La niña consentida de Francis Ford Coppola siempre anda con una cámara en la mano y un bolígrafo en la otra. Pero también fue una niña exploradora delante de las Panavision y varios formatos de video. Ha logrado desfilar ante el lente como actriz en videoclips como "Deeper and Deeper" de Madonna y como gimnasta que se consagra en el delirante "Elektrobank" de The Chemical Brothers. Cambió de apellido italiano en la tercera entrega del Padrino (obviamente bajo la tutela de su papá) e incluso se dio el lujo de interactuar con especies de otros mundos en la Amenaza Fantasma de Star Wars. Sin embargo, estaba más dispuesta a seguir los pasos de su padre y tomar la cámara como herramienta para la dirección.
En sus tiempos de actriz de videoclips. Sofía la gimnasta.
A pesar de contar con grandes prebendas, la venia presupuestal para proyectos gracias a su apellido, y rodearse de la parafernalia hollywoodense que tanto puede atraer a los ajenos que no conocen su peso, Sofía tiene bajo sus escritos camuflada aquella apatía autobiográfica -así ella lo niegue- que narra el acceso infinito a un mundo material que carece de los grandes gozos del espíritu como el departir entre amigos o los lazos familiares cotidianos al que poca entrada tienen los que sufren el enorme peso de la fama. Si bien no todos sus personajes son vacíos y hondos, la gran mayoría están sujetos al desgano de vivir en el lugar al que no pertenecen y se ven obligados en buscar un escape de una realidad fatigosa y poco atractiva.
La primera muestra de hastío juvenil se viene con su ópera prima Las Vírgenes Suicidas (1999) basada en el libro de Jeffrey Eugenides que cuenta la historia de cinco hermanas que viven bajo la custodia sobreprotectora de una madre bastante ortodoxa y un padre distraído en el entorno de la clase media de Michigan en USA. Cinco jóvenes almas que sienten el agobio de una juventud incomprendida tal como lo manifiesta la menor de las hermanas Lisbon ante su psicólogo "Obviamente doctor nunca ha sido una niña de trece años". Adolescentes que adolecen de poca libertad y mucha cohibición en los setentas.
Es el primer manifiesto de aburrimiento ante un encierro obligado, un aislamiento social exagerado que las lleva a su destino final, el suicidio. Esa presión de no poder expresar sus pensamientos ante el mundo las hace provocadoras para quienes no pueden acceder a ellas. Sofía se encarga de bruñir con detalles visuales muy afrancesados la atmósfera, luces calientes, vintage setentero por doquier, música de Air que adorna con sutileza la triste visión de las niñas y un barrio empapado de ansiedad de chicos que tiemblan ante el cortejo y abren las pupilas de forma solapada para hablar de temas sexuales. Una pulcritud visual que exhibe una frustración temprana bajo una gran dirección de arte. El primer ejercicio de Sofía pasa el año con la compañía de su familia, la asesoría y producción ejecutiva de su padre Francis, el trabajo en la Segunda Unidad por parte de su hermano Roman y las pequeñas intervenciones ante cámara de sus primos. Sólo faltó Nicolas Cage.
El segundo experimento cinematográfico resultó todo un éxito. Esta vez Sofía se arriesgó a moverse en las entrañas de la cultura oriental y hacer un retrato divertido y ligeramente burlón de los pobladores nipones en Lost in Translation (2003) con Bill Murray y Scarlett Johansson como figuras estelares y donde explora el enajenamiento y el agobio de una vida vacía en un espacio extraño y sin mucho sentido. La palabra aburrimiento entra de nuevo al juego, pero esta vez desde una percepción más adulta.
Un guión brillante que le valió un Oscar -y eso que El Señor de los Anillos le arrebató los dos galardones a Mejor Dirección y Película- y narra con exquisito ritmo, calmoso algunas veces, apresurado y resolutivo en otras, la historia de un actor americano que cumple compromisos comerciales en Tokyo pero no se conecta con nada, digiriendo a la fuerza una lengua extraña, un paisaje hermoso pero ajeno, unas costumbres infrecuentes y una comida poco afín a su paladar, demostrando en el poster promocional del film un total tedio sentado al borde de la cama sin expectativas. Hasta que comparte esa alienación con una compañera de hotel y logran escapar por algunos momentos de aquel peso existencial.
