido y con una estética teatral alternativa que le dio un respiro a las formas de narrar en el cine nacional; a finales de octubre se estrenó Suave el Aliento, de Augusto Sandino, en un tríptico generacional expuesto en colores desaturados que cuenta las formas de amar y los dilemas de vida que enfrentan una mujer mayor, un adulto y una muchacha de quince años, que tuvo un triste respaldo de taquilla; llegaría luego tal vez la más impactante y vertiginosa película local del año, Alias María, de José Luis Rugeles (García), que trata sin prejuicios el tema del reclutamiento infantil en la guerra, el aborto y el abuso de poder, en una acertada visión del absurdo del conflicto y con un ritmo en crescendo que puede espantar cualquier parpadeo en la sala de cine; en las salas comerciales terminó el calendario independiente el debut de Salomón Simhon con Detective Marañón, con un tono policíaco que acentúa los valores desgastados y la doble moral de nuestro país bajo el protagonismo de un investigador privado -Manuel Sarmiento- medio geek y maniático, un experto en mantener la suciedad moral de sus clientes bajo total secreto.
Dentro del sector independiente hubo un distanciamiento mayor de algunas películas sobre las salas comerciales, que generó un conflicto de intereses pero a la vez le brindó cierta popularidad alternativa a estos títulos. Tal fue el caso de Las Tetas de mi Madre, de Carlos Zapata, historia edípica desarrollada en sectores difíciles de la ciudad y enclavada en temas como sexo, drogas y violencia callejera, aderezada por el hip hop duro de Crack Family, y a consecuencia de todos estos factores, vetada en las salas grandes. Acción produjo reacción y la película fue proyectada en la sala independiente de Tonalá, con absoluto éxito y completando dos meses de cartelera. Otro título que fue abrigado por esta sala fue Violencia, de Jorge Forero, que trabajó una estrategia distinta con fechas y funciones limitadas en salas grandes y el resto de exhibición en Tonalá, mostrando los tres flancos de la guerra bajo tres historias de una angustia pasiva y expectante y sugiriéndonos una violencia latente, no explícita, pero siempre a la sombra de nuestra humanidad. Otro par de títulos de corte independiente que no llegaron a la capital ni a grandes salas comerciales fueron La Caravana de Gardel, dirigida por Carlos Palau (su cuarta película) exhibida solamente en Medellín, y Paisaje Indeleble, de Jaime Barrios, filme de espíritu tolimense únicamente lanzado en Ibagué.
ASOMOS DE TAQUILLA
Hay películas colombianas fácilmente encajadas dentro del catálogo comercial y taquillero, especialmente en el caso de las comedias. Cuando no se trata de reír, los directores y productores que prueban con otros géneros quedan expuestos al límite entre lo comercial y lo independiente, donde a veces logran ir de la mano del éxito, pero en muchos de los casos se quedan en la anécdota. Uno de los casos destacados de este margen entre lo comercial y lo independiente es el regreso de Sergio Cabrera con su séptima película Todos se Van, rodada en Santa Marta pero enmarcada en Cuba y la historia de la disputa de una pareja por la custodia de una niña, y donde Cabrera, a pesar de su precedente respetable, no llegó a sus memorables cifras de La Estrategia del Caracol o Golpe de Estadio. Dago García, el magnate de la taquilla, probó y se descalabró con Shakespeare, una propuesta de corte diferente a sus típicas comedias, donde reencauchó frases y personajes del insigne dramaturgo e intentó hacer un popurrí de historias de tinte trágico en el que apenas 1.890 personas vieron su 'experimento'.
Bajo la sombra de su padre David Stivel y antecedentes televisivos actorales apareció Mateo Stivelberg, que dejó las andanzas adolescentes de Conjunto Cerrado, creció y rodó La Rectora, basada en el famoso caso de la bailarina exótica Silvia Gette y su vertiginoso ascenso a la cúspide administrativa de una universidad, con una buena actuación de la española Nona Mateos, pero una historia contada de modo muy predecible. El infaltable Harold Trompetero lanzó su filme #12 en una de sus facetas más dramáticas con Pa! (Por mis Hijos lo que Sea) y la historia de un padre que, luego de vivir las comodidades de un trabajo estable es despedido y debe dedicarse al rebusque para mantener la familia a flote, y aunque su apellido es sinónimo de taquilla rompedora, no logró superar los 60.000 espectadores. Finalmente, otro nombre que ha podido combinar respeto y taquilla es el ojo clínico de Carlos Moreno, quien esta vez se arriesgó -de un modo muy osado- con Que Viva la Música, en una versión libre inspirada en el libro de Andrés Caicedo, que cuenta con todos los elementos visuales para hacer atractiva una película, pero que interpreta de una forma un tanto escueta y fragmentada las letras de Caicedo, con un apaleo inclemente de la crítica y la confusión de un público que ha visto un collage de excesos bastante lisérgico, que ha pecado por apoderarse del nombre del libro para ganar taquilla.
