21 abr 2015

EL RUIDO DE ROBERTO FLORES


Poco a poco la escena costeña del cine colombiano se va fortaleciendo con la aparición de sangre nueva que imprime nuevas historias y otras miradas al estereotipo común de violencia, narcos y comedias sobreactuadas que duramente pesa sobre la identidad nacional en celuloide. En los últimos cinco años nombres como Ciro Guerra, Iván Wild, la reaparición del veterano Pacho Bottía y Roberto Flores son la 'armada costeña' del cine que proponen con temáticas distintas y con ojos disímiles a las propuestas del interior. Flores estrenó en este 2015 Ruido Rosa, su segundo estreno comercial luego del éxito en festivales y de crítica con Cazando Luciérnagas (2013).

Roberto Flores, el hombre del trópico melancólico.
Foto: Toctalk


MONOSÍLABOS SOLITARIOS

A  Roberto Flores le gusta la parsimonia. Dejar que las cosas sucedan sin forzarlas, dejar que las acciones se desarrollen sin prisa en una calma soporífera, incómoda para algunos. A Flores le gustan las historias humanas basadas en la cotidianidad, sin entramados complejos, sin secretos que provoquen cambios masivos, sin artificios climáticos ni sobresaltos abruptos. Cazando Luciérnagas desarrollaba monosilábicamente la relación entre un padre y una hija. Ruido Rosa retoma estas mañas de estilo y desarrolla monosilábicamente la relación entre un hombre y una mujer.

                 

Luis es un hombre veterano, silencioso y solitario que repara radios y televisores. Carmen es la empleada de un hotel veterana y solitaria que sueña con viajar a EEUU para encontrarse con su hermano y para ello se instruye con cursos de inglés en cassette. El daño de su grabadora le hace acudir al servicio de Luis, y allí comienza una lenta pero efímera, inocente pero intensa, y bonita y lluviosa historia de amor.


LA DECADENCIA MOJADA

El Ruido Rosa es producido por el cambio de frecuencias en el dial cuando se busca sintonizar una emisora. Este tipo de sonoridad solo se encuentra en los viejos equipos y grabadoras de sonido. Allí debemos entrar en sintonía con otro tiempo, con otro ritmo, donde hay una Barranquilla decadente que se cae por pedazos de nostalgia, donde las casas se retuercen en una mojada melancolía por el pasado y la lluvia con su presencia imponente nos ayuda a recrear un paisaje sonoro y visual de absoluta decadencia, de un inevitable final de los días que parece próximo. Luis y Carmen parecen encontrar la solución a su vejez apagada a través del amor, donde el deterioro puede ser desterrado y donde los seres humanos parecen encontrar una segunda oportunidad en la tierra.

Lluvia para un amor. Luis y Carmen.

Y es que el filme, mojado de pies a cabeza, solo parece traernos esperanzas a través del idilio. Las casas sufren de gula de goteras, los electrodomésticos destartalados funcionan a medias con miedo a un corto circuito, las calles se ahogan de un tedio traído de otro tiempo y la lluvia obliga a vivir la soledad como último refugio. El paisaje menguado de un trópico lluvioso dilata los minutos y hace poco posibles los encuentros de amor primaveral. Las vidas menguadas de Luis y Carmen quieren sobrepasar los límites de la lluvia y buscar consuelo en la complicidad generada por un radio. Flores nos transmite la sensación de una hermosa decadencia abrigada en el amor. En rescatar el tiempo perdido, no importa lo tarde que sea.


RUIDOS MINIMALES

Mabel Pizarro y Roosevel González hacen posible esta conexión. Los actores encarnan con honestidad la sensación de soledad y esperanza, ayudan a entablar aquella atmósfera expectante y lenta con sus textos monosílabos, alimentan la trama con sus gestos y movimientos. Su amor ingenuo, de adolescencia arrugada, se vislumbra en un trabajo gestual, donde las intervenciones verbales vienen a ser secundarias y donde funciona mejor la empatía de sus miradas y sus bailes. Es un amor construido con las dotes de la parsimonia, y germina en un panorama lleno de gotas y radios viejos.

Aromas radiofónicos de otros tiempos. El taller de Luis.


Siendo los textos minimales, los recursos audiovisuales apelan a un lenguaje similar, y se limitan al encuadre sin un solo movimiento de cámara. El lente habla despacio, se expresa con planos largos y densos, se deja mojar de lluvia interminable, se deja contagiar de nostalgia por otros tiempos donde las tecnologías no eran invasivas, y nos recrea sin apremio una ciudad de trópico que no lo parece, que oculta su bochorno de mediodía, su cliché de bullaranga y jolgorio, su alegría desmedida y expresiva, y cambia el ruido de la cumbiamba y el dialecto acelerado y altisonante por un acento solemne e introspectivo, siempre bajo el comando del aguacero sinfín.


EL DIAL DE LA LLUVIA

El factor dominante en el sonido siempre será el goteo infinito combinado con el aroma radial que trae el viejo taller de Luis. Un acertado diseño sonoro logra el cometido de combinar el dial y la lluvia, juntos pero no revueltos, contribuyendo a que aquel ruido sea más rosa. Mientras el hotel parece buscar la modernidad bilingüe en la obsolescencia tecnológica, envuelto en los sonidos analógicos de profesores magnetofónicos. Cierto romanticismo sonoro nos va a llevar a un lugar que se detuvo en alguna época de nuestras vidas, donde la ciencia informática aún se hallaba de descanso.

Poca música, mucha lluvia. Aunque cabe destacar la canción que promociona la cinta, una deliciosamente sacrílega versión del garabato "Te Olvidé" de Antonio María Peñalosa, intervenida por los barranquilleros de 69 Nombres, una balada desgarrada que se abraza con el clima de la película y refuerza el talento no solo cinematográfico sino musical de aquel sector de la costa.

           

Roberto Flores habla con el lenguaje de la costa más pausado, vive un carnaval íntimo y silencioso con sus películas, se refugia en los deseos humanos más comunes, les da acento e importancia; es un realizador que vive sin desespero los azares de los planos y los encuadres, y se enmarca en un trópico vulnerable, gris y discreto, enmarañado sin apuros en encontrar lo que todos los seres humanos del universo, sean costeños, cachacos, llaneros o pastusos, quieren: un poco de afecto. Que tal vez un poco de Ruido Rosa nos brinde.