El pecado se castiga. Pero pecar inspira. A través de una especie de método de redención mediante una serie de asesinatos que confrontan los siete pecados capitales, 1995 vio a la luz una idea del guionista Andrew Kevin Walker que se convirtió en una morbosa pero interesante reflexión, matar para enseñar. Y eso es precisamente lo que va revelando Seven, una perturbadora historia concebida para recordarnos que estamos rodeados de los siete pecados capitales todos los días, que los 'ejercemos' y los vivimos como actos cotidianos.
Para decorar el paisaje brumoso envuelto en pecado se acudió al agudo ojo de David Fincher, director de videoclips preocupado por la estética y la atmósfera, quien había contado con opiniones divididas de la crítica luego de montarse en las aventuras espaciales de Ripley en su debut Alien 3 (1992). La asociación con el director de fotografía Darius Khondji logró crear un universo urbano decadente, de colores contrastados, lluvia eterna, una anónima ciudad -cualquier parecido con Nueva York, ¿Es coincidencia?- donde el futuro no existe y huele a culpa y tristeza. Es el escenario propicio para dar rienda suelta a una serie de homicidios que se catalogan entre lo horrendo, lo artístico y lo redentor.
Compañeros y antagónicos, Somerset y Mills. |
La selección de actores principales recayó entre el boom y la experiencia. Brad Pitt es el joven detective Mills, quien está ávido de investigar crímenes y utilizar su fuerza para resolverlos, un individuo que quiere ser el Serpico de la ciudad que apenas empieza a conocer, Pitt y Mills son florecientes estrellas de la década en el cine y el departamento de policía. Morgan Freeman es el veterano detective Somerset, sereno y estudioso, Freeman y Somerset son la cuota de pericia y paciencia que pesan sobre el film. Ambos son compañeros de personalidad antagónica donde contrastan la vida en pareja, el impulso y la cerveza con la soledad, el metodismo y el vino. Juntos deben desentrañar en siete días, cada uno a su estilo, un asesinato diario relacionado con un pecado capital.
El estilo del filme logra captar cierta repugnancia sin llegar a ser demasiado gráficos. La sugerencia de los homicidios a través de la escena del crimen y las fotografías contienen la brutalidad sin llegar al gore, la ciudad que se despedaza lentamente entre la lluvia, el metro y el humo contribuye a crear una ansiedad preapocalíptica. El vestuario y apartes de la ambientación evocan el film noir de otras épocas, las pistas y los descubrimientos crean esa sensación de thriller, y se consolida una atmósfera de perdición inevitable.
Con sus pecados entre manos. El director David Fincher. |
El acto asesino de contrición comienza a ser explorado a través de la gula. El homicidio se muestra con una especie de grotesco misticismo: spaghettis sangrientos, estómago descomunal, mierda y vómito impregnando el aire. Es el abrebocas a una obra de arte sanguinaria pero simbólica en todos sus matices. Mientras Mills y Somerset comienzan a escudriñar pistas, la sangre corre sutilmente en las fotografías y la semana va corriendo de forma lenta y ansiosa esperando un nuevo delito. John Milton comienza a respaldar el móvil con las señales que deja el asesino, 'Largo y duro es el camino, que del Infierno lleva a la Luz'. Siete días de pena.
Somerset comienza a disparar dardos de apreciación leyendo a Dante y los cuentos de Canterbury, Mills comienza a dejarse llevar por sus impulsos y responde apenas con la intuición. Aparece un abogado muerto representando la avaricia, prescindiendo de una parte de su cuerpo con la mutilación por su propia cuenta. La literatura es un respaldo que le brinda elegancia a la zona criminal, esta vez Shakespeare es la musa de la sangre, 'Una libra de carne. Ni más ni menos, sin cartílago, sin hueso, únicamente carne'. Aquella desesperanza empieza a tomar matices artísticos, tenemos a un asesino culto y con un objetivo claro. No deja huellas dactilares, solo señales, es un gran jugador de puzzles.