ASOMOS DE REALIDAD
Cada vez es más frecuente la inclusión de documentales en cartelera comercial, que poco a poco han ido ganando terreno dentro de las salas como género alternativo, sin embargo no ha sido consolidado puesto que aún falta el empujón de la asistencia para que cuente con el respaldo de las salas que los proyectan. El primero en salir a la luz en mayo fue El Viaje del Acordeón, trabajo cooperativo entre Andrew Tucker y Rey Sagbini que logra crear el contraste cultural entre Alemania y Colombia a través de un solo instrumento, en la travesía de tres virtuosos músicos que no logran ser profetas en los festivales de su tierra, pero sí logran causar impacto a miles de kilómetros de esta; en julio salió Carta a una Sombra de Daniela Abad, un homenaje audiovisual a Héctor Abad, médico y pensador asesinado por paramilitares, en una emotiva construcción de voces, imágenes y nostalgias provenientes de su propia familia y de las letras del libro El Olvido que Seremos; Patricia Ayala Ruiz es una de las pocas afortunadas en colocar en cartelera dos documentales en distintas épocas, primero lo hizo con el virtuoso Don Ca (2013), y ahora repite con Un Asunto de Tierras, menos virtuoso pero más agudo, con la lucha de muchos campesinos despojados de sus fincas y terrenos por regresar a través de una complicada y enmarañada ley de restitución.
La nostalgia y el rescate de la tradición fueron ejes del rodaje de Monte Adentro del argentino Nicolás Macario Alonso, quien se tomó la tarea de recrear las épocas de la mensajería y acarreo primitivo de los arrieros, una especie social en vía de extinción, en un documental de sudor y montaña; la búsqueda de la realidad, el distanciamiento de la espectacularidad mediática y el lado más atroz del ser humano se expone sin tapujos en el tremendo documento El Valle sin Sombras de Rubén Mendoza, un experto en abrir heridas hermosas con el lente y que, a través de testimonios de afectados por la erupción del volcán Nevado del Ruiz cuenta muchas verdades de Armero donde descubrimos la ineptitud de la dirigencia y la codicia de los seres ajenos a la tragedia; desde Europa del Este y Estados Unidos convergen dos personajes para evocar añoranzas de países propios y ajenos en Parador Húngaro, un documental nostálgico que rinde homenaje al inmigrante Gyuri Villás, quien huyó del Comunismo para terminar sofriendo chorizos en el centro de Bogotá, y que fue rescatado en imágenes por la iniciativa conjunta de Aseneth Suarez Ruiz y Patrick Alexander.
Curiosamente el documental tuvo su lado mainstream en 2015, con dos propuestas disímiles en tacto, pero comunes en llegarle a la gente con un formato más comercial. Colombia Magia Salvaje, sin ser netamente una producción colombiana y dirigida por el inglés Mike Slee, se convirtió en un fenómeno de taquilla sin precedentes, convirtiéndose en la película más taquillera de la historia local con un promedio de 2'322.618 espectadores (y contando) en la cartelera nacional, usando el recurso de una fotografía magistral y un seguimiento minucioso a varias especies silvestres del país, conformando un bello collage visual, apocado por una locución densa y de tono institucional de Julio Sánchez Cristo. Tan institucional como promocional puede ser la segunda propuesta, Porro hecho en Colombia, dirigido, cantado, y hostigado hasta la saciedad por la cantante Adriana Lucía, quien usa el género folclórico cordobés como excusa para promocionar sus últimas canciones y termina maltratando el producto, convirtiendo el documental en un EPK, que finalmente contó sin mucha fortuna en taquilla y no superó las 5.000 personas en su registro de asistentes.
Llevando la muerte a cuestas. Ella, de Libia Stella Gómez. |
Mucho de donde escoger. Una oferta variada, con sus picos y sus huecos, usando risas baratas en algunos tramos, frases ingeniosas en otros, planos magistrales en aquellos. El cine colombiano se alimentó de una buena cantidad de cintas (38 mal contadas) que tuvieron promociones, halagos, insultos y resultados desiguales. Aunque solamente La Tierra y la Sombra y Que Viva la Música se estacionaron en el paraje cinematográfico más productivo del país (Valle del Cauca), la diversificación de títulos y la inclusión de otros lugares como Guainía, Cúcuta y la Costa Caribe hacen de nuestro cine un cine más nacional, de trajes y recursos escénicos variados y posibles. Tenemos la gran fortuna de contar con talentos creativos de distinta índole, pero el gran público todavía no sabe apreciar lo que le ofrece. Mientras no haya una demanda consecuente, la oferta siempre se verá maltrecha. Tal vez las salas comerciales se animen a abrir funciones específicas con horarios accesibles para el cine independiente y dejar un espacio mínimo de al menos tres semanas con la posibilidad de ver las cintas en gran pantalla. Tal vez la gente pierda el prejuicio de que el cine colombiano es un vomitivo narrativo que no vale la pena rescatar y se anime a sentarse a evaluar con criterio propio y no basado en voces del pasado. Tal vez las producciones nacionales sean más exigentes y logren solucionar el tema más difícil de desarrollar para captar público, los buenos guiones para la gran pantalla, que aunque ya existen algunos, no hacen parte de un gran porcentaje. Tal vez el cine colombiano deje de ser objeto de estigmas y alguna vez sea visto desde los mismos estándares que cualquier producción extranjera. Ojalá sea pronto.