16 dic 2010

MERLE HAGGARD- BRANDED MAN



Los sonidos campiranos en el país del norte reconocidos en el mundo como country son tan arraigados a su cultura como el vallenato en Colombia o la ranchera en México. Siempre ha sido un género prolífico, extenso en listados de artistas y canciones reconocidas en su país de origen. Y en la década de los sesentas, mientras el Verano del Amor cundía los espíritus juveniles de la cultura hippie en todo América y Jimi Hendrix hacía reventar su guitarra a lloriqueos rebeldes para todo el orbe, los amantes fieles al country se refugiaban en las melodías noveleras de maridos y esposas de Loretta Lynn, la interesante unión libre de lo campirano con el rock and roll de Johnny Cash y las plañideras al margen de la ley de un señor castigado por las triquiñuelas de vida, Merle Haggard.

Un californiano inquieto y siempre travieso tenía muchos roces con la ley por andar brindando concesiones a la malicia y acercarse a la manía de robar mientras la ocasión se lo permitía. Merle tuvo una juventud penal agitada, unos pulmones ávidos de oxígeno ante la persecución y una voluntad de resignación por pasar tres años de su vida en la temible prisión de San Quentin. No iba a imaginar en aquel entonces que su experiencia en el presidio iba a ser motivo de inspiración para muchas de las líricas en su futura discografía, y que encontraría la redención, el perdón consigo mismo y las ganas de emprender una nueva vida. Incluso tuvo un tiempo de disfrute musical mientras tocaba con la banda de la cárcel, que más adelante sería testimonio en vinilo con la canción "I made the Prison Band".

Los bares, Las Vegas y los estudios fueron las siguientes 'guaridas delincuenciales' donde se preveían sus próximos 'crímenes' musicales. Durante toda la década de los sesentas logró afianzar su ritmo y convertirse en estandarte de la corriente del Bakersfield Sound, directamente de California, con dotes más impulsivos en la cadencia , un parentesco mediano con las ondas del rock and roll, un manejo del twang muy particular en las guitarras y una dinámica que rompía con los protocolos y las elegancias orquestadas del sonido de Nashville. Junto a Buck Owens & The Buckaroos, el señor Haggard hizo lo propio con su banda, The Strangers.



Para 1967 ya era reconocido su sonsonete marginal de experiencias de reclusión y de soledad lacrimosa remediada con palmaditas en la garganta repleta de alcohol. El segundo golpe de reconocimiento llegó meses después de haber lanzado su segundo disco I'm a Lonesome Fugitive. Fue en agosto, bajo el sello Capitol. Y la consolidación como la voz musical del presidio se dio con Branded Man / I threw Away the Rose, un manifiesto solitario sin demasiada velocidad, pero con todo el sentimiento melancólico de un hombre que ha vivido la pena carcelaria y la pena de amor con la misma intensidad.

La purga penitenciaria es muy visible en el single más famoso del disco: "Branded Man" es una sollozante marca vivencial plasmada en líricas después de pagar la pena, 'If I live to be a Hundred, I guess I'll never clear my name'. Esa carga que llevaría en su espalda y su conciencia lo haría famoso en todo América y lo convertiría en su bendición, pues la canción llegó al número 1 de las listas country, una especie de perdón por parte de todo el pueblo americano al concederle la entrada de aquella melodía a sus radios. La limpieza de antecedentes penales se la concedería en 1972 el entonces gobernador Ronald Reagan.

La tónica de convicto melódico está presente en las canciones del disco. "I made the Prison Band" es la parte alegre y resuelta con coqueteos sutiles al rock and roll, donde deja de ser la banda criminal para ser el grupo musical. Pero esa es la única cuota optimista. "Don't Get Married" es el lamento del novio que roba un diamante para ofrecerlo como prueba de amor a su Julieta y termina en la celda. Él implora por una espera, 'Julie, Wait for me. Don't get married cause someday I'll be free'. La segunda parte de la historia se refleja en el tema "My hands are Tied", una guasca digna de bar moribundo con tonos rancheros y olorosa a anís seco, que resigna al pobre personaje a cumplir su condena sin amparo y en la más afligida soledad.