El recorrido por Tokyo es brillante, un videoclip que resalta y también se mofa de un Oriente colorido, ingenuo, tecnológico, maníaco, un tanto perverso y bastante pintoresco para un occidental. Es una cinta con aliento fresco y lozanía en toda su expresión, es el reverdecer visual en medio del invierno existencial, las luces incomprensibles y extrañas que saturan de color y vida, un amor estacionario que pasa fugazmente en un lugar tan ajeno pero tan universal como Japón. Las experiencias personales de los protagonistas por aparte los hace ver frustrados, agotados y extraviados (el santuario, los programas de TV, la interacción con japoneses) mientras que en mutua compañía logran enajenarse como niños felices sin ojos rasgados que navegan en medio de un lenguaje más cercano (el karaoke, la fiesta, el hospital, el bar y la habitación) y hacen de su vida un refugio más amigable.
Montaje vivo, fotografía fresca, turística, espacios abiertos y exploración de muchas costumbres niponas, hay un dinamismo que admira y detesta a través de los personajes, que se deslumbran y se aburren, que sonríen la imbecilidad de este prójimo y que se afligen ante su propia ignorancia de la cultura oriental, los dos forasteros son frágiles donnadies que están perdidos en un universo de aliens de ojos pequeños y color de periódico viejo que se divierten con la vanguardia tecnológica y les provocan algunas jaquecas por manejar una lengua impropia de sus conocimientos. Un paisaje decorado por un espléndido soundtrack que recoge acertadas melodías de Jesus and Mary Chain, Air, Phoenix y My Bloody Valentine entre otros.
Después del arrasante éxito de su segunda entrega, Sofía se desvía del camino actual y se transporta al siglo XVIII adaptando el libro de Antonia Fraser María Antonieta (2006) publicando una inusual visión de la época de Luis XV y el preludio a la Revolución Francesa. En esta ocasión tuvo que usar un arsenal de insumos para recrear la historia de la controvertida reina de Francia con una dedicada puesta en escena, extras, el Palacio de Versalles como locación principal, impecable dirección de arte y un excelente trabajo en vestuario que le significó un nuevo Oscar -aunque quien lo debe estar ostentando en alguna vitrina de su casa es la vestuarista Milena Canonero- todo bajo las principales tendencias de la moda en la era de Luis XVI como ingenuo rey de Francia.
Entre tanta lentejuela y lujo goloso existe un vacío en la vida de la protagonista, la reina Maria Antonia Josepha Joanna (Kirsten Dunst). Y una vez más es el aburrimiento, el sentirse extraña en un país que en un inicio no le pertenece, pues sus orígenes son austríacos. Tanto metodismo para levantarse, para comer, para vivir la cotidianidad sofocante de la realeza, tanto vacío ante un esposo casi indiferente, esto la lleva al desahogo en el exceso de los placeres que le podría brindar la materia. Y comienza esa vida de rockstar que utiliza peinados estrafalarios, las últimas tendencias en vestiduras y calzado, banquetes y fiestas de máscaras patrocinados por los impuestos del pueblo y el despilfarro en abalorios opulentos y perendengues de una ostentación que parecía no tener fin. La frivolidad como predilección para gobernar.
Uno de los grandes atractivos de la cinta es el uso de new wave y post-punk dentro del soundtrack de esta aventura de corte histórico: Escuchar a Bow Wow Wow, Gang of Four o Adam & the Ants realzando la frenética forma de gastar las arcas reales es un placer exótico que satisface las mentes que aceptan ese tipo de fusiones que rompen con la tradición, hay momentos en videoclip que sustentan un reinado digno de cualquier princesita MTV, solo faltaría llamar a Paris Hilton a la corte. Para no castigar mucho el entorno Coppola también utiliza algunos pasajes de Vivaldi y Couperin y recrea algunas sutilezas monárquicas con tonos barrocos. Las contrapartes protocolarias y acartonadas en Palacio vienen por cortesía de la condesa de Noailles (Judy Davis) y el embajador Mercy (Steve Coogan). El encuentro entre la aristocracia y el delirio juvenil se fusionan de forma interesante en este tercer filme del mundo de Sofía.
El retorno a un formato más simple sin tanto perifollo fue la cuota de desahogo que trajo Somewhere (2010) tal vez la película más sosegada y menos ambiciosa de la directora americana hasta ahora. Retomando los problemas existenciales de Lost in Translation y transportándose a la vida en Los Angeles, vuelve a referenciar el enorme agujero que aflige al que lo tiene todo pero finalmente no recibe nada. La historia de un héroe de películas de acción que lleva puesta la máscara de éxito (Stephen Dorff), pero que vive la frustración de no contar con una realidad agradable y tener que rellenarla con distracciones mundanas y soporíferos planes que simplemente estiran el sentimiento de soledad.
Un trabajo relajado de fotografía enfocado en planos fijos, un montaje reposado y una puesta en escena que tiene como centro el hotel Chateau Marmont son elementos que componen una atmósfera lenta en el film. Esta vez la música no ocupa un plano tan importante y se deja hablar al sonido ambiente, al silencio apabullante y al ruido del motor del Ferrari de Johnny Marco, el frustrado protagonista. Su vida adquiere algo de valor cuando aparece su hija y comparte con ella algunas hojas del almanaque, un escape a su torpe monotonía y un camino a la redención a través del arte difícil de la paternidad, y por allí aparece la música, especialmente en la escena compartida de la piscina y la voz de Julian Casablancas reconfortando el estado de las cosas con "I'll try Anything Once". Un poco de dulzura para el pesado paquete de la fama.
Algún curioso podría plantear que este parlamento escrito para cine es una especie de autobiografía, y podría verse allí una pequeña Sofía que acompaña a su padre famoso en las correrías y batiburrillos del cine, que sufre de aburrimiento al ver a su progenitor aburrido y que nunca está satisfecha con la fama. La misma Coppola lo desmiente, pero si uno conjuga las piezas temáticas de sus filmes, podría aproximarse a un universo marcado por la soledad, a un ligero desprecio por la fama y a un difícil acceso a una sociedad que vive la cotidianidad en la búsqueda de la supervivencia y la satisfacción de los placeres sencillos.
El principal factor común del mundo de Sofía es el Aburrimiento. Todos sus protagonistas viven hostigados con la presión de un mundo que no se mueve, que es estático, ajeno, poco propicio. Todos lo viven a su modo, a través del exceso de placer material, a través del exceso de etiquetas, a través del exceso de prejuicios en una sociedad conservadora, a través del desconocimiento del mundo. Lo curioso del asunto es que Sofia dirige con tanta serenidad y aplica sus escenas de modo tan dedicado y sosegado que jamás pareciera estar aburrida. Y su crew la adora.
Entran a acotación de las historias de Sofia los personajes fríos y un tanto imbéciles que rodean a los protagonistas. Siempre en el mundillo de la fama aparece alguien con un comentario estúpido o una actitud que poco aporta para ser más feliz. Desde la actriz Kelly en Lost in Translation quien habla sobre anorexias ajenas y desentona en karaokes, pasando por el amigo tonto y materialista de Johnny Marco en Somewhere, hasta las indiscretas jaranas y alcahueterías frívolas de la duquesa de Polignac en María Antonieta, siempre hay un elemento distractor que cuenta con la herramienta de la trivialidad para causar fastidio y ahondar el vacío en la vida de los protagonistas.
Los compañeros sentimentales de Sofía también han ayudado a definir su estilo. El desparpajo y la lucidez revolucionaria de su ex-esposo Spike Jonze son inspiradores en hacer una fresca y divertida imagen del Japón de Lost in Translation o de jugar con la herramienta del rock and roll para un período monárquico en Maria Antonieta. Por su parte, la pareja actual es el vocalista de la banda francesa Phoenix Thomas Mars, un recurrente participante en sus soundtracks y quien finalmente puso la mayor parte del oído en la selección de temas para Somewhere. Y quien la tiene viviendo en París, el paraíso europeo en el que reinó Luis XVI y donde se generaron las inquietudes de Coppola por las intrigas palaciegas y la vida en las cortes reales.
Esa delgada chica que anda por los 40s y camina despacio ha creado un mundo propio en el que las historias de crisis existenciales y presiones familiares, de parajes lejanos y en especial de muy dedicada fotografía y un oído selecto, la han convertido en una respetada escritora, directora y profesional del séptimo arte que ya se puede separar de la sombra del apellido de su padre y que posee la motivación a seguir explorando las facetas del ser humano -en especial la del tedio y el vacío- para consolidar ese microcosmos que tantos adeptos ha ganado y que la pantalla grande ha reconocido entre sus más frecuentes, el Mundo de Sofía... Coppola.
Compa, por acá dejando la huellita de la visita. Tiempo sin leerle. Bonita la Coppola, y aunque tarde la conocí, soy fanS número 1 de ella. Y de todas, todas, nada supera a Lost In Translation. Bill Murray hace un papel espectacular, y Scarlett ni se diga... tan sólo los cucos del principio ya pagan la boleta.
ResponderEliminarUn abrazo.