Somerset se ayuda un poco con el jazz, Thelonious Monk y Charlie Parker son contribuyentes a su metodismo, entretanto el artífice del OST Howard Shore (Silencio de los Inocentes, El Señor de los Anillos) ayuda a acentuar la zozobra y opacidad del ambiente con sus melodías, y finalmente Nine Inch Nails y David Bowie apoyan los créditos iniciales y finales con aires industriales, cortantes y
cavernosos. Los detectives siguen las pistas y descubren al narcotraficante acostado que simboliza la pereza, un cadáver viviente atado a la cama que fue confinado durante un año, una quietud cadavérica desesperada. Gente con pasado oscuro comienza a ser penitente a través de sus castigos. Tal como la siguiente víctima, una prostituta penetrada por un falo largo hecho en arma blanca, la lujuria vive su escarmiento en su máxima expresión. O la que representa el orgullo, una mujer con el rostro desfigurado y con dos opciones en la vida, un teléfono para pedir ayuda y vivir con sus cicatrices, o unas píldoras suicidas que le eviten volver a verse a un espejo. La obra del criminal ha tomado forma y solo restan dos asesinatos para llevarla a su cenit.
Entre Andrew Walker y David Fincher consiguen cuestionar el universo que nos rodea y lo inclinan por el lado malvado de la balanza. Buscando los apuntes del devoto homicida se revelan las culpas de los hombres, 'No somos lo que Dios quiso que fueramos'; cuando Somerset se entera del embarazo de la mujer de Mills (una joven Gwyneth Paltrow), acepta lo infernal de su entorno, '¿Cómo puedo traer a un niño a un mundo así?' El ejecutor de los asesinatos (Kevin Spacey) reniega de la existencia y ataca el conformismo humano, 'Es más fácil perderte en las drogas que lidiar con la vida'. El paisaje creado para redimir las culpas es indeseable, marchito y nebuloso, siempre acompañado por una lluvia acusadora hasta el día domingo, donde sale el sol, la historia se resuelve en una zona desierta (con torres de alta tensión para ambientar la sensación ídem) y el Señor finalmente descansa luego de su Creación. Spacey, como buen criminal con ínfulas de dios, deja que el crimen lo cometa otro.
Caminando entre el pecado. Pitt, Spacey y Freeman. |
Volver el pecado contra los pecadores iniciaría una serie de papeles de villanos que se convertirían en redentores. Involuntariamente, el guión de Andrew Kevin Walker -nominado a los BAFTA- pondría este tipo de personajes como recurso en otras plumas creadoras más adelante como el inolvidable Jigsaw de la saga Saw, o el Ozymandias de Watchmen, encarnaciones paralelas a los profesionales del asesinato que generan empatía en el público como el Leon de Jean Reno o la Beatrix Kiddo de Uma Thurman. Lo cierto es que el malvado que castiga en pro de la bondad se hizo célebre a partir de este punto y siempre ha sido punto de debate. Mientras tanto Walker seguiría cosechando dólares a través de guiones sobre asesinos como el Machine de 8mm, el Jinete sin Cabeza y el Hombre Lobo.
Gracias a Seven comienza aquel universo oscuro y convulsivo que David Fincher comenzaría a aplicar en futuras producciones como The Game (1997) o Fight Club (1999). El gusanillo del thriller sería su compañero por muchos años y ganaría prestigio y millones a través de sus nuevas cintas. Sin llegar a ser tan vertiginosa como los dos títulos mencionados, la buena combinación entre thriller y cine negro junto a su trasfondo de reflexión religiosa le dan a Seven un catálogo de clásico entre estos géneros, donde se destaca una buena historia, desarrollada en un ambiente favorable, con un reparto equilibrado y una técnica fotográfica que logró dar un look personal al cine de Fincher en los noventas. Un pecado cinematográfico del que puede vanagloriarse este director de Denver a través de este film es, sin duda, el Orgullo.