13 ago 2015

TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN A MULHOLLAND DRIVE


Descifrar el lenguaje críptico de David Lynch es una odisea interminable. Sus retorcidas formas de conjugar la realidad y los sueños, de brindarle un espacio ancho y generoso a la confusión, y de convertir la aparente simpleza en un indescifrable puzzle, son parte de su diario de creación, objeto absoluto del amor y odio de quienes ven sus películas. Eraserhead (1977)  fue el punto de partida para el horror surreal, Lost Highway (1977) fue la anticipación de las dobles vidas y las tramas sin resolver, y Mulholland Drive (2001) fue la maduración del proceso, donde todas las piezas sueltas nunca encajaron pero lograron despedir el aroma de la fascinación de la crítica y el público.

David Lynch y las Musas de su universo críptico, Harring y Watts.

Un accidente de auto en un punto geográfico de Los Angeles conocido como Mulholland Drive. Una mujer que sobrevive al choque (Laura Elena Harring) escapa del lugar, pero queda amnésica y se refugia en un apartamento ajeno. Entretanto una aspirante a actriz (Naomi Watts) llega a Hollywood para hacer una audición y va a quedarse unos días en el apartamento de su tía, donde va a encontrarse casualmente con la desconocida desmemoriada. Comienza entonces un lazo afectivo entre las dos mujeres y la búsqueda por rescatar un pasado refundido en la autopista, que revelará sin forma clara posibles aspectos de la verdadera personalidad de la mujer accidentada. Hasta allí, Lynch nos conduce de un modo lento y ansioso a una historia de misterio por resolver.


EL ILÓGICO MISTERIO

'Los seres humanos son detectives, y los misterios son magnéticos, pero una vez descubres algo, el misterio acaba' dijo Lynch en una entrevista. La magia del director de Montana durante su filme es mantener el misterio latente, constante, impreciso y cada vez más confuso. El truco magnético de su película es poner a jugar el razonamiento del espectador con posibles resoluciones a su intrincada historia, en la que los roles de Harring y Watts cambian sin una explicación lógica, en la que se introducen escenas surreales y como aderezo aparecen una serie de personajes que en lugar de desenmarañar aquel laberinto de preguntas, solo sirven para catalizar la turbación. Harring deja de ser aquel personaje sin memoria y se convierte en una actriz famosa, veleidosa y segura, mientras Watts pasa  de una profesional con futuro brillante a ser una aspirante a actriz inestable, oscura y con un sino trágico.

Personajes tan extraños como perturbadores.
El vagabundo de Winkie's.
Para seguir rindiendo tributo al desconcierto alucinante, Lynch se vale de sus herramientas audiovisuales para acentuar el gusto por afectar psicológicamente a su espectador. La cámara se mueve de modo paranoico, no tiembla pero es tensa, va hacia adelante en un moderado afán de encontrar algo, pero jamás encuentra respuesta de sosiego. Hay planos generales de espacios abiertos que parecen esconder algo en una atmósfera conspiradora. Las conversaciones de los personajes son pausadas, rígidas, incómodas. Acompaña un silencio turbador, un score invisible que contribuye al apremio intranquilo. Hay una inmersión suspensiva en un posible mundo paralelo, en un sueño, en un paraje indefinido donde la única certeza es una avenida y donde la única posible verdad podría estar en la cabeza del director, pero mantiene su truco del misterio magnético intacto.

       

Personajes enigmáticos, sin un origen definido, sin funciones claras, aparecen dentro de una trama borrosa y abundan en el decorado. Agregados escénicos conforman un esquema más bizarro, tales como un empresario de cine escupiendo su café en un pañuelo, un hombre asesinado que termina con un mechón de su melena totalmente erecto o una cantante que emocionada se desvanece en su intervención y al caer continúa su pista en playback. Lo inexplicable puede pasar de lo pueril a lo genial, a David Lynch le funciona perfectamente un esquema audiovisual que no necesita ser argumentado para captar las miradas.


EL HOLLYWOOD DESCONOCIDO

Una película sobre Hollywood sin las intenciones de Hollywood. Un paraíso falso, oscuro, paralelo, bizarro. Donde las palmeras enormes y los estudios gigantes se difuminan en nostalgias oníricas, donde las audiciones de actrices llegan al borde de una irritación luminosa, las candilejas y los lujos se desmoronan en manchas de pinturas y flashes azules difusos. El swing, el blues y el pop despierto de los sesentas se van desdibujando entre los acordes sinuosos y crípticos del soundtrack de Angelo Badalamenti, quien es colaborador directo del caos y que le inyecta potencia al lado desconocido de
la Meca del Cine. La calle Sunset Boulevard es el escenario de realidades posibles, infecto de café, vagabundos, pesadillas y nombres cruzados. El principal punto de creación de ficciones, la Meca de la irrealidad, el monstruo de Hollywood se convierte en una antítesis de sí mismo, donde no existe un verdadero comienzo ni final, y donde la trama se funde en una masa surreal, intocable y lejos de cualquier alcance de comprensión.

El Hollywood soñado no es lo que parece.

'Actuar es reaccionar' señala la película. Un filme sobre actores que los obliga a despojarse de una personalidad definida. Naomi Watts debe encarnar dos caracteres opuestos, uno provisto de luz interior y optimismo desbordante (Betty), otro marchito, desesperanzado, de tendencia suicida (Diane); Laura Elena Harring está obligada a vivir la misma experiencia entre dos personajes disímiles de nombres distintos, uno de ingenuidad amnésica y gratitud lésbica (Rita), otro de frivolidad pedante y lujuria glamorosa (Camille); Justin Theroux es un director de cine que debe mostrar distintas caras debido a las circunstancias paralelas, donde debe vivir el despido laboral, la infidelidad y la bancarrota en un día, y el éxito, el aplauso y la correspondencia amorosa en otro. De algún modo Lynch también se encarga de retar a los actores protagonistas a no vivir en una sola carne, no encarar una sola faceta, y obligarlos a ser parte más de una reacción que de un personaje.

                                 

¿Interpretaciones? Todas las del mundo. Mulholland Drive ha sido sometida a estudios filosóficos, psicológicos, sociológicos y hasta psicotrópicos para lograr desencriptar aquella fortaleza impenetrable de limbo surreal. Lynch desvía una respuesta concreta del tema hablando de la felicidad que le causa la subjetividad de miles de interpretaciones sobre su película, dejando el camino abierto para que cada quien saque una conclusión propia de la materia. Los adeptos a la linealidad odian ese camino fácil y rigurosamente desentrañan ese paquete hasta poderle dar un cuerpo definido a un filme que parece no completar jamás el rompecabezas; los liberales y anárquicos exponen interpretaciones propias pero son felices con su trama abierta y sus extraños cabos sueltos. Lo cierto es que lo único veraz en la película es que hay una avenida llamada Mulholland Drive y todos los caminos conducen a ella. El resto son un retazo de posibilidades que fluyen de una espontaneidad creativa voraz y contundente provenientes de la cabeza de un David Lynch que simplemente se deja llevar por la ruta de las ideas, 'Nunca vayas contra las ideas, aférrate a ellas. Siempre te dirán el camino'.