Merle y algunos de sus Strangers

The Strangers no eran tan extraños, fue una tropa decidida a acompañar el clamor campirano de Haggard con su talento musical. Se destacan allí nombres como Glen Campbell y Tommy Collins en guitarras, el piano compañero de Glen Hardin y George French, el bajo de Jerry Ward, los tambores de James Gordon y la dama de honor en los vocales y compañera sentimental de Merle, Bonnie Owens, una colaboradora vital con quien recibió premios en interpretación vocal a dúo y sobrevivió a una relación de más de diez años.

Lo curioso es que Bonnie no se asociaba con Merle en cantos idílicos y coros amorosos, todas las líricas eran novelas marcadas por el abandono y el despecho."Somewhere Between" es un aullido a dos voces que combina bien las posibilidades acústicas y eléctricas de las guitarras, y hace visible el deseo del hombre por tener a su pareja pero con un evidente rechazo, una barrera femenina que impide el llamado al amor. Una especie de bolero campirano de gran ejecución en cuerdas camufladas bajo las voces nos habla del maltrato sentimental en "You don't have very Far To Go", el pobre Merle sufre los coletazos de la desolación gracias a un pasado ingrato. "Loneliness is eating me Alive" es el ejemplo puro de desamparo y tristeza del hombre carcomido por la ausencia de su chica, contrastado con un prosaico y elegante fraseo de Haggard, y una magnífica instrumentación de piano y guitarra cercanos al blues. La pesadumbre está a la orden del día en todo el álbum.


Merle Haggard y su compañera vocal y sentimental, Bonnie Owens


Para acompañar la pena -y ahogarla de paso- el recurso primario del personaje rural es la amistad callada y amarga del alcohol, un paliativo que es casi vital -y letal- en este recorrido musical. Los chillidos afinados en cuerdas y voces toman sabores aguardientosos en el primer single del LP, "I threw Away the Rose", donde los instrumentos sufren una resaca melodiosa, causa de todos los tragos que llevaron a la perdición al personaje de la canción: 'Now I'm paying for the days of wine and roses A victim of the drunken life I chose'. Y con la lentitud tambaleante del borracho lleno de arrepentimientos se mueve "Some of Us never Learn", en una soporífera cadencia que llama al vidrio etílico para mantener un 'charmin state' antes de regresar a la realidad. El condenatorio alcohol se lleva los aplausos, borracho de puro country.


La fórmula lenta y nostálgica de la instrumentación sigue funcionando en muchos de sus temas, y a veces se cuelan historias particulares que bien podrían ser películas. Como en el compás que propone "Long Black Limousine" que narra la historia de una chica que busca fortuna y un gran automóvil en la ciudad que regresa a su lugar de origen con su sueño cumplido: Una gran limosina negra la acompaña directo a la tumba, la composición de Bobby George y Vern Stovall lo afirma, 'I guess you finally got your dream You're riding in one of them long black limousines'.




Otro no menos interesante es el novelesco idilio entre un gringo y una latina en "Go Home", una verdadera ranchera, puro country criollo que si no fuera por los cantos parsimoniosos y entonados de Haggard, pudiera pasar por cualquier tema de Javier Solís o Vicente Fernández, entretanto las diferencias culturales entre el anglófono y la charra les impiden materializar su idilio, como el resto de las otras canciones del disco donde el optimismo se esconde y el desamor es incuestionable.

Branded Man/ I threw away the Rose fue sólo el abrebocas de la popularidad que ostentaría más adelante Merle Haggard a partir de su "Okie from Muskogee" y el enorme listado de temas musicales que dominarían la escena del género en los setentas bajo el catálogo de outlaw. De todos modos, la tristeza palpable de amores no correspondidos, remordimientos carcelarios y fraseos aguardientosos fueron más que suficientes para que Haggard obtuviera el perdón del prójimo por sus antiguas argucias de maleante, siempre y cuando no olvidara componer una nueva tonada que lo hiciera sentir de nuevo placenteramente miserable.